Depresión, ansiedad y estrés agudo entre los venezolanos varados en Roraima
El 69% de los migrantes que MSF atiende en un punto fronterizo entre Venezuela y Brasil presenta fuertes síntomas de deterioro de su salud mental. Miles viven en condiciones muy precarias en las ciudades de Paracaima y Boa Vista. Una cooperante describe la delicada situación a la que se enfrentan
Tras meses encerrada a causa de la covid-19, el pasado mes de junio Brasil emitió una ordenanza a través de la cual reabrió parcialmente su frontera con Venezuela. A partir de ese momento, según la Agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR), se permitió “la entrada excepcional en territorio brasileño, por razones humanitarias, de venezolanos y residentes habituales de Venezuela afectados por la crisis” en ese país y también se autorizó “la regularización migratoria de los venezolanos y residentes habituales de Venezuela que entraron en Brasil de forma irregular durante la pandemia, o sea, a partir del 18 de marzo de 2020″.
Aunque sobre el papel las cosas podrían parecer muy sencillas, la realidad que nosotros vemos cada día sobre el terreno resulta bien preocupante: hasta fines del año pasado, miles de venezolanos vivían en las calles en el brasileño estado de Roraima, con grandes dificultades para acceder a la Sanidad y a otros recursos básicos. Y, aunque a principios del 2022 la mayoría había podido encontrar algún tipo de acomodación, ya sea en ocupaciones informales o en albergues oficiales que por fin incrementaron su capacidad, la situación sigue siendo muy precaria.
Ahora la gente ya no duerme a la intemperie, pero los problemas siguen: los migrantes apenas salen de los refugios porque tienen miedo de sufrir algún tipo de agresión en las calles, lo que se ha traducido en que, desde hace un mes, muchas personas han dejado de acudir a los médicos.
Pacaraima, donde yo me encuentro, es una población de 20.000 habitantes en el norte de Roraima. Es el punto de entrada a Brasil para los migrantes venezolanos que cruzan la frontera cada día.
En el momento más intenso, entre octubre y noviembre del año pasado, cada día unas 500 personas hacían el viaje a través de caminos improvisados llamados “las trochas”, mientras que la oficina de migración de esta pequeña ciudad fronteriza únicamente procesaba 65 solicitudes de regularización cada jornada.
Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en octubre del año pasado más de 3.000 venezolanos se encontraban viviendo en las calles de esta ciudad, nada menos que un 15% de su población, lo que demuestra la dimensión del problema. Todos llegan con la esperanza de encontrar mejores condiciones de vida y de poder dar cierta seguridad a sus familias.
Como decía antes, la situación mejoró levemente a partir de diciembre: las calles prácticamente se vaciaron, con los migrantes buscando desesperadamente abrigo ante el temor de sufrir actos de violencia. Además, cuando empezamos a aproximarnos a las fechas de las fiestas de fin de año, el movimiento en la frontera se redujo bastante, algo que suele ocurrir siempre en estas épocas.
Sin embargo, somos conscientes de que este parón es tan solo una calma chicha. En los próximos meses tendremos un panorama más claro de cómo evolucionan las cosas y, de hecho, ya nos estamos preparando para un nuevo incremento en la demanda de nuestras prestaciones.
Las personas vienen con muchas esperanzas, pero cuando llegan aquí, la mayoría se tiene que enfrentar a una difícil realidad. Se suelen quedar en Pacaraima hasta que su solicitud de regularización es procesada y esto es algo que puede llevar muchas semanas e incluso meses. El sistema sanitario es muy endeble y no cuenta con los recursos necesarios para prestarles una atención adecuada.
De acuerdo a las leyes brasileñas, toda persona tiene derecho al acceso a los servicios de salud públicos, no importa el estado en el que su proceso migratorio se encuentre, pero la realidad es que, incluso con este derecho, la atención sanitaria en Roraima se encuentran saturada y no da abasto para atender todas las necesidades médicas.
Para tratar de aliviar esta situación, nuestros equipos están ofreciendo atención primaria, de salud sexual y reproductiva, y también mental, en las ciudades de Pacaraima y Boa Vista. De enero a octubre del año pasado, atendimos a un total de 37.517 pacientes a través de nuestras clínicas móviles.
Casi la mitad de todas las consultas que llevamos a cabo en los nueve primeros meses del año se hicieron de julio a octubre, coincidiendo con la reapertura parcial de la frontera. La mayoría de los casos que atendemos son por infecciones respiratorias y urgencias ginecológicas, pero donde estamos viendo cifras realmente preocupantes es en lo que se refiere a la salud mental de quienes acuden a nuestras clínicas: nuestros equipos han identificado síntomas de depresión, ansiedad y estrés agudo en el 69% de los pacientes. Y las principales causas de estos síntomas son el desplazamiento, la separación familiar, el haber tenido que caminar largas distancias en situación muy precaria y el haber tenido que enfrentarse a múltiples situaciones de violencia.
Cuando la gente llega y nos ve, lo primero que nos preguntan es sobre los recursos sanitarios que podemos ofrecerles y cómo pueden acceder a ellos. Se encuentran en un país con una cultura y un idioma diferente y tienen que enfrentarse a múltiples barreras para lograr entender cómo funcionan y cómo acceder a ellos.
Nuestros equipos también llevan a cabo actividades de promoción de salud, enfocándonos sobre todo en lo que se refiere a la sexual y reproductiva. Les explicamos, además, cómo acceder a la Sanidad en Brasil que, aunque sobrecargada, debería estar disponible para ellos.
“Cuando llegué, hace dos años, no había tanta gente como ahora”, contaba Alejandra, una de nuestras pacientes. “Cuando recién llegamos, era relativamente sencillo poder pedir una cita con el médico, pero ahora ya no es así”.
“Pude traer a mi hija de Venezuela hace un par de meses, pero su proceso de migración aún no está completo y siempre que vamos a ver cómo van, la oficina está llena y no logramos que nos atiendan”, explicaba ella.
A pesar de la precariedad tan grande con la que tienen que vivir en Pacaraima, migrantes y solicitantes de asilo dicen, casi de manera unánime, que prefieren la situación de precariedad que viven en Brasil a tener que quedarse en Venezuela. “Al llegar aquí, dormía en el piso sobre una caja, y eso era mejor que estar en Venezuela”, aseguraba Alejandra.
Nuestros pacientes nos cuentan que migrar no era parte de su plan de vida, que lo consideraban un último recurso para escapar de la inseguridad social, financiera y alimentaria de su país de origen. Y todos, absolutamente todos, confiesan que durante el trayecto que les ha traído hasta aquí han pasado hambre y se han tenido que enfrentar a diversos peligros. Hace algunas semanas, un niño que participó en una sesión de salud mental hizo el dibujo de una calle. Le preguntamos cuál era el significado y él contestó, simplemente, que llevaba muchas semanas viajando, caminando o haciendo dedo, pero siempre en la calle; la calle le ha impactado de manera profunda.
Sus historias, a pesar de que en muchos casos tienen un trasfondo de esperanza, relatan la dureza de las situaciones que han tenido que superar hasta llegar aquí. Y sus vidas ahora, subsistiendo de manera precaria y a la espera de que se resuelvan sus solicitudes, tampoco resultan sencillas.
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