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Julia Choucair Vizoso, investigadora experta en el mundo árabe: “En Gaza no solo se elimina el tejido social, sino también el ecológico”

La doctora en Ciencias Políticas por la Universidad de Yale cree que Europa se preocupa por el medio ambiente en el mundo árabe, pensando sobre todo en los migrantes o en la violencia y con un espíritu impregnado de colonialismo

Julia Choucair Vizoso sobre Gaza
Ana Cristina Castellanos

Julia Choucair Vizoso (Madrid, 42 años), comienza la entrevista con este diario denunciando “el ecocidio” que se está produciendo en la franja de Gaza y recordando que, según la ONU, casi el 100% de las tierras agrícolas de este territorio palestino se encuentran hoy completamente inutilizables. “Eso quiere decir que solo queda 1,5% de tierra agrícola cultivable para dos millones de personas”, recalca Choucair, investigadora principal no residente en la Arab Reform Initiative (ARI) y especialista en política comparada del mundo árabe. Según ella, un ecocidio es el nivel más profundo de destrucción de un lugar. Y lo que está pasando en Gaza no es un caso aislado, explica la académica. “Para otras poblaciones de la región árabe como Líbano, Irak, Siria, Libia y Yemen, la pérdida del ecosistema se ha convertido en la normalidad”.

Pregunta. ¿Por qué considera Gaza el punto de partida de cualquier conversación sobre medio ambiente en el mundo árabe?

Respuesta. Porque además de un genocidio, la población se está enfrentando a un ecocidio. En Gaza no solo se elimina el tejido social, sino también el ecológico. Hace unas semanas, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), advirtió de que el 98,5% de las tierras agrícolas de la Franja son completamente inutilizables. El resto está contaminada con materiales peligrosos, escombros y restos humanos.

P. ¿Europa y Estados Unidos miran este problema con preocupación genuina o porque puede afectar a su propia seguridad?

R. En Europa se habla de cómo el cambio climático va a afectar a la migración hacia el continente, o cómo puede provocar que las personas se vuelvan más violentas. Esto hace que la gente empiece a cuestionarse todo: ¿por qué son tan vulnerables estas zonas?, ¿qué está pasando en esos países?, ¿por qué se arriesgan a cruzar el Mediterráneo?, o ¿por qué en esos lugares no hay agua ni comida suficiente?

En Europa se habla de cómo el cambio climático va a afectar a la migración hacia el continente, o cómo puede provocar que las personas se vuelvan más violentas

P. ¿Qué papel ha jugado y juega la sociedad civil en la lucha climática del mundo árabe?

R. En las protestas de la Primavera Árabe (2011) los temas medioambientales eran clave. La gente quería justicia social y reformas políticas, pero en el fondo también eran rebeliones ecológicas porque reclamaban acceso al agua, soluciones para sobrevivir a las temperaturas del verano, y comunidades sin basura. Creo que el cambio de narrativas sobre el cambio climático se lo debemos a las personas que ni siquiera son conscientes de que están defendiendo sus derechos. Si preguntas por ejemplo a los habitantes del oasis de Marruecos ―donde ahora hay una batalla abierta― nunca te dirían que son ecologistas, sino que están protegiendo el agua, que se ha gestionado de forma comunal y con conocimientos indígenas durante generaciones, de un Gobierno que la quiere privatizar.

P. Siguiendo con lo que está ocurriendo en Marruecos, ¿qué es para usted el llamado colonialismo verde?

R. Son las soluciones para luchar contra el cambio climático y los conceptos de transición justa energética creados en Europa y en América del Norte. Y un ejemplo es justamente lo que está pasando en Marruecos. Europa necesita nuevas fuentes de energía renovable que requieren mucho, mucho terreno y ha pactado con el gobierno marroquí para conseguirlo, con la excusa de que son proyectos buenos para el campo y para la energía renovable. Todo esto se hace sin consultar a los habitantes de esas zonas. Los académicos que estudian esto han notado que para lograrlo se utilizan discursos parecidos a los que usaron los colonos en África del Norte y los israelíes en los asentamientos en Palestina: “Esa tierra está vacía, hay que aprovechar el desierto”.

En las protestas de la Primavera Árabe los temas medioambientales eran clave. La gente quería justicia social y reformas políticas, pero en el fondo también reclamaban acceso al agua

P. ¿Sigue siendo complicado entonces separar la cooperación internacional del regusto colonialista?

R. Todo está conectado: el colonialismo, la guerra y el cambio climático. Hay que empezar por aceptarlo para poder cambiar algo de verdad. La clave es la solidaridad internacional, que ya existe entre movimientos sociales y civiles en Europa, América del Norte y Latinoamérica. La diferencia es que estas iniciativas estrechan lazos para idear soluciones conjuntas. Un ejemplo de este tipo de cooperación, que me parece muy bonita, es el intercambio de semillas. Se hace entre pueblos distintos que saben que conservarlas es una forma de resistencia y de combatir el cambio climático, porque son especies milenarias que han estado entre nosotros por generaciones. Es muy importante protegerlas porque toda alimentación está basada en semillas y están bajo grave amenaza porque los sistemas de alimentación que tenemos están acabando con la biodiversidad. Así también se ve la cooperación internacional.

P. ¿Hay algún proyecto como estos en España?

R. Hay una iniciativa que se llama Basta Land. Es justo una cooperación entre la organización española Campo Adentro con una organización palestina que se llama BastaTheatre y están trayendo semillas para plantarlas en zonas de Madrid. Es un proyecto muy pequeño, pero nos deja imaginar cómo podría ser el futuro. Son iniciativas impactantes y radicales. Creo que su ambición es gigante.

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Sobre la firma

Ana Cristina Castellanos
Es periodista por la Universidad Iberoamericana Ciudad de México y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Actualmente escribe en la sección Planeta Futuro.
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