El ‘slum’ de Kenia que convierte los desechos en obras de arte: “Aquí hay un talento que vale la pena”
El Distrito de Arte de Kibera (KAD), una iniciativa popular nacida en un asentamiento informal, ha transformado tanto la arquitectura como la realidad de sus habitantes mediante el arte, la educación y la reutilización de materiales con fines artísticos

En medio del mar ocre de tejados de chapa que cubre Kibera, uno de los asentamientos informales más grandes de África, situado a siete kilómetros al suroeste de Nairobi (Kenia), hay un edificio que llama la atención: es el único pintado de blanco y con dos plantas. En su fachada se lee HOF Gallery (Galería Casa de Amigos). Es el corazón del Distrito de Arte de Kibera (KAD, por sus siglas en inglés), un proyecto que busca transformar uno de los barrios más estigmatizados del continente a través del arte y la creatividad.
Desde una de las ventanas del edificio, el artista visual Santana Sino, miembro del equipo directivo del proyecto, observa el ir y venir de los visitantes. “Los que llegan suelen tener ideas preestablecidas sobre lo que van a encontrarse en un asentamiento informal. Desde el KAD queremos cambiar esa percepción y mostrar que aquí también hay un talento que vale la pena”, explica. Su trabajo, junto al de decenas de jóvenes artistas, ha convertido las calles del barrio en un museo al aire libre, donde se multiplican los espacios para la educación artística y la producción y exhibición de obras, tanto para artistas emergentes como para la comunidad en general.
A su alrededor, el ruido metálico de los martillos y los colores de los murales hacen olvidar, por un momento, la densidad del entorno. Según los datos oficiales de 2019, viven en el slum de Kibera casi 200.000 personas —aunque otras fuentes elevan la cifra hasta 700.000—. Desde el cielo, el barrio parece un mar infinito de techos metálicos, pero al recorrer sus calles el paisaje cambia: los puestos de fruta y verdura, las tiendas de telas kitenge, los talleres de costura y los pequeños comercios avivan la paleta del vecindario. Entre ellos, el KAD destaca como un punto de color y de oportunidades.
La idea surgió hace unos 15 años, cuando el activista local Patrick Othieno y el emprendedor estadounidense Jamey Ponte, que había vivido intermitentemente en Kibera durante más de una década, se hicieron una pregunta: “¿Cómo podemos crear una plataforma que una a la comunidad y a los artistas, que atraiga a diferentes públicos, un espacio en el que pueda producirse un intercambio de experiencias y aprendizajes?”, explica Othieno. La respuesta fue la creación del KAD, un proyecto que, desde su inauguración a finales de 2023, busca integrar el arte y la cultura en la vida del barrio.

El olor a chapati (un tipo de pan) y a té de jengibre inunda la mañana en las calles del KAD. Sentado en cuclillas, Saviour Juma prende fuego a una lata de Monster y el humo se eleva desde el suelo hasta a su rostro. “Empecé a trabajar con materiales reciclados en 2013. Necesitaba colores para mis obras, pero no podía permitirme comprar acrílicos, así que lo que tenía disponible eran las latas”, cuenta este joven de 22 años desde el espacio Art Sun Valley, un centro creado en 2020 que ahora da a artistas emergentes la oportunidad de que formen parte del circuito del KAD.
Empecé a trabajar con materiales reciclados en 2013. Necesitaba colores para mis obras, pero no podía permitirme comprar acrílicos, así que lo que tenía disponible eran las latasSaviour Juma, artista de Kibera
“Lo que busco es conseguir que la gente sea consciente de que una lata también puede usarse con fines artísticos”, explica Juma. Sus obras representan lo que ve en su día a día, desde los rascacielos de Nairobi o los conductores de bodaboda (motocicletas) de su barrio, hasta personajes anónimos y famosos… Todo hecho a partir de láminas de metal obtenidas de latas recicladas.
Además del valor creativo, el proyecto tiene un impacto económico. “Contar con un espacio así nos sitúa en el radar de los compradores que visitan el KAD, la mayoría de ellos turistas. Eso nos ayuda a progresar”, cuenta Juma, quien paga 4.000 chelines kenianos al mes (26 euros) por el alquiler del espacio y se queda con el beneficio que obtiene de las ventas.
Transformar el futuro del ‘slum’
Según datos recientes del Instituto para la Investigación y el Análisis de Políticas Públicas de Kenia (KIPPRA, por sus siglas en inglés), se estima que de los casi seis millones de habitantes de Nairobi, aproximadamente el 60% vive en los alrededor de 200 asentamientos informales de la ciudad. Aunque en Kenia la educación primaria es gratuita desde 2002, los niños que viven en asentamientos informales como Kibera enfrentan múltiples barreras para acceder y permanecer en la escuela, debido a condiciones socioeconómicas difíciles y a la falta de infraestructuras adecuadas.
Esa es una de las razones que llevó a Benard Maingi a tomar las riendas del Art Haus, un proyecto cuyo objetivo es educar a los jóvenes del barrio que de otra manera no tendrían oportunidad para acceder a una enseñanza en el ámbito de las artes. “Soy un artista autodidacta y nunca tuve a nadie que me guiara en este camino. Aunque la comunidad nunca me lo puso fácil, entendí que debía darle algo a cambio, y esa fue la razón por la que lo hice: para que ningún otro niño pasara por lo mismo”, explica Maingi desde el espacio, una pequeña casa decorada con las obras de los propios estudiantes.

Hoy empieza un grupo nuevo de estudiantes: “Tengo que hacer algo entretenido para captar su atención y que se involucren”, explica Nard, tal y como lo conocen en Kibera. Art Haus cuenta actualmente con 36 alumnos, y a medida que los nuevos van llegando, recortan cartulinas, colorean y clavan la mirada en el profesor, quien los entretiene a base de actividades y juegos: “Uno de los mayores beneficios de este espacio es que mantiene a los jóvenes ocupados, para que no caigan en el consumo de drogas o el crimen. Así ofrecemos un espacio seguro a la vez que los educamos”, relata.
Sin embargo, el objetivo final del Art Haus, tal y como sucede en cada uno de los espacios del KAD, es empoderar económicamente a la comunidad: “Que tengan un propósito y que su pasatiempo se convierta en una carrera para el futuro, crear obras que tengan cabida en el mercado actual… Esa es nuestra meta”, apunta. En un lugar donde la tasa de desempleo es del 50% y la mayoría de los habitantes gana alrededor de 200 chelines kenianos (1,33 euros) al día, una iniciativa así se alza como una alternativa para hacer frente al abandono institucional.
Huesos de animales con fines artísticos
En una habitación oscura y húmeda, Victor Nicholas mete la mano en un saco lleno de huesos de animales. Saca uno, lo mira, lo toca: “Este”, decide. Luego se sienta frente a una máquina, agarra el hueso con ambas manos y comienza a darle forma. Bienvenidos a Victorious Craft, un lugar donde se da una nueva vida a la muerte.

“Empezamos este proyecto para limpiar el barrio de los desechos, y al poco tiempo nos dimos cuenta de que podíamos transformar el uso que dábamos a los huesos de animales que antes se desperdiciaban”, explica Nicholas desde su taller. Así, los 16 miembros de este colectivo se pusieron manos a la obra para elaborar piezas de bisutería a partir de materiales reciclados. Las máquinas, conectadas artesanalmente a una bomba de agua, hacen rodar los discos que perfilan los materiales para, finalmente, convertirse en collares, anillos, abrelatas o cualquier pieza que pueda venderse a los visitantes del KAD.
Solo el 33% de los recursos es recolectado en Kibera, lo que deja aproximadamente 2.690 toneladas de desechos sin recoger cada día
Según la ONG Etco-Kenya, solo el 33% de los residuos es recolectado en Kibera, lo que deja aproximadamente 2.690 toneladas de desechos sin recoger cada día. La creciente demanda de sus artículos ha llevado a Victorious Craft a ampliar el espectro de sus proveedores, y ahora son los mataderos locales quienes distribuyen los huesos de vaca, cabra, oveja o camello al proyecto. El producto final de los artistas se expone en una vitrina para que los visitantes del KAD puedan tomarse su tiempo para decidir qué llevarse. “Vendemos y seguimos enseñando a los jóvenes para que cojan el relevo”, apunta.
Desde la HOF Gallery, Santana Sino observa cómo el KAD palpita con vida propia. Él se afana en gestionar las visitas y las residencias artísticas, así como en multiplicar el alcance de los trabajos de los jóvenes pintores, zapateros, artesanos o vidrieros que componen este singular universo. “Muchos artistas jóvenes de Kibera nunca habían visto una galería ni pensado en exponer su trabajo. Traer el arte al barrio les da la oportunidad de aprender, de crecer y de mostrar su talento”, explica Santana. Y añade: “A través del KAD, el arte deja de ser algo lejano y elitista: se convierte en una herramienta para empoderar, enseñar y transformar la vida de quienes lo viven cada día”.
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