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Cómo una plaga de caracoles salvó las cosechas y la economía de la agricultora Pakisoni en Malaui

Las malas prácticas, el uso prolongado de fertilizantes y pesticidas químicos, junto a la emergencia climática, han provocado la degradación de hasta el 80% de las tierras de cultivo en uno de los países más pobres del mundo. Las soluciones verdes se abren paso

Malaui agricultores
Un agricultor de Lilongüe (Malaui) comentaba las ventajas de usar abono de orina, ante un campo de maíz, a principios de abril.LEONARD MASAULI

Durante mucho tiempo, las cosechas del campo de maíz de Davie German, gravemente degradado por el uso intensivo de pesticidas, no bastaban para mantener a su familia de ocho miembros. En 2017, El Niño causó una grave sequía que empeoró aún más las cosas, ya que provocó una grave plaga de caracoles y gusanos soldados en las tierras de este agricultor de 42 años de Lilongüe Msozi, en la región central de Malaui.

La vida de German cambió en 2019. “Unos funcionarios agrícolas del consejo del distrito de Lilongüe vinieron a visitarnos. Nos presentaron iniciativas verdes que podían ayudarnos a recuperar las tierras y devolverles la fertilidad”, explica. “Durante los últimos cinco años, he visto cambios en mi campo y en el rendimiento de los cultivos. Tengo suficiente comida, nada menos que 20 sacos de maíz cada año”.

Él es uno de los cerca de tres millones de agricultores malauíes que han confiado en las iniciativas de agricultura climáticamente inteligente (CSA, por sus siglas en inglés) para recuperar la fertilidad del terreno y mejorar el rendimiento de las cosechas. Afirma que actos sencillos como el compostaje, los cultivos intercalados, las hileras de surcos y la siembra de vetiver [una gramínea utilizada para frenar la erosión] le han ayudado a controlar el suelo, reduciendo la escorrentía y manteniendo la humedad, lo que ha mejorado la fertilidad. “La CSA ha contribuido a que las tierras degradadas vuelvan a ser productivas. Podemos cosechar suficientes alimentos y ya no utilizamos fertilizantes químicos, sino estiércol. Podemos retener el agua corriente, para garantizar que los suelos estén intactos”, explica.

Las malas prácticas agrícolas y el uso prolongado de fertilizantes y pesticidas químicos en Malaui han provocado la degradación de hasta el 80% de las tierras agrícolas y tasas de deforestación muy elevadas, según los datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). En este contexto, unos tres millones de malauíes, alrededor del 15% de la población, viven en una grave situación de inseguridad alimentaria. En los últimos años, con el asesoramiento del Gobierno y de entidades independientes, algunos agricultores combaten esta degradación con soluciones creativas.

Uno de los métodos que están ayudando a los agricultores es el control sostenible de los caracoles. El cambio climático y la degradación del suelo han creado un entorno favorable para la cría de estos gasterópodos, según Goodfellow Phiri, director gerente de Environmental Industries, una empresa privada dedicada a la producción y promoción de tecnologías sostenibles.

Phiri explica que, en lugar de rociar los caracoles con productos químicos, ideó una iniciativa en 2017 para animar a los agricultores a recoger y venderle estos animales. En los últimos años, la baba de caracol ha sido un ingrediente habitual en productos de belleza y cuidado de la piel, como las lociones corporales que fabrica Phiri. Hasta ahora, ha trabajado con más de 50 agricultores que se han beneficiado de la venta de los caracoles a dos dólares (1,8 euros) el kilo. “Tengo una gran demanda de Sudáfrica, Alemania y otros países de Europa. Vendo cada botella a cinco dólares y puedo ganar más de 5.000 dólares al año. Este negocio tiene un enorme potencial y, con él, los agricultores dejarán de utilizar productos químicos y obtendrán más beneficios de los caracoles que de sus cultivos”, añade.

Pensaba que los caracoles eran solo una plaga y que no tenían ningún valor, pero ahora puedo llegar a fin de mes gracias a ellos
Eleniya Pakisoni, agricultora

Eleniya Pakisoni, una agricultora de 45 años de la aldea de Mgona, en el distrito de Lilongüe, participa desde 2021 en la iniciativa, vendiendo sus capturas. Antes de unirse al proyecto, Pakisoni sufrió una infestación masiva en sus dos hectáreas de campos de maíz y cacahuetes. Dos veces al día, tenía que fumigar los caracoles que devoraban la pequeña cosecha. “Hoy puedo ganar al menos 20 dólares a la semana y los beneficios anuales pueden llegar a los 2.000 dólares con la venta de caracoles”, explica. “Pensaba que eran solo una plaga y que no tenían ningún valor económico, pero, para mi sorpresa, ahora puedo llegar a fin de mes gracias a ellos”, remacha, y añade que, al no tener necesidad de aplicar productos químicos, ha notado un repunte en la fertilidad y la calidad del suelo.

Teddie Kamoto, director adjunto para Malaui de la Iniciativa para la Restauración del Paisaje Forestal Africano (AFRI 100), un proyecto de la Agencia de Desarrollo de la Unión Africana para recuperar 100 millones de hectáreas de terrenos en el continente de aquí a 2030, señala que, gracias a soluciones como estas, se han restaurado alrededor de 1,8 millones de hectáreas de tierras en todo el país mediante la plantación de árboles y otras prácticas, lo que ha permitido que puedan ser reutilizadas para actividades agrícolas.

La peor sequía en cuatro décadas

A finales de marzo, el presidente de Malaui hizo un llamamiento a la ayuda humanitaria mundial al declarar el estado de catástrofe por sequía en 23 de los 28 distritos del país. El fenómeno meteorológico El Niño ha provocado una sequía calificada como la peor en la región en cuatro décadas. “El país sigue sufriendo los impactos de las tormentas tropicales y los ciclones de 2022 y 2023, y el efecto agravado es que hasta el 40% de la población sufre las consecuencias de la hambruna, que amenaza tanto sus vidas como sus medios de subsistencia”, señalaba un comunicado del Programa Mundial de Alimentos (PMA) del 2 de abril. “Los prolongados periodos de sequía han dañado las cosechas en las regiones meridionales y centrales, mientras que las inundaciones han arrasado los cultivos en las zonas septentrionales y centrales”, afirmaba, y explicaba que dos millones de personas tratan de recuperarse del devastador impacto de la sequía y necesitan ayuda humanitaria urgente.

Los suelos agotados también han sido presa de plagas agresivas, como los gusanos soldados y los caracoles, que han destruido las cosechas de decenas de miles de familias. Para hacerles frente, los agricultores fumigaban sus cultivos con pesticidas químicos, algunos ilegales y perjudiciales para la salud y el medio ambiente, lo que condujo a un círculo vicioso, ya que al contaminar el suelo y empeorar su calidad, se necesitaban más plaguicidas y fertilizantes químicos para seguir produciendo, hasta que el terreno acabó degradándose.

El coste anual de la degradación del suelo en Malaui se calcula en 320 millones de dólares (unos 300 millones de euros), según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (UNDP, por sus siglas en inglés), aproximadamente el 7% del producto interior bruto, descontando el suministro de agua, alimentos y madera. Por otro lado, por cada dólar invertido en recuperar las tierras degradadas, se esperan tres dólares de beneficios. Y decenas de agricultores de Malaui se están dando cuenta de que no cuesta mucho restaurar sus tierras.

Orina para abonar los campos

Según Kamoto, de AFRI 100, de los 8,1 millones de hectáreas de tierras agrícolas de Malaui, 7,7 millones están degradadas. Reconoce que el objetivo que AFRI 100 estableció en 2016, de restaurar 4,5 millones de hectáreas de tierras en el país para 2030, está muy retrasado “debido a los cambios impredecibles de la crisis climática y al aumento de los desastres meteorológicos”. Sin embargo, la adopción de técnicas agrícolas más saludables y ecológicas por centenares de agricultores es, opina, un “éxito en sí misma”.

En el distrito de Nthalire Chitipa, en el norte de Malaui, el agricultor Wakisa Musukwa, de 36 años, afirma que las iniciativas de CSA que ha aprendido le han ayudado a revitalizar su campo de maíz, que se vio obligado a abandonar por la degradación. “Antes tenía problemas para alimentar a mi familia. En cada temporada de cosecha, no conseguía ni 10 sacos de maíz al año. Después de utilizar la CSA, el año pasado coseché más de 30, y ocho sacos, de 50 kilos cada uno, de judías”.

Entre los métodos que promueve Phiri, de Environmental Industries, está el uso de la orina como abono. La técnica, que comenzó a fomentar en 2012, empezó a cobrar impulso en 2018. Como la mayoría de los suelos degradados en Malaui son ácidos, señala Phiri, así se equilibra el porcentaje de hidrógeno del suelo y hace que se restaure su fertilidad.

Según Phiri, más de 1.000 agricultores han adoptado esos fertilizantes en el país. Añade que también plantan hierba limón para que las plagas se alimenten de ella en lugar de hacerlo del cultivo, lo que reduce significativamente la cantidad de pesticidas que utilizan.

Un agricultor de Lilongüe, Davie Banda, de 31 años, ha estado utilizando abono de orina en su campo de maíz: “He dejado por completo los productos químicos porque he observado que, tras un largo periodo de uso del abono de orina, puedo plantar sin usar ningún fertilizante. Al fin y al cabo, los suelos ya han mejorado”, afirma Banda.

Leonard Chimwaza, experto en agricultura de Malaui, insiste en que las iniciativas que utilizan remedios ecológicos son importantes para controlar la degradación del suelo. “El uso de soluciones como la CSA y de iniciativas como la de Environmental Industries pueden ayudar a devolver la fertilidad a las tierras de cultivo”, declara, aunque se necesitan más esfuerzos, como plantar más árboles para controlar la erosión.

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