Las hermanas libanesas que dialogan con yihadistas: “El Estado Islámico les promete dinero, un coche, un arma y un pasaporte”
En la última década, Nancy y Maya Yamout han trabajado con más de 150 presos en una cárcel de Beirut. Su experiencia arroja luz sobre las causas que llevan a jóvenes a alistarse en organizaciones extremistas
Desde 2011, las hermanas Nancy y Maya Yamout se reúnen semanalmente durante más de 20 horas con presos yihadistas en el bloque B de la cárcel de alta seguridad de Roumieh, en Beirut. En estos 12 años han trabajado con más de 150 miembros del Estado Islámico y otros grupos a través de la organización Rescue Me, que ellas mismas fundaron. Financiadas por ONG internacionales, su objetivo consiste en intentar rehabilitarlos para que, cuando sean liberados, no vuelvan a caer en manos del extremismo. En 2019 fueron acusadas de ser un “peligro para la comunidad” y durante dos años no se les permitió seguir adelante con este trabajo. Son cautas al hablar de este episodio, pero tras ganar el juicio, pudieron volver a entrar en las cárceles. En una entrevista concedida a este diario el pasado mes, en el marco de una conferencia del proyecto europeo CONNEKT que coordina el Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed), denuncian que los grupos extremistas buscan entre los miles de jóvenes apátridas que viven en Líbano para reclutar futuros yihadistas.
Pregunta. ¿Cómo comienza este proyecto?
Maya Yamout. Con 19 años, empecé a trabajar en el ámbito social tras el conflicto armado entre Fatah al Islam y las Fuerzas Armadas del Líbano (2007). Mi trabajo consistía en concienciar a la población sobre la presencia de minas y otras trampas explosivas diseminadas en el campo de refugiados palestino Nahr el Bared, al norte de Trípoli. Estaba terminando mi máster en Trabajo Social y decidí que quería hacer el proyecto final sobre la rehabilitación de yihadistas. Nancy quería participar en el proyecto y mi centro educativo, la Modern University for Business and Science lo aceptó. Entregamos la documentación a la oficina de la policía para solicitar el permiso y nos rechazaron tres veces seguidas. Decían que era demasiado peligroso.
Hay quien se une a la yihad para vengar a un familiar asesinado. Les mueve el dolor y el resentimiento. A otros dinero y lo que consideran privilegios en estas organizaciones, como la violación de mujeres
P. ¿Cómo lo consiguieron?
M. Y. Nos reunimos con el director general de las Fuerzas de Seguridad Libanesas, Ashraf Rifi, actualmente diputado en el Parlamento. Le explicamos que queríamos saber por qué los jóvenes libaneses se unen a grupos extremistas. Él nos dijo: “Por la pobreza”. Y yo le respondí: “Varios estudiantes de mi clase en la universidad se han unido a Al Qaeda y no son pobres. Tiene que haber algo más”. Estuvo pensando un rato y luego nos dijo: “Adelante”. Y firmó los papeles para que pudiéramos entrar en una de las cárceles de máxima seguridad del Líbano.
P. ¿Recuerdan el primer preso con el que se reunieron?
M. Y. Perfectamente. Cuando me senté en la celda frente a él me preguntó: “Qué haces aquí?”. Le dije que estaba realizando una investigación sobre los presos acusados de terrorismo y me soltó: “Bonne chance” (buena suerte). Le pregunté por qué estaba encerrado y me contó que formó parte del círculo de Osama Bin Laden durante varios años. Después, me dijo que no estaba de humor para hablar y que volviera al día siguiente y sin desayunar.
P. ¿Y volvió?
M. Y. Sí. Me recibió con una taza de café turco y me preguntó qué quería saber. Le dije que quería comprender por qué se unió al yihadismo, cómo había sido su infancia y adolescencia. Me contó que empezó transmitiendo información sobre Fatah al Islam a Al Qaeda. Tras años de actividad, lo detuvieron en la frontera entre Siria y Líbano. Después de ser liberado, siguió vinculado al terrorismo y lo volvieron a encerrar. Después vinieron muchos más condenados: en 12 años nos hemos reunido con más de 150 presos del Estado Islámico, Al Qaeda, Al Nusra, Fatah al Islam y otras burbujas yihadistas, pequeños grupos extremistas que actúan en Siria y Líbano.
P. ¿En qué consiste el proceso de rehabilitación?
M. Y. La estrategia que adoptamos para rehabilitar a los presos tiene cuatro pilares. El primero es la terapia individual. Indagamos a solas con el reo sobre su vida pasada y tratamos de redirigir sus pensamientos para modificar sus emociones relacionadas con el odio, la ira y el dolor. Para ello empleamos sobre todo la terapia cognitivo conductual, que resulta muy efectiva, y también la terapia de sustitución de la agresividad. Por otro lado, hacemos sesiones en grupo con otros presos. Allí ponemos en común lo que van aprendiendo. Después, realizamos una intervención psicosocial con las familias, para saber si cuentan con su apoyo o se han desentendido. Si siguen al lado del preso, también trabajamos con ellas para favorecer su reinserción, una vez salgan de la cárcel. Y, por último, intervenimos en la comunidad, donde hay más familias y muchas veces es caldo de cultivo del extremismo.
P. ¿Los presos aceptan fácilmente reunirse a solas con una mujer que les pregunta sobre sus actividades delictivas?
M. Y. Al principio se muestran distantes. Para facilitar el acercamiento, nos vestimos con ropa modesta, nos ponemos el velo, no utilizamos maquillaje ni nos pintamos las uñas. Así empezamos a ganárnoslos. En cada sesión les preguntamos cómo están y cómo se sienten. Siempre se sorprenden de que les hagamos estas preguntas. Con el paso de los meses, establecemos una relación de confianza y respeto mutuo y podemos empezar el proceso de rehabilitación de cara a su reinserción.
P. ¿Han detectado un patrón de personalidad o rasgos en común entre los presos con los que trabajan?
M. Y. Todos los presos con los que hablamos, sin excepción, han tenido una infancia con un padre o bien ausente o bien maltratador. Crecen con esa marca, que les hace vulnerables al extremismo. Para nosotras es muy importante conocer el desencadenante radicalizador, ese momento en el que cruzan la línea y cometen un acto terrorista.
P. ¿Y cuáles son las causas que esgrimen para cometer esos actos?
N. Y. Hay diversas causas. Muchos de los presos encerrados en la cárcel de Roumieh son sirios que han luchado contra el régimen de Bashar el Asad en la guerra. Hay quien se une a la yihad para vengar a un familiar asesinado. Les mueve el dolor y el resentimiento. A otros dinero y lo que consideran privilegios en estas organizaciones, como la violación de mujeres. Después están los extremistas religiosos que creen firmemente en la idea del shahid (mártir). Y aproximadamente un 30% son psicópatas, imposibles de rehabilitar. Disfrutan matando.
P. ¿Es posible la rehabilitación de este tipo de extremistas?
N. Y. Sí. Es posible y necesaria para terminar con el círculo de la violencia. Uno de los presos que he tratado durante años es Bilal Mikati, perteneciente al Estado Islámico y condenado por la decapitación de Ali al Sayyed, sargento de las Fuerzas Armadas Libanesas. El tribunal le condenó a pena de muerte. Tras muchas sesiones, un día me llamó y me dijo que ya no encontraba sentido a lo que había hecho. Se había desconectado de la violencia. Fue como una confesión. No se librará de la pena, pero sé que algo ha cambiado en él.
P. ¿Nunca han vivido una experiencia traumática durante una sesión?
M. Y. Me he reunido con presos acusados de violaciones masivas. Se ve que disfrutan humillando a una mujer, pero nunca me dejo provocar. Me he formado y sé cómo blindarme ante esto. Aun así, acudo a terapia cada semana para poder canalizar tanta tensión.
Me he reunido con acusados de violaciones masivas. Se ve que disfrutan humillando a una mujer, pero nunca me dejo provocar.Maya Yamout
P. ¿No están obligadas a reportar información sobre sus conversaciones?
N. Y. No. Solamente si nos informan de un futuro atentado. Si nos confiesan un crimen pasado, no lo reportamos, aunque sea valioso para el juicio. No podemos hacerlo, forma parte del secreto profesional.
P. ¿Este contacto tan próximo con acusados de terrorismo les ha generado algún problema?
N. Y. Sí. Nos acusaron de ser un peligro para la comunidad, nos quitaron las credenciales y durante dos años no pudimos trabajar. Nunca nos explicaron la causa de dicha denuncia. Ningún abogado quería defendernos. Al final, uno accedió a llevar nuestro caso y ganamos. Hace siete meses volvimos a la cárcel.
P. ¿Trabajan solas?
N. Y. En la organización que fundamos, Rescue Me, somos 15 personas. A la cárcel solo entramos nosotras. El resto se ocupa, entre otras cosas, de hacer prevención en zonas con población muy vulnerable, especialmente en campos de refugiados, llenos de personas apátridas. En Líbano hay unas 100.000 personas sin documentación, entre sirios y libaneses. El Estado Islámico les dice: “Si te unes a nosotros te daremos dinero, un coche, un arma y un pasaporte”. Y los chicos aceptan muy fácilmente.
P. ¿Cómo es la vida de un yihadista después de la cárcel?
N. Y. Miserable. El estigma y los antecedentes les impiden reintegrarse. Las organizaciones los buscan y les dicen que nadie los contratará, que se unan otra vez a sus filas. Intentamos hacer seguimiento para evitar que esto suceda.
P. ¿Se ven realizando este trabajo toda la vida?
N. Y. No. Nos gustaría poder estudiar un doctorado en el extranjero. Tenemos una experiencia y unos conocimientos de campo muy valiosos. Nos gustaría poder combinar este trabajo con la docencia. Pero hemos solicitado una beca de doctorado en muchas universidades europeas y todas nos rechazan. Les interesan nuestras investigaciones, pero no nos becan. Dicen que es demasiado peligroso, que no quieren arriesgarse.
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