La nueva guerra contra el ISIS
El grupo terrorista intenta reconstruir el califato derrotado con la reactivación de sus células durmientes en los campos de detenidos de Siria
De madrugada, aún en medio de la oscuridad, una miliciana libera su trenza por debajo del pasamontañas antes de empuñar el fusil y tomar posición en la primera fila de un grupo de las Unidades Antiterroristas (YAT, por sus siglas en kurdo), una fuerza mixta de hombres y mujeres entrenada parcialmente por marines de Estados Unidos que lidera una amplia operación, bautizada como “humanitaria y de seguridad”, contra las células durmientes del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) que se esconden entre el mar de tiendas de Al Hol, el mayor campo de detención para familiares del grupo terrorista en el noreste de Siria.
Antes del amanecer del pasado domingo, 5.000 integrantes de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS, formadas por milicias kurdo-árabes aliadas de la coalición internacional contra el ISIS), fuertemente armados y escoltados por tanquetas, ya han rodeado los apenas tres kilómetros cuadrados del campo, donde se hacinan más de 64.000 personas, el 67% de ellas menores, según la ONU. De las FDS kurdas dependen los campos de detenidos del noreste del país y las YAT, que están en primera línea de la operación.
Ahora que se cumplen dos años de la derrota del autoproclamado califato del ISIS en Siria —y 10 del inicio de la guerra civil en el país—, la estrategia en la lucha contra los terroristas ha cambiado para centrarse en la ofensiva contra las células durmientes. El objetivo de la operación es arrestar a los entre 500 y 1.000 yihadistas que viven en el campo, así como confiscar las armas y material con los que el grupo ha realizado ataques en los últimos meses. Acciones terroristas que han alertado de la reorganización del ISIS sobre los rescoldos del temido califato en pleno cautiverio.
“Más de 47 personas han sido asesinadas este año en Al Hol”, explica en el lugar Kino Gabriel, portavoz de las FDS. En 2020, se registraron 20 homicidios. Entre los muertos hay víctimas de disparos, hombres y mujeres acuchillados, lapidados e incluso decapitados siguiendo las sentencias dictadas por las cortes religiosas que el ISIS ha impuesto en el campo.
El grupo de las YAT que lidera la miliciana Roj (ese es su nombre de guerra, no facilita el real; tiene cerca de 30 años) es de los primeros en entrar en el campo. Los entre 40 y 50 milicianos que dirige toman posiciones y se despliegan entre las tiendas antes de golpear con fuerza las lonas ordenando a sus habitantes que salgan. Serenos, no despegan el índice del gatillo, por temor a que integrantes de las células durmientes del ISIS respondan con disparos o ataques suicidas. El repentino estallido de gritos y llantos de los niños rompe el silencio y las mujeres del campo salen de detrás de las mantas que cubren las entradas de las jaimas. Al Hol se transforma en segundos en una instantánea en blanco y negro. En un mar de abayas negras que cubren a las mujeres y milicianos con pasamontañas que se mueven entre las tiendas blancas.
Las tanquetas avanzan sobre el camino de tierra en la parte del campo en la que viven poco más de 30.000 iraquíes. Entre las familias de yihadistas llegadas del vecino Irak —durante un lustro el califato se extendió entre ese país y Siria, y sometió a 7,7 millones de personas— hay también 9.000 desplazados que fueron arrastrados en su huida de los combates contra el ISIS. Samira ordena con un movimiento de manos la salida de su tienda de una horda de críos. Oriunda de la región iraquí de Ambar, llegó a este campo sirio hace dos años. Al igual que otras 1.900 familias, se ha registrado en las listas de la ONU para la repatriación. “Todos los días hay peleas entre ellos”, explica. Por “ellos” se refiere a quienes intentan imponer las normas del califato en Al Hol y los que rechazan obedecerlas.
Radicales del ISIS han logrado mimetizar la estructura del califato dentro de Al Hol y crear unidades de la hisba —policía religiosa—, así como un brazo ejecutivo de escuadrones de mujeres encargadas de los castigos a los que no siguen al califato: ejecuciones de los kufar (impíos en árabe), palizas o la quema de tiendas.
La operación antiterrorista de las FDS transcurre sin incidentes destacados pero con algún sobresalto, como el que causa una mujer totalmente cubierta que sale corriendo con un bulto bajo la abaya. La mujer es rápidamente neutralizada. Falsa alarma, no lleva explosivos, sino una riñonera con dinero, un móvil y joyas. Mujeres, hombres y niños son guiados hasta unas carpas habilitadas para tomar sus datos biométricos y muestras de ADN.
La reactivación de las células del ISIS en los campos de prisioneros es solo una muestra de los esfuerzos del grupo terrorista por resucitar el califato. En el norte y noreste de Siria (una franja que supone el 20% del territorio del país, con una población estimada en 2,5 millones de personas) se han incrementado los ataques, con 28 actos terroristas en febrero que han causado 30 muertos, según el Centro de Información de Rojava (formado por voluntarios sobre el terreno).
“El peligro de un renacimiento del Daesh [acrónimo en árabe para el ISIS] no es una exageración mediática, sino un temor real y fundado”, asevera en sus oficinas Siyamand Ali, comandante de las FDS. La milicia, que durante los últimos cinco años ha encabezado la lucha contra el ISIS sobre el terreno en Siria, ya no se enfrenta a un ejército, sino a una miríada de células durmientes compuestas, según el militar, por entre cinco y 10 miembros cada una. Diseminadas por toda la región, estas células llevan a cabo operaciones puntuales. Ya no cuentan con armas pesadas ni artillería, pero sí con cinturones explosivos y armas ligeras, suficientes para sembrar el caos entre la población y mantener una guerra de desgaste contra las milicias kurdo-árabes.
Al sur del río Éufrates y ya en zona bajo control del Ejército regular sirio, varios miles de yihadistas (no hay cifras oficiales, pero Damasco estimó hace un año que eran entre 2.000 y 3.000) se reorganizan y extienden su control en parte de la región de Al Badia, zona desértica situada entre Deir Ezzor, Homs y Palmira. “Allí el Daesh impone la zakat [impuesto religioso] a las tribus locales para financiarse”, prosigue Ali. Las FDS de Siria intentan desmantelar los canales de financiación que alimentan desde Irak, Arabia Saudí o Turquía las arcas del grupo terrorista.
Oídos en todas partes
Las FDS afrontan la guerra de desgaste de las células del ISIS al tiempo que intentan mantener la seguridad en los dos campos de familiares detenidos (Al Hol y Al Roj), con al menos 66.000 mujeres y niños en total, y en las cárceles, en las que hay 15.000 yihadistas. El peso de la lucha antiterrorista, insisten los portavoces políticos y militares de la zona, no puede recaer únicamente sobre las autoridades locales. “Los países de origen de los yihadistas tienen que hacerse cargo de sus nacionales o ayudar a mantener los campos y a llevar a los terroristas ante un tribunal penal internacional”, sostiene Nuri Mahmud, portavoz de las Unidades de Protección Popular (YPG, por sus siglas en kurdo), que forman parte de las FDS. Las FDS buscan el aval de la comunidad internacional para preservar su autonomía frente al Gobierno de Bachar el Asad en Damasco. “La reorganización del ISIS no es solo un peligro en los campos, sino para todo el norte de Siria y para el resto del mundo”, añade a las puertas de Al Hol. De momento, EE UU mantiene en el noreste entre 600 y 1.000 marines de apoyo a las fuerzas kurdas contra el ISIS.
Tras cinco horas de operación, las FDS comienzan el registro de tiendas en Al Hol. Descubren un túnel, se incautan de uniformes militares, así como de ordenadores y teléfonos móviles con material del ISIS. Posibles pruebas de que las células están coordinadas con el exterior. Los milicianos detienen a 21 personas, entre ellas a Abu Saad al Iraqi, un alto cargo del ISIS buscado desde hace tiempo por la seguridad del campo. Aún no se han localizado las armas. “Las células del Daesh tienen ojos y oídos por todas partes”, explica un oficial. Los habitantes del campo fueron alertados de la operación a través de los canales de Telegram a los que recurren los yihadistas. Soldados con detectores de metales peinan el terreno en busca de armas enterradas. El primer día de la operación, que durará otros nueve, toca a su fin.
La batalla pendiente de la desradicalización
El correccional para menores Al Houri, en el noreste del país, es exhibido como un centro pionero; 100 jóvenes de entre 12 y 17 años asisten a programas de desradicalización. Otras alrededor de 8.500 personas de esas edades viven dentro de los campos de Al Hol y Al Roj, según estimaciones de Save the Children. Están expuestos al radicalismo de parte de las madres, y son incitados a cometer actos violentos. También son animados a procrear futuros cachorros del ISIS, según fuentes de la administración de los campos. En Al Hol, muchas menores llevan el velo ya a los seis años.
Los programas de desradicalización no solo son necesarios para las cautivas y presos, sino también para las poblaciones locales tradicionalmente conservadoras que acogieron las ideas del ISIS en zonas desérticas, abandonadas por el Gobierno sirio, como Deir Ezzor, Raqa o Mayadin. Las tribus árabes locales han logrado que se apruebe una suerte de amnistía para liberar a unas 25.000 sirias con sus hijos (han salido ya entre 5.000 y 6.000), que retornan tras un lustro bajo el califato.
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