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La agenda homófoba de los cristianos ultraconservadores de EE UU cala en Uganda

La dura ley antigay del país africano ha sido aprobada tras una larga campaña promovida por ciertos grupos religiosos de EE UU en el continente para estigmatizar las relaciones entre personas del mismo sexo

Uganda
El parlamentario John Musila, vestido con una túnica con mensajes anti-LGTBI, entra en el Parlamento ugandés para votar la nueva ley anti-gay el pasado 21 de marzo de 2023.Ronald Kabuubi (AP)

En una publicación de 2009, el zambiano Kapya Kaoma documentó un fenómeno al alza. Grupos evangelistas de Estados Unidos estaban sembrando Uganda de odio contra los homosexuales. Su público objetivo —explicaba ya entonces este pastor anglicano —no era tanto el pueblo llano, sino, ante todo, las élites políticas. Hacía años que la ultraderecha cristiana estadounidense había desembarcado en el país africano con su arsenal de fanatismo pseudo-bíblico. En su cruzada por la familia tradicional, argumentaba Kaoma, Uganda aparecía como tierra prometida. Una inmensa cantera de almas cándidas aún no corrompidas por la decadencia moral de Occidente.

Aquel mismo 2009, el Parlamento de Uganda inició un proceso legislativo para criminalizar la homosexualidad. El primer borrador de la ley —conocida en inglés como Kill the Gays (mata a los gais)— incluía penas de muerte para casos “agravados”. El texto definitivo sustituyó la pena capital por la cadena perpetua como condena más severa. Fue aprobado en 2014 y tumbado poco después por el Tribunal Constitucional.

El caso ugandés teje una confusa maraña de dialéctica neocolonial. Los promotores de la ley se han erigido como custodios de teóricas esencias locales. Según ellos, el africano siempre ha sido netamente heterosexual

La ley permaneció en barbecho hasta que, con algunos cambios (reincorporación de la pena de muerte en algunos casos o castigo de la promoción homosexual), quedó refrendada el pasado mayo. “Llevo mucho tiempo advirtiendo de fuertes presiones externas para aprobar este tipo de legislaciones, en Uganda y en todo África”, lamenta Kaoma por videoconferencia.

La opinión más extendida es que el diputado David Bahati, hoy ministro de Comercio e Industria, fue el artífice intelectual de Kill the Gays, así como de sus revisiones posteriores. Kaoma no tiene dudas sobre quién ejerció de autor en la sombra: Scott Lively, fundador de Abiding Truth Ministries, un grupo con sede en Massachusetts (EEUU).

Lively ha hecho carrera llevando la “conspiranoia” homófoba hasta límites siniestros. Defiende oscuras teorías, siempre con los gais en el epicentro del mal. Su libro The pink swastika (La esvástica rosa) desliza que los gerifaltes nazis eran homosexuales. Lively gusta de asociar genocidio étnico y relaciones entre personas del mismo sexo. Según él, el genocidio ocurrido en Ruanda a mediados de los 90 también escondía alguna demoníaca estratagema vinculada con la comunidad LGTBIQ.

Redactara o no el borrador original de una de las legislaciones anti-gais más implacables del mundo, lo cierto es que Lively causó furor en 2009 durante una intervención pública en Kampala, la capital de Uganda. Había sido invitado por Stephen Langa, director de Family Life Network, firme defensora de judicializar los actos homosexuales. Allí desplegó, ante una audiencia de congresistas y líderes religiosos, sus tesis cargadas de inquina. “Muchos de los asistentes escucharon por primera vez que existe una supuesta agenda gay global para destruir a la familia”, recuerda Kaoma. “O que normalizar la homosexualidad equivale a aceptar la pederastia o el bestialismo”, añade este pastor anglicano.

Dialéctica neocolonial

La conexión Langa-Lively es una de tantas que dibujan la influencia evangelista sobre la fiebre homófoba que hoy vive Uganda. Allí se ha ido asentando un estigma maldito, una intolerancia cocida a fuego lento que ha cristalizado en norma. Y que, en una retroalimentación sin freno, la ley está exacerbando.

El ministro Bahati ha reconocido públicamente su simpatía por The Fellowship, otra organización estadounidense que suele moverse bajo una pulcra discreción. Y el pastor pentecostal Martin Ssempa, principal azote de los gais en los púlpitos del país, mantuvo en la primera década de este siglo excelentes relaciones con el californiano Rick Warren, otro homófobo sin tapujos, si bien crítico con el rigor de la ley ugandesa. Una postura que Ssempa reprochó a Warren en una carta abierta cuando se cocinaba Kill the Gays.

El caso ugandés teje además una confusa maraña de dialéctica neocolonial. Los promotores de la ley se han erigido en custodios de teóricas esencias locales. Según ellos, el africano siempre ha sido netamente heterosexual y hasta hace poco, libre de desviaciones germinadas en Occidente y de ideas contranatura, cuasi satánicas, que empezaban a pervertir la inocencia de la juventud ugandesa. En nombre de Dios, había que cortar eso por lo sano. Al mismo tiempo, esa defensa con mano de hierro, sin contemplaciones, de la pareja hombre-mujer ha sido azuzada insistentemente por organizaciones de la gran potencia occidental. En Uganda, pareciera que homosexualidad y homofobia punitiva se inspiraran ambas en constructos foráneos.

En un artículo publicado el pasado marzo en Foreign Policy, el fundador del portal Minority Africa, Caleb Okereke, resuelve con agudeza esta paradoja. Los evangelistas, explica Okereke en su texto, han triunfado en Uganda autoproclamándose pioneros de la resistencia contra el llamado lobby LGTBIQ. Como si conocieran al enemigo bien de cerca y hubieran ido a advertir sobre sus maléficos planes a los incautos ugandeses. Emprendieron su misión en los años 2000 y, desde entonces, no han aflojado en su empeño. “Su papel no se ha sobredimensionado. Si acaso, se ha infravalorado, ya que hay muchas cosas que no sabemos”, dice Okereke en conversación telefónica.

Nigeriano de nacimiento, residente en Uganda durante cinco años, Okereke vive hoy en Denver (EEUU). Asegura que “la homofobia ya existía” en el país africano “antes de que estos grupos entraran en juego, aunque en un grado debatible”. Apunta que la progresiva salida del armario de los gais ugandeses ha tenido su importancia en la reacción ultraconservadora. Pero añade que la derecha cristiana estadounidense “ha contribuido mucho a crear pánico”, muy especialmente con su retórica de reclutamiento. Para muchos evangelistas, dice Okereke, los gais no se conforman con serlo. Siempre aspiran a convertir a nuevas hornadas de chicos y chicas para su causa.

Para muchos evangelistas, los gays no se conforman con serlo. Siempre aspiran a convertir a nuevas hornadas de chicos y chicas para su causa.
Caleb Okereke, fundador de Minority Africa

El fundador de Minority Africa pone ejemplos de jóvenes ugandeses que han relatado ante los medios sus trayectorias de caída y salvación. Historias con un hilo común: hombres sin escrúpulos que les manipularon para hacer porno gay y les abocaron a años de perdición. Tras un abismo de pecado, siempre un final feliz de renacimiento espiritual. Muy en línea con los postulados de Exodus International, una organización estadounidense de gais arrepentidos que cesó su actividad en 2013. Su entonces vicepresidente, Dan Schmierer, también intervino en la conferencia de 2009 en Kampala, aquella exaltación anti-LGTBIQ en la que Scott Lively tuvo su gran momento de gloria africana.

Okereke explica que esa narrativa de contagio gay ha generado un clima de caza de brujas en la sociedad ugandesa. Una atmósfera de miedo que también ha calado en el Parlamento del país. Solo dos diputados se han opuesto a la ley. “Se les ha llamado de todo. Por supuesto, también se ha dicho que son gais y, como tales, pervertidores de la juventud”, asegura.

Escuchados por “ser blancos”

Kaoma ahorra eufemismos al razonar por qué individuos como Lively han gozado de tanto predicamento entre las altas esferas ugandesas. “Él y otros se han beneficiado de ser blancos, de sus privilegios por el hecho de serlo. Ese ha sido el poder de Scott Lively o Family Watch International (FWI)”, destaca.

Creada por Sharon Slater, con sede en Arizona (EEUU), FWI aparece en varias investigaciones de Open Democracy que destapan sus vínculos con la cúspide política de Uganda, incluida la primera dama del país, Janet Museveni. Su director, Lynn Allred, afirma en respuesta a un cuestionario por correo electrónico que su organización “se opone a cualquier tipo de violencia contra los homosexuales” y que “jamás ha apoyado la ley ugandesa”. Muy al contrario, continúa, ha intentado suavizar el texto y que se retiren sus penas más duras. Oficialmente, FWI aboga —en Uganda, EEUU y el resto de países donde opera— por las terapias de conversión como forma predilecta de abordar las pulsiones homosexuales.

Allred sospecha que la mala prensa de FWI en los últimos meses —basada en “mentiras”— responde a una “campaña mediática” para ensuciar su imagen. En especial, debido a la lucha que mantiene contra la “agenda de educación sexual que Naciones Unidas está imponiendo en África”, en una muestra de “imperialismo cultural”. Para el director de FWI, la corriente homófoba en Uganda “es un movimiento orgánico africano, posiblemente motivado por no gustarles allí lo que está ocurriendo en los países desarrollados”.

Cuestionado sobre estas declaraciones de Allred, Kaoma espera unos segundos antes de responder, algo agitado: “¿Piensa que lo iban a reconocer [haber abogado por criminalizar la homosexualidad en Uganda]? ¡Claro que no! FWI y el resto llevan tiempo jugando al mismo juego. Hacen el trabajo sucio off the record. Van esparciendo su odio y su sinsentido. Luego, ante el público, se lavan las manos y hacen creer que la culpa es de los africanos porque somos unos salvajes”.

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