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Los artistas nigerianos buscan proyección internacional, en un país en el que dos tercios de la población es pobre

La falta de un mercado local estructurado empuja al arte contemporáneo africano fuera del continente, pero los creadores buscan que en el extranjero no se les defina únicamente por su procedencia, sino por sus obras

El pintor Paul Oyetunde Ogunlesi muestra sus obras en su estudio de Lagos, Nigeria.
El pintor Paul Oyetunde Ogunlesi muestra sus obras en su estudio de Lagos, Nigeria.David Soler

Paul Oyetunde Ogunlesi se pone el mono vaquero, coge una de sus brochas, abre un bote de pintura azul y se pone a perfilar el último de sus cuadros. En él aparecen mujeres lesbianas que forman parte de su nueva serie Alegorías de memorias compartidas. “En estas obras exploro el concepto del género y la aceptación de las personas tal como son”.

Ogunlesi vendió su primer trabajo hace siete años y con el dinero que ganó pudo comer durante dos semanas. “Ahí fue cuando supe que era lo mío”, dice el artista de 27 años desde su pequeño estudio en Ikorodu, al este de Lagos, en Nigeria. En las apenas 56 baldosas donde trabaja cabe una mesa con cincuenta botes de pintura, dos sillas, dos cuadernos en los que dibuja a lápiz y más de 450 obras de arte enrolladas en lienzo que forman alfombras gruesas tiradas por el suelo.

Desde aquella primera venta, tan solo ha conseguido vender 50 de sus trabajos, pero busca hacerse un hueco en el mercado del arte moderno y contemporáneo africano. Ogunlesi pinta figuras de cuerpo entero, pero les corta la cabeza. “Hablo de temas universales como la muerte, el amor, la esperanza o la fe. Mis obras no necesitan caras”, reivindica.

La mayoría de la gente no viene a mi estudio, solo ve mis trabajos en redes sociales
Paul Oyetunde Ogunlesi, artista nigeriano

Dos de estos trabajos han estado entre febrero y marzo en la galería neoyorquina Harsh Collective, que organizó la exposición colectiva Tight Knit, en conmemoración del Mes de la Historia Negra. Estos espacios ayudan a dar visibilidad a jóvenes artistas, pero también genera una preocupante tendencia occidental al encorsetar el arte procedente de África como una corriente aparte que no puede exponerse junto a otros.

Esta situación incomoda a Ogunlesi, que busca ser reconocido por su trabajo y no por ser africano. “Mis personajes en las pinturas no son nigerianos, podrían ser blancos, pero los pinto de negro. Aspiro a ser un artista que genere conversaciones, no que se me ponga la etiqueta de africano o nigeriano”, reivindica desde su estudio. “Todavía hay subastas de arte africano, lo cual es extraño porque el arte se basa en el periodo, no según la geografía”, agrega Oliver Enwonwu, exdirector de la Sociedad de Artistas Nigerianos.

No hay mercado para el arte en Nigeria

Ogunlesi suelta la brocha, coge su móvil y entra en Instagram. “Esto es nuestra gran oportunidad. La mayoría de la gente no viene a mi estudio, solo ve mis trabajos en redes sociales”, explica el pintor, que cuenta con más de 8.500 seguidores en esta red social. Su futuro laboral, dice, pasa por vender sus cuadros entre quienes le siguen a través de la pantalla.

En 2021, las ventas de arte africano en el mundo aumentaron un 44% hasta un récord de 67,5 millones de euros, empujadas principalmente por el auge de artistas jóvenes, cuyo valor aumentó en un 121% en tan solo un año, según el ArtTactic Modern & Contemporary African Artist Market Report 2016-2021. El mercado nigeriano está orientado al extranjero y a unos pocos nigerianos de clase alta, pero no a la masa social del país. “Mi trabajo no es para un nigeriano medio, pocos pueden apreciar el arte y conectar con él”, afirma Ogunlesin.

Obra de Paul Oyetunde Ogunlesi, que no pinta cabezas a sus personajes. “Hablo de temas universales como la muerte, el amor, la esperanza o la fe. Mis obras no necesitan caras”.
Obra de Paul Oyetunde Ogunlesi, que no pinta cabezas a sus personajes. “Hablo de temas universales como la muerte, el amor, la esperanza o la fe. Mis obras no necesitan caras”.David Soler

Uno de los motivos es que el arte no es prioridad en un país donde casi dos tercios de la población vive bajo el umbral de la pobreza, con menos de 2,15 dólares al día. “No importa lo buenas que sean las obras, seguirá sin ser interesante para ellos porque tienen que poner comida en su mesa”, opina Enwonwu. “En Occidente el suministro eléctrico o el agua no es un problema. No puedes decirle a un hombre que gana poco al mes que venga a ver arte”, añade.

Oliver Enwonwu es hijo de Ben Enwonwu, considerado el padre del arte contemporáneo nigeriano. En 2018, 24 años después de su muerte, su obra Tutu, conocida como la Mona Lisa Africana, se vendió por 1,3 millones de euros en la casa de subastas británica Bonhams. Un año después, se superó esa cifra con Christine, del mismo autor, por la que se pagó 1,4 millones de euros en un Sotheby’s. Antes de estas dos cantidades astronómicas, en 2017, el valor de las ventas de arte nigeriano tan solo en Londres había sido de 4,3 millones de euros, cinco veces más que en Lagos, según datos del último informe del mercado del arte nigeriano.

La falta de una demanda local hace que el mercado no esté conectado ni regulado. “No tenemos un sector del arte como debería ser, tenemos gente en la diáspora. Deberíamos contar con tasadores y espacios de arte propios construidos con una temperatura correcta”, lamenta Enwonwu.

Las galerías internacionales promocionan la obra, pero no a los artistas y eso es explotación
Oliver Enwonwu, Galería Omenka en Lagos

Las iniciativas de apoyo que hay son privadas, como la Galería Omenka que Enwonwu abrió en honor a su padre en el que era el salón de su casa familiar en Lagos para promocionar a jóvenes artistas nigerianos. “Como pintor veo a otros con dificultades y me gusta ayudarles”, dice. Este febrero, ha expuesto obras de Derek Jahyem Jombo-Ogboi y Olubankole Olabode, cuyos cuadros se venden por cantidades entre los 3.800 y 7.500 euros.

Enwonwu critica al gobierno nigeriano por no poner de su parte para hacer crecer el sector. “El arte está en la cola, dan más importancia a la industria del cine, que es más visible, que se puede ver en la televisión sin necesidad de desplazarse a una galería”, afirma.

Ganarse la vida en el extranjero, tarea difícil

Aun así, ganarse la vida en el extranjero no es fácil. Las obras de Ogunlesin ya han viajado por Marruecos, Sudáfrica y Londres, pero él todavía no ha salido de Nigeria. “Algunas galerías no te pagan para desplazarte, simplemente ponen imágenes digitales de tus cuadros”, explica.

Enwonwu critica la avaricia occidental de las casas de subasta occidentales, ya que muchas no dan la oportunidad a los artistas locales de poder brillar en el extranjero. “Las galerías internacionales promocionan la obra, pero no a los artistas y eso es explotación. Saben que una vez que el artista viaja puede hacer sus contactos con coleccionistas, y eso no les interesa”, critica.

A ello se suma la comisión. Ogunlesi firmó un contrato con la galería Harsh Collective de Nueva York por la que la institución se llevaría un 50% del precio de venta de sus cuadros, una tasa que asegura que es habitual en el mercado. Las dos obras expuestas tienen un precio de 2.100 dólares estadounidenses (algo más de 1.900 euros), lo que implica que el artista se queda menos de mil euros.

Cuando empecé a vender más, entendí que mi precio inicial era muy, muy bajo
Matthew Eguavoen, artista nigeriano

La falta de contacto directo con el exterior complica a los artistas africanos poner un precio adecuado a sus creaciones en el mercado occidental. “He vendido obras por 2.000 dólares, 1.000 e incluso 800, pero me gustaría adecuar los precios en el futuro”, asegura Ogunlesi. Ahora valora una de sus últimas obras, todavía sin nombre, de su nueva serie Alegorías de memorias compartidas, en 2.950 dólares estadounidenses (2.700 euros).

A pesar de las dificultades, Ogunlesi sabe que triunfar pasa por vender fuera del país y del continente. “Ver a mis colegas haciendo cosas grandes me motiva”, asegura. Uno de ellos es su amigo Matthew Eguavoen. El suyo es un caso de éxito prematuro: en 2021 vendió sus dos primeros trabajos a un coleccionista extranjero por 16.000 euros y, un año más tarde, la galería parisina Afikaris le dio la oportunidad de tener su primera exhibición internacional.

Oliver Enwonwu, hijo de Ben Enwonwu, considerado el padre del arte contemporáneo nigeriano, en su galería de arte en Lagos, que abrió en honor a su padre, junto a las obras de Derek Jahyem Jombo-Ogboi y Olubankole Olabode.
Oliver Enwonwu, hijo de Ben Enwonwu, considerado el padre del arte contemporáneo nigeriano, en su galería de arte en Lagos, que abrió en honor a su padre, junto a las obras de Derek Jahyem Jombo-Ogboi y Olubankole Olabode.David Soler

“Cuando empecé a vender más, entendí que mi precio inicial era muy, muy bajo”, asegura en conversación telefónica desde París, donde ha vuelto un año después para exponer en la misma galería. Ingeniero de profesión y sin estudios artísticos, Eguavoen suele pintar retratos con colores vivos, una característica que predomina en las obras de muchos artistas contemporáneos nigerianos.

Las caras que pinta tienen siempre la misma expresión seria. “La mayoría de la gente no es feliz. La miseria es fácil de vender. La gente compra más y se siente más identificada con eso que con una felicidad falsa”, asegura el artista, de 35 años, que tiene su base en Lagos.

Contar realidades locales al mundo

Los dos artistas reflejan en su trabajo lo que viven en su día a día. “Nuestras experiencias dan forma a quiénes somos: en qué familia nacimos, en qué sociedad vivimos, cómo está la economía o el país”, dice Eguaoven, cuyo estudio se ubica también en Lagos.

Esa realidad local se cuela también en los lienzos de Ogunlesi. “La seguridad en Nigeria es una misión solitaria, tienes que mirar por ti mismo y volver a casa pronto para que no te pase nada”, dice el artista desde su estudio. La inseguridad es la principal preocupación de los nigerianos y casi dos de cada tres tienen miedo de caminar por su barrio, según una encuesta de Afrobarometer.

Hace un año le robaron el móvil en la calle y lo ha reflejado en su serie de dos cuadros Tracking check out time (Seguimiento de la hora de salida, en inglés). En cada uno sale un chico con un móvil en la mano e incluye un pequeño escarabajo en un círculo, un detalle que suele incluir en sus cuadros como guiño a su cultura: “En mi etnia, la yoruba, el escarabajo es símbolo de resistencia, de que uno siempre encuentra su camino”. Para artistas como Ogunlesi, su camino es un billete de avión que les lleve, junto a sus obras, rumbo a Europa o Estados Unidos.

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