África se resiste a tomar partido ante la guerra de Ucrania
Casi la mitad de países africanos no ha condenado expresamente la agresión de Rusia. Hay razones económicas, geoestratégicas e ideológicas que explican el silencio, y la neutralidad puede contener también una crítica implícita a la hipocresía de Occidente
El pasado 2 de marzo, tras una semana de guerra abierta en Ucrania, la Asamblea General de la ONU aprobó una resolución de condena a la invasión de Rusia. El documento fue respaldado por amplia mayoría, con 141 votos a favor entre los 193 estados miembros. Cinco votaron en contra y 35 se abstuvieron, ausentándose los 12 restantes. Para sorpresa de algunos, el voto africano estuvo mucho más dividido: 28 estados a favor, 17 abstenciones, ocho ausencias y un voto en contra (Eritrea).
Con 54 estados miembros, casi la mitad de África optó por no denunciar expresamente la agresión rusa. “Varios diplomáticos europeos y estadounidenses en África me confesaron entonces su decepción y frustración ante la falta de un apoyo espontáneo y decidido a Ucrania”, cuenta Liesl Louw-Vaudran, investigadora del Institute for Security Studies, un think tank panafricano con sede en varios países del continente.
El asombro ganó enteros el 7 de abril, cuando la Asamblea General votó de nuevo, esta vez para decidir si expulsaba o no a Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Solo diez estados africanos manifestaron con su sufragio que la expulsión era merecida. Predominaron las abstenciones (24), aumentaron –respecto a la votación del 2 de marzo– las ausencias (11) y se dispararon los votos en contra (9).
Una combinación de fría realpolitik y sólida tradición de no alineamiento explica, según los expertos consultados, el grueso de la postura africana ante el conflicto en Europa. O, más concretamente, ante las declaraciones de rechazo al ataque de Rusia elaboradas en el seno de la ONU. Leyendo entre líneas, se adivinan otras razones más sutiles, enraizadas en el trato dispensado a África por Occidente a lo largo de la historia. También en los dobles raseros y contradicciones que abundan en la política mundial, tan patentes en las reacciones al conflicto europeo. Con su equidistancia, sostienen algunas voces, varios países del continente podrían estar lanzando mensajes en clave que solo corresponde descifrar a quien se dé por aludido.
El motivo de mayor peso en la neutralidad de tantos países africanos no es otro que el puro interés nacional: no es momento de cerrarse puertas
Según el nigeriano Olayinka Ajala, profesor de relaciones internacionales en la Leeds Beckett University (Reino Unido), el motivo de mayor peso en la neutralidad de tantos países no es otro que el puro interés nacional: “Así me lo han transmitido varios políticos africanos. Piensan que no es momento de cerrarse puertas, menos aún tras el impacto económico de la pandemia”. Aunque el comercio de África con Rusia se antoja exiguo respecto al que la región mantiene con la Unión Europea, China o Estados Unidos, va al alza y resulta notable en bienes esenciales como el trigo (al importar) y en minerales escasos (en cuanto a exportaciones).
Más aún, el gigante eslavo es, desde hace ya algunos años, el país que más armas vende en África. Ajala observa también una suerte de mano invisible que dicta –con el poder blando de las potencias hegemónicas– qué conviene hacer en cada momento: “No pocos gobernantes opinan que China [quien se abstuvo en la votación del 2 de mayo] apoya de alguna forma a Rusia, así que siguen sin más al país asiático ante su influencia creciente en el continente”.
Socios de Moscú
Hay países en África cuya tibieza parecía más previsible. Allí gobiernan, en palabras de Joseph Stiegle, director de investigación en el Centro Africano de Estudios Estratégicos, “líderes absorbidos por Moscú, que les ayudó a alzarse con el poder”. Ya fuera suministrando armamento o mediante la participación directa de los mercenarios del Wagner Group. Mali y la República Centroafricana serían ejemplos paradigmáticos.
Para Siegle, un segundo grupo de estados absentistas lo conforman países sin “estrechos lazos con Rusia, pero con una conexión en su manera de hacer política: autoritaria y crecientemente represiva”. El norteamericano pone de ejemplo a Zimbabue, Sudán del Sur y Guinea. Por último, un tercer grupo (Senegal, Etiopía o Sudáfrica) se mueve ante todo, continúa el experto, por “razones ideológicas, ya que creen sinceramente en la importancia de no alinearse, tal y como hicieron durante la Guerra Fría”.
Louw-Vaudran anima a no minusvalorar –cegados por las evidencias geoestratégicas– los juicios morales y el peso de la historia en la neutralidad africana. En su opinión, “persiste un fuerte sentimiento antioccidental alimentado por el sufrimiento que provocó en África la época colonial, y que aún producen diversas maneras de neocolonialismo”. Los agravios pasados podrían estar legitimando argumentos actuales. Retorcidos quizá, incluso con cierta dosis de cinismo, pero que en parte explicarían, según la investigadora sudafricana, las dinámicas del voto en la sede de la ONU en Nueva York: “Para algunos países, el sí a las recientes resoluciones de la Asamblea General equivale a hacerle el juego a la Unión Europea y a Estados Unidos”.
Salta a la vista la paradoja que supone criticar el imperialismo occidental, precisamente guardando silencio ante la invasión, por parte de un enorme país, de su vecino más pequeño. No pocos interpretan la guerra de Ucrania como una continuación del afán expansivo zarista y soviético, cuyos estragos no sufrió África, pero sí muchos países de Europa y Asia. “Esto pone en una situación incómoda a los países que han preferido callar ante una violación flagrante de la soberanía nacional y la integridad territorial”, sostiene Siegle.
De hecho, las justificaciones étnicas de Vladímir Putin para atacar Ucrania (su teórica defensa de los rusoparlantes en el Donbás) podrían sentar un precedente nefasto para África. En una intervención muy comentada, el embajador de Kenia ante la ONU, Martin Kimani, recordó a Rusia que la escuadra y cartabón con que Europa dividió el continente no atendió a ninguna lógica etnolingüística. “Si nos hubiéramos empeñado en crear estados homogéneos [...], aún estaríamos librando guerras sangrientas”, dijo.
Persiste un fuerte sentimiento antioccidental alimentado por el sufrimiento que provocó en África la época colonial, y que aún producen diversas maneras de neocolonialismoLiesl Louw-Vaudran, investigadora del Institute for Security Studies
Ajala apunta que algunas actitudes no ayudan a que África denuncie sin titubeos la arrogancia imperialista, bélica o no, ocurra donde ocurra, sea quien sea el agresor. El nigeriano muestra indignación –ostensible incluso por videoconferencia– ante unas palabras de Linda Thomas-Greenfield, embajadora de Estados Unidos ante la ONU, pronunciadas poco después de la votación del 2 de marzo. Así habló Thomas-Greenfield: “Lo que saco en claro es que tenemos que hacer un esfuerzo extra para ayudar a estos países [que no votaron a favor de la resolución] a entender el impacto de la agresión de Rusia”. Ajala traduce qué significa, para él, este paternalismo condescendiente en los oídos de África: “Es como si nos dijera que no sabemos lo que queremos, que somos como niños que no pueden pensar por sí mismos”.
Agravio comparativo
Tanto Louw-Vaudran como Ajala interpretan también la equidistancia africana como una forma indirecta de protestar contra la hipocresía de Occidente y, muy en particular, de Estados Unidos. Muchos líderes se niegan a participar en lo que consideran una auténtica farsa, con definiciones ad hoc para hechos demasiado parecidos. Según esta visión maniquea, la guerra de Ucrania es un baño de sangre ordenado por un criminal de guerra (Putin), pero la de Irak fue una campaña preventiva de legítima autodefensa.
En realidad, ambas se sustentaron en burdas mentiras, pero Estados Unidos, se quejan muchos africanos, trata de imponer una única verdad. “La gran hipocresía se da en la Corte Penal Internacional, que EEUU boicoteó para evitar que se investigaran sus actos en Irak y Afganistán, y ahora apoya decididamente para que se persiga cuanto antes a los criminales de guerra rusos”, señala Ajala. Aunque Siegle no suscribe que los casos de Irak y Ucrania sean tan similares, sí admite “una falta de consistencia” occidental. No obstante, piensa que su denuncia subyacente –en modo neutralidad– tiene “poco recorrido como argumento”, ya que, si uno “se opone a lo que ocurrió en Irak, con la misma o más razón debe oponerse a lo que está ocurriendo en Ucrania”.
En un análisis publicado en la web de Al Jazeera, lleno de honestidad y autocrítica, el escritor keniano Patrick Gathara trata de encajar las muchas piezas que explican por qué África es, con diferencia, el continente con menor proporción de condenas explícitas a Rusia. Gathara desglosa razones citadas con frecuencia y otras de eco más reducido. Pero, sobre todo, da altavoz a los chirridos que generan los dilemas morales a los que enfrenta cualquier guerra. Exhibe las piruetas dialécticas de los países (en África y en todo el mundo) para posicionarse ante el conflicto sin desvelar las costuras de sus propios pecados.
Gathara critica que muchos países del continente miren hacia otro lado ante las atrocidades del Ejército de Rusia, pero recuerda que la UE sanciona con dureza y condena al unísono, mientras sigue comprando ingentes cantidades de gas al agresor. Lamenta el agravio comparativo en el trato a refugiados según el color de su piel, aunque admite que no siempre los países africanos en paz dan la bienvenida a aquellos que huyen de zonas en conflicto. Sin paños calientes, reconoce incluso que algunos africanos se están permitiendo el lujo de mirar lo que ocurre en Ucrania con fría indiferencia. La misma que tan acostumbrados están a recibir del Norte cuando son ellos los que sufren.
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