Uniformes gratis y cajas que guardan secretos para reforzar una educación no tan gratuita
Los estudios primarios son gratis en Kenia, pero sigue habiendo obstáculos que dificultan la escolarización de los niños. Dos ideas ingeniosas y sencillas están ayudando a reducir las tasas de abandono escolar
En enero de 2003, el Gobierno keniano puso en marcha su política de educación primaria gratuita. Sin embargo, los estudiantes aún encuentran numerosos obstáculos que les impiden aprovechar al máximo esta valiosa oportunidad. Los colegios exigen que todos los alumnos lleven uniforme, algo que muchos padres no pueden permitirse. Además, en África es frecuente que los niños tengan que hacer frente a los problemas ellos solos. Que los padres y los hijos hablen francamente se considera vergonzoso e irrespetuoso por ambas partes, de manera que muchos pequeños lidian con sus preocupaciones sin decírselo a nadie y sin ayuda.
Con el fin de que los estudiantes saquen más partido de la formación gratuita, se iniciaron dos campañas que ahora cosechan sus frutos: Ficha Uchi y Talking Boxes.
En marzo de 2016, una madre, Elizabeth Wanhoji, se puso en contacto con Billian Okoth de Music Family, una organización que ofrece becas, servicios de desarrollo del talento y capacitación juvenil a los habitantes de Mathare, un barrio marginal de Nairobi. Wanhoji quería que la organización les comprara uniformes a cuatro niñas del suburbio porque los que usaban para ir al colegio estaban muy viejos. Okoth, de 27 años, músico y fundador de Music Family, hizo una visita a la escuela con algunos amigos. Vio que había más alumnos que los necesitaban, y así nació Ficha Uchi.
Ficha Uchi es una expresión en suajili que significa “cubre tu desnudez”. El objetivo inicial de la campaña era proporcionar uniformes a los niños de los suburbios de Mathare. Okoth nació y creció allí, y sabe por experiencia lo que es vestirse con un traje harapiento.
“Yo iba al colegio lleno de jirones, y sé lo que se siente”, recuerda. “En las barriadas de Mathare casi la mitad de los estudiantes van a clase con la ropa rota porque sus padres tienen muy pocos recursos. Si tienen que elegir entre comida, casa y vestimenta, especialmente uniformes, que se consideran un lujo, estos siempre tendrán que esperar. Esto me animó a asegurarme de que la próxima generación estuviera protegida del ridículo”.
Según un estudio realizado en Kenia por Poverty Action Lab, hasta diciembre de 2002 los alumnos tenían que pagar cuotas escolares para asistir a la escuela primaria. Pero en enero de 2003, las nuevas medidas gubernamentales establecieron no solo la gratuidad de las mismas, sino también de los cuadernos y los libros de texto básicos. El resultado fue un aumento espectacular de la escolarización. Sin embargo, los centros educativos exigen que los alumnos lleven uniforme, y la experiencia indica que reducir los gastos escolares facilitando estas prendas, entre otros incentivos, fomenta la asistencia.
“Cuando iba a primaria llevaba los pantalones destrozados, con parches y agujeros por todas partes. Los niños se reían de mí y me llamaban linternas y vídeo por los dos parches del fondillo de los pantalones del uniforme. (Los motes linternas y vídeo tienen que ver con el hecho de que los parches siempre son de tela nueva de buena calidad, y rara vez del mismo color que el uniforme, de manera que destacan del resto de la prenda, lo cual recuerda a una linterna o a la lente de una cámara). Esto era malo para mi amor propio y hacía que me apartara de los otros compañeros. Era un marginado”, relata Okoth.
Actuamente, Ficha Uchi reparte estos trajes por todo el país: en Nairobi, Kiambu, Kakamega, Machakos y Bondo. En un año han entregado 3.000 unidades en 30 escuelas diferentes, lo que supone una media de 100 por centro.
Por el camino han sufrido algunos tropiezos. “No hemos sido muy regulares porque dependemos de que la gente y las organizaciones se sumen al proyecto, mientras que nosotros vamos a remolque de su calendario. Necesitamos una estructura que nos haga sostenibles en el futuro y en la que las modistas puedan confeccionar prendas para los niños necesitados, porque suministramos a colegios que ya llevan tiempo funcionando a cambio de una compensación económica. De momento, hemos creado una red de voluntariado con 1.000 estudiantes de cinco universidades”, explica el promotor del proyecto. Los voluntarios se ocupan de la investigación, las comunicaciones y la mercadotecnia. Cuando Ficha Uchi celebra algún acto, ayudan a organizarse con las escuelas cocinando y echando una mano a las costureras.
Rosemary Anyango es la jefa de modistas de Kibera. “Estoy muy contenta de formar parte de un grupo de personas que han traído mejoras a la comunidad. Sé que estamos cambiando la vida de un niño. La compensación económica es muy pequeña, pero ayudar me hace feliz. Recibimos el material y luego cinco sastras de diferentes suburbios de Nairobi y yo misma los cosemos para un grupo de alumnos elegidos de diferentes colegios”.
“Quiero que el uniforme sea lo último por lo que tenga que preocuparse un niño”, declara Okoth. “Los que están en mal estado afectan a su amor propio, a su confianza y a cómo se relacionan con los demás niños en el colegio. Hace que queden rezagados en las tareas escolares porque se sientan al fondo de la clase y no se levantan para contestar a las preguntas. Mi motivación y mi lucha es conseguir que todos los niños tengan un atuendo decente para garantizar la igualdad”.
Cajas que guardan secretos
En Kibera, el mayor barrio chabolista del África subsahariana, sufrir en silencio mientras se soporta un problema ha sido la norma para muchas niñas. Las malas condiciones de vida se suman a las dificultades económicas, pues los habitantes del asentamiento trabajan como obreros ocasionales en empleos muy poco cualificados en la zona industrial cercana, y viven con menos de dos euros al día. A menudo no tienen dinero para comprar comida y medicinas o para pagar los gastos derivados de la educación. La escasez de agua potable expone a los habitantes de Kibera a una larga lista de penalidades, entre ellos el maltrato. El problema es especialmente grave en el caso de los niños.
La nueva plataforma de comunicación Talking Boxes [cajas que hablan] facilita que las niñas hablen abiertamente de los problemas de los que no pueden conversar con sus padres. La gestiona Polycom Development, una organización fundada para dar respuesta a la violencia y la explotación sexual a las que se enfrentan las jóvenes de Kibera. Su finalidad es ayudar a las niñas a compartir lo que les pasa y lo que sienten.
Ann (un nombre ficticio) es una estudiante de sexto de la Academia Adventure que tiene miedo de hablar con su madre. “Vivo con mi padrastro”, cuenta. “En las vacaciones del año pasado le dije a mi madre que quería visitar a mi padre, que vive en el pueblo, y ella me pegó. Como me da miedo que vuelva a hacerlo, ya no le cuento nada”.
Un niño de Kibera se enfrenta a numerosos problemas en el paso de la adolescencia a la edad adulta. Los pequeños viven en el entorno casi siempre hostil del suburbio, caracterizado por el desempleo, la infravivienda, el gran tamaño de las familias, la delincuencia violenta, las drogas y el alcoholismo. Un informe del Centro de Investigación e Información sobre Seguridad indica que la causa del 61,2% de los delitos cometidos en los barrios chabolistas es el alto desempleo juvenil, mientras que la pobreza y el consumo de bebidas y drogas ilegales están detrás del 11,3% y el 9,5% respectivamente. Los jóvenes no se dedican a cometer delitos que necesiten tecnología o aplicaciones informáticas, sino a la extorsión, las conexiones ilegales a la red eléctrica, la violación y el robo con violencia. También son víctimas de una cultura retrógrada que afirma que un niño no puede cuestionar a un adulto cuando este viola sus derechos.
Ann está agradecida a Talking Boxes porque tiene una manera de expresarse sin miedo a los golpes. “Puedo hablar libremente sobre mi padre desde el anonimato. Me doy cuenta de que no podré verlo, pero cuando escribo las notas sé que alguien está escuchando y ayudándome a afrontarlo”, reconoce la joven.
Jane Anyango, fundadora de la plataforma, cree que compartir notas anónimas es muy útil. Las notas se echan a una caja de caoba cerrada con llave en algún lugar seguro y apropiado del colegio. Cada semana, un miembro del equipo del proyecto Polycom Development abre la caja, lee los mensajes e intenta responder a las preocupaciones de las niñas. “Las animamos a que nos digan cómo encontrarlas. Si piensan que están en una situación problemática, tenemos que intervenir enseguida”, explica Anyango.
Empezaron en 2010 con muy pocos recursos. Al principio utilizaban cajas de cartón. “Era muy complicado porque (los estudiantes) las rompían. Después un voluntario nos las hizo de madera”, cuenta la impulsora de la iniciativa.
Actualmente hay cajas en 16 escuelas, y el plan es llegar a 50 en los próximos meses.
Judy es una madre de Adventure Academy, y reconoce lo difícil que es hablar francamente con los adolescentes. ¿Qué pasa si uno no es capaz de resolver el problema que le plantea su hijo? Judy cree que las cajas que hablan ofrecen un entorno propicio para expresarse sin temor a que sus padres les peguen. “También nos gustaría saber qué clase de preocupaciones tienen nuestras hijas para poder ayudarlas a resolverlos”, añade.
“Detectar los signos de un caso de abuso sexual a punto de suceder y evitarlo es un gran éxito para nosotras”Jane Anyango, fundadora de Talking Boxes
Algunos problemas son abrumadores. Jemimah no sabía con quién hablar cuando la violaron. Su amiga Yvonne, embajadora de Talking Boxes, le aconsejó que utilizara el programa. “Después de llevarse las cajas, los miembros de Polycom Development vinieron al colegio. Durante una sesión de orientación con las niñas consiguieron averiguar de quién era la nota anónima, llevaron a Jemimah al hospital y luego la apuntaron a los servicios de asesoramiento”, cuenta Yvonne.
El mayor logro del proyecto Talking Boxes es que haya más colegios que solicitan ser incluidos en él. “Detectar los signos de un caso de abuso sexual a punto de suceder y evitarlo es un gran éxito para nosotros. Animamos a otras organizaciones a que trabajen con los chicos, porque para tener una sociedad en la que las niñas puedan desarrollarse, necesitamos preparar a los chicos”, señala Jane Anyango.
“El tema no son las escuelas ni nosotros, sino las niñas. Podemos identificarlas y seguir su evolución y su proceso de curación. Queremos crear más conciencia sobre el proyecto porque la mayoría de la gente no entiende por qué es importante expresarse sin miedo. Pero me animan los padres que vienen a darnos las gracias por la iniciativa. En el futuro espero ampliar el proyecto más allá de Kibera para poder llegar al mayor número posible de niñas. Hemos organizado campeonatos de fútbol y conferencias para chicas con el fin de darles la oportunidad de interrelacionarse, así como de hablar con los orientadores que asisten a los actos”, concluye Anyango.
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