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Fatoumata Bagayoko: la danza como lenguaje feminista universal

Famosa coreógrafa y bailarina maliense, de 32 años, lo mismo actúa en aldeas africanas que en festivales internacionales. Pasó por el Encuentro Teatral de Tres Continentes, de Canarias, y dejó huella con una obra sobre la representación del dolor y la mutilación genital. Aquí habla sobre patriarcado, arte y mujer

La bailarina y coreógrafa maliense, Fatoumata Bagayoko, en el Teatro Municipal de Agüimes durante el Festival del Sur.
La bailarina y coreógrafa maliense, Fatoumata Bagayoko, en el Teatro Municipal de Agüimes durante el Festival del Sur.Sabrina Ceballos Sánchez

En la década de los sesenta, durante la gran ola de la descolonización en África, el filósofo senegalés Léopold Sédar Senghor, quien también sería el primer presidente del Senegal independiente, definía el ritmo como “la arquitectura del ser”. Desde esta perspectiva, la expresión corporal se convertía en una fuente clave de comunicación y reivindicación y con ello, de transformación social. Así es como Fatoumata Bagayoko, entiende su profesión, la danza. Diplomada en el año 2007 en el Instituto Nacional de las Artes de Bamako, capital de Malí, y formada en algunos de los centros más prestigiosos del continente, como la École des Sables, fundada por la ganadora del León de Oro de la Bienal de Danza de Venecia, Germaine Acogny, Bagayoko presenta un proyecto y trayectoria centrados en las mujeres.

La coreógrafa y bailarina maliense de 32 años participó en el último Festival del Sur – Encuentro Teatral de Tres Continentes, –celebrado a finales de octubre– que une, a través de las artes escénicas, a Europa, África y las Américas, desde un espacio geográfico clave, el municipio canario de Agüimes. En esta cita, tanto multicultural como multidisciplinar, que apuesta por la transformación social a través de las artes, capaz de hacer dialogar a distintas comunidades y perspectivas mediante el teatro, la danza, y el cuerpo en movimiento, Fatoumata Bagayoko presentó Fatou t’as tout fait (Fatou, has hecho de todo).

La pieza mostró una perspectiva de género interseccional, afrontada desde su propia cultura y experiencia de vida, y proyectada hacia el exterior, para luchar de manera colectiva e inclusiva por los derechos de las mujeres. La investigadora nigeriana Obioma Nnaemeka ha calificado este enfoque como “negofeminista”, es decir, como un feminismo de la negociación, sin ego, capaz de establecer un diálogo sobre la mujer teniendo en cuenta el sistema del patriarcado. Un concepto que tiene en cuenta género, clase, etnia y cultura, que la investigadora considera que representa de manera más matizada la lucha por y para la diversidad de mujeres africanas.

Pregunta. Su última propuesta es Fatou, t’as tout fait, una obra de danza contemporánea muy personal en la que lleva trabajando ya varios años. ¿Podría hablarnos de algunos momentos claves a lo largo de tu carrera?

Respuesta. Me he nutrido de distintos talleres de formación tanto en Bamako como fuera. Cada uno me ha aportado algo. Siempre encuentro algo sobre mí misma, y voy recolectando experiencias que me ayudan a organizar mis ideas a nivel creativo y en la interpretación, es decir, mi presencia en el escenario. Y en el camino me he encontrando con coreógrafos y colegas de profesión de los que he aprendido mucho; de su manera de estar en el escenario.

P. Y si tuviera que establecer un punto de origen, ¿cuál sería?

R. Diría que mi carrera como profesional de la danza comenzó en Uagadugú, en el Centro Cultural Bobo-Dioulasso, en el marco de una competición [Africa Simply the Best / África, sencillamente la mejor], organizada cada dos años por Serge Aimé Coulibaly. Fue allí donde me encontré por primera vez compitiendo con muchísimos artistas de África Occidental. Quedé finalista y eso quería decir que iba por el buen camino, que el mensaje había llegado. Para mí, lo que hago es sensibilización, así que la respuesta del público es crucial. Muestro mi propia experiencia, lo que tanto yo como otras personas hemos vivido. De ahí la importancia de encontrar esa complicidad con el público. Eso es lo que de verdad cuenta.

Para mí, lo que hago es sensibilización, así que la respuesta del público es crucial

P. En Fatou, t’as tout fait destaca la representación corporal del dolor. Llama la atención que comience con el silencio, dando la espalda al público, un cuerpo que se derrumba pero tiene siempre la capacidad de volver a levantarse, encontrar la calma y girarse hacia el público…

R. Descubrí la importancia de la espalda viendo cómo Germaine Acogny movía el cuerpo, cuando en 2018 hice una estancia de tres meses en la École des Sables… Porque todo suele pasar por la fachada, pero la espalda es también mensajera de vivencias. Cuando doy la espalda al público al principio, estoy haciendo alusión tanto a mis ancestros como al presente. Es decir, me dirijo a la tradición para localizar ahí el problema o asunto sobre el que quiero comunicar. Y de ahí, me proyecto hacia el futuro, explorando esa influencia de la tradición y los antepasados en la vida, y encontrar herramientas para poder producir cambio.

P. ¿Cómo lo acogió el público de Canarias?

R. Creo que bien porque todo el mundo se ha quedó hasta el final. Creo que al público le gustó el espectáculo y pudimos hablar y compartir mis vivencias en un debate posterior.

P. Entonces, suele haber debate tras sus actuaciones…

R. Sí. Casi siempre. Cuando termino el espectáculo suele abrirse un momento de intercambio con el público.

P. La idea del arte para producir cambio está presente en su dirección del proyecto Kene Koura, cuyo lema es el de “bailar para cambiar la mentalidad”, con el tema de la violencia a las mujeres. ¿Cómo surgió la iniciativa?

R. Empecé a trabajar con mis vecinas, chicas jóvenes que vivían al lado de casa de mi padre, que han pasado por la experiencia de la ablación. Para la cultura, es una cuestión ancestral. No se plantean que sea una práctica dura o problemática. Todas las chicas del barrio han pasado por ahí porque se considera lo normal. Así que lo primero que hice fue reunirlas, trabajar con ellas, y montar coreografías que giraban en torno a mi propia experiencia. De ahí nos fuimos yendo a pueblos de alrededor, para sensibilizar a la población. Empecé a hacerlo con mis propios medios, porque no contaba con financiación. Se trataba de difundir el mensaje, desde mi propia experiencia como superviviente de una práctica que se considera parte del patrimonio cultural. Di todo lo posible de mí misma, primero, para sensibilizar a mi propia familia, luego a las de alrededor y ya entonces dirigirme a otros lugares del país y de todo el mundo, poco a poco, a medida que voy teniendo acceso a financiación, y a través del formato audiovisual… Así fue como surgió Kene Koura.

P. ¿En qué consiste Kene Koura?

R. Es una formación de danza tradicional y contemporánea dirigida a chicas jóvenes, a través de la que sensibilizamos sobre temas como la ablación; el embarazo precoz, bastante frecuente aún en algunas zonas de África; los matrimonios también precoces; la violación, y otros tipos de violencia a los que se enfrentan las mujeres. Esa es la línea en la que trabajo, intentando que los espectáculos sean en espacios abiertos para que sean accesibles para todo el mundo. A través de nuestra unión, esperamos que las generaciones futuras no tengan que pasar por lo mismo que nosotras. Y ahora he montado también otro proyecto sobre la decoración de las casas, trabajando con mujeres de tres pueblos diferentes. Se llama Siguidabaro, que en bámbara quiere decir los cuchicheos de la comunidad, que promueve la conversación informal con uno y otro, el jefe del pueblo, las mujeres, los jóvenes... sobre los problemas de la comunidad y qué soluciones podemos darles. Todo el mundo está implicado y eso hace que comprendan fácilmente el importante papel del arte para la sensibilización y el cambio.

A través de nuestra unión, esperamos que las generaciones futuras no tengan que pasar por lo mismo que nosotras

P. En realidad, en Malí hay una larga historia de tradición oral, de teatro fórum, para tratar temas sensibles. ¿Cómo cree usted que el teatro puede contribuir al diálogo entre diferentes generaciones?

R. Cuando se le dice a la gente: ‘Parad, no hagáis eso, no está bien’. Te dicen que eso ya lo han escuchado antes y que eres de la nueva generación y no tienes derecho a decirles nada, porque no sabes nada. Pero cuando bailas, todo el mundo se pone contento. La danza crea un ambiente de cercanía entre el público y tú. Las frases se transforman en gestos que luego se convierten en movimiento. Después del espectáculo le preguntamos al público qué han visto y comprendido. Y a través de su respuesta, vamos profundizando. ¿Habéis entendido eso? ¿Y pensáis que está bien? Y así poco a poco, a través también de imágenes, vamos explicando en qué consiste nuestra lucha, hasta que el público es capaz de retener el significado de lo que han visto. De esa forma se puede hablar abiertamente del tema, gracias al ambiente creado a través del cuerpo en movimiento.

P. ¿Qué es lo que cambia en la actuación entre bailar en una zona rural, por ejemplo, o en un festival en Europa? Por ejemplo, entre zonas rurales y urbanas o dentro y fuera de África. ¿Es el público el que interpreta de manera diferente o cambia también la puesta en escena?

R. La puesta en escena está formada por el espacio y la iluminación. Cuando actúo por los pueblos, lo hago a plena luz del día. No hace falta ni una plataforma, solo la tierra. Eso cambia bastante, porque el albero asciende a medida que bailo, y claro, eso no se consigue en el escenario. En la sala se puede jugar mucho más con las luces. El público se comporta también de manera diferente. Por ejemplo, en los pueblos, aplauden cada dos por tres, cuando les gusta algo; si cojo unos cuchillos, se crea un bullicio, empiezan a hablar… No se plantean que si hablan pueden desconcentrar. Y yo lo que siento es esa libertad, y continúo, aprendiendo a concentrarme en mí misma. Así cambia un poco el modo de trabajar en sala y fuera de sala. Dentro, todo el mundo está callado.

P. ¿Qué nos puede avanzar de su próximo proyecto?

R. Seguiré dedicándome a temáticas sobre los derechos de la mujer. Mi nuevo espectáculo se llama Mis ojos se han transformado en lágrimas. El objetivo es destacar su valor. Ella es la que da vida. Es cierto que lo hace con el marido, pero ella es la que da a luz y, por tanto, la que hace que el mundo se desarrolle. Y luego lo que sucede es que hay conflictos entre los niños que nacen, que poco a poco van compitiendo por dinero, y eso da lugar a guerras... Al final los que van son los inocentes y pierden la vida. La sociedad no percibe que la pérdida de un gran hombre es fruto de una gran dama, que se queda sufriendo en la casa y que no es considerada por la sociedad. Hay casos también de abusos por parte de hombres ricos a las mujeres y cuando estas intentan denunciarlo no hacen más que marearlas, darles largas. La gente que hace eso son hijos… Esa es la idea de base de mi obra.

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