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Tribuna
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Transformar para cooperar mejor, cooperar para transformar mejor

Un momento de crisis como el actual obliga a repensar la Cooperación Internacional como una de las claves para un futuro prometedor en nuestro país

Cooperacion internacional
Tim Mossholder (Unsplash)

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Nos encontramos en los albores de una transformación del sistema de cooperación internacional que esperamos sea radical. Solo podremos tener éxito en esta empresa desde cuatro claves: el consenso y la participación de actores políticos y sociales, la ambición y la mirada de largo plazo, la búsqueda de la eficacia en alcanzar objetivos compartidos y la inversión estratégica en recursos y capacidades.

Para estar a la altura del momento, desde la Coordinadora de Organizaciones para el Desarrollo hemos propuesto un sistema integral en forma de árbol, al que llamamos Las 7 C de la Cooperación. Esta debe ser, así, coherente y promotora de coherencia, catalizadora en la igualdad de los derechos de las mujeres y niñas, cuidadora y restauradora del planeta, comprometida con las emergencias humanitarias y la paz, compartida con la cooperación de autonomías, provincias y localidades, conectada con la ciudadanía como principal motor de cambio y cognitiva en su capacidad de aprender de sí misma y de otras.

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En mi reciente comparecencia en el Congreso de los Diputados planteé la necesidad de repensar la Cooperación Internacional como una de las claves de futuro en nuestro país. ¿Es este el mejor momento? Una diputada hacía alusión a cómo la realidad de la pandemia pudiera o no ser un acicate. Me parece inspirador el ejercicio que hicieron los líderes mundiales en Bretton Woods, antes de que acabara la Segunda Guerra Mundial, al rediseñar el sistema institucional de relaciones internacionales que ha estado vigente desde entonces.

Un momento de crisis como el actual nos plantea el poder hacer una revisión profunda de lo que necesitamos para prepararnos mejor para el mundo del mañana. Si algo nos está enseñando la pandemia es que la cooperación y el estrechamiento de los lazos de solidaridad de la comunidad internacional son el mejor camino posible para superar los desafíos globales. El mejor ejemplo de una estrategia ineficaz lo vemos con el nacionalismo de vacunas, que dejará en la intemperie de los contagios a una buena parte de la humanidad, aumentando enormemente el riesgo de efectos boomerang en el futuro.

Leon Tostoi decía: “He comprendido que mi bienestar solo es posible cuando reconozco mi unidad con todas las personas del mundo, sin excepción”. El valor de la solidaridad internacional se ha ido incorporando en el ADN en la sociedad española de manera creciente durante todo nuestro desarrollo democrático. Hoy se la reconoce como la más solidaria con los países en desarrollo dentro de los países europeos, lo que supone un activo inigualable que debemos cuidar. Sustituir “más cooperación” por “más ensimismamiento” es proponer a nuestra ciudadanía retroceder décadas y volver a hacer de los Pirineos una muralla ridícula. Además, esa estrategia de más ensimismamiento ya se produjo en la salida de la anterior crisis, cuando se recortó la Ayuda Oficial al Desarrollo a la mitad hasta dejarnos por detrás de Hungría en esfuerzo de ayuda, lo que nos ha hecho pagar un alto precio en pérdida de relevancia y liderazgo. Evitemos el día de la marmota.

La clase política tiene delante de sí la oportunidad de mostrar su sentido de utilidad alcanzando un consenso en el diseño de un nuevo sistema de cooperación y de revertir la desafección creciente de la ciudadanía

La clase política tiene delante de sí la oportunidad de mostrar su sentido de utilidad alcanzando un consenso en el diseño de un nuevo sistema de cooperación y de revertir la desafección creciente de la ciudadanía y de reconectar con lo más noble de nuestros valores sociales. Los actores sociales tenemos un papel clave a la hora de promover este consenso, como ya han demostrado en los trabajos realizados en el Consejo de Cooperación. Tenemos mucho trabajo por delante y poco tiempo que perder.

Es hora de cooperar para hacer frente a los grandes retos globales

La pandemia ha tensado las costuras de un mundo que previamente se agrietaba en la pobreza, las desigualdades, la emergencia climática y ambiental, el drama humanitario, las violencias contra las mujeres y el ascenso autocrático. El diagnóstico global basado en la mejor ciencia nos muestra que hemos atravesado el Rubicón. No es tiempo de procrastinar con las soluciones. Todos recordamos la indignación de Greta Thunberg frente a los líderes de Davos al señalar: “Reaccionen como si nuestra casa estuviera en llamas, porque lo está”. La ambición de estar a la altura de las circunstancias es una de las claves a la hora de repensar la Cooperación Internacional. Necesitamos imaginar un sistema de Cooperación que aporte valor y soluciones a los retos que enfrentamos durante las próximas décadas y para ello no sirven capitas de pintura ni barnices Agenda 2030.

La transformación debe garantizar una Cooperación eficaz. Decía recientemente Pol Morillas, director del CIDOB, que las sociedades nos piden respuestas a los problemas globales con mecanismos de cooperación reforzados e instituciones ágiles y eficaces. La eficacia del sistema de Cooperación Internacional fue la preocupación de varias diputadas durante mi intervención en el Congreso. Hay una rica experiencia multilateral acumulada que nos debe ayudar en este desafío y varios índices internacionales de prestigio que nos fotografían.

Lo primero es saber que, si queremos resolver los problemas del desarrollo sostenible de manera eficaz, el partido se juega en procesos locales o regionales y con actores nativos en un esfuerzo de localizar la cooperación y el desarrollo. Además, es necesario poner el foco en objetivos y resultados compartidos, generar procesos de colaboración institucional y apostar por la transparencia y la rendición de cuentas. La mayor parte de la ineficacia sucede cuando usamos recursos que no operan bajo este prisma provocando ayuda inflada o no genuina. Desgraciadamente encontramos muchos ejemplos de anticooperación. Algunos dramáticos como el proyecto hidroeléctrico financiado en Honduras por algunos bancos de desarrollo europeos y que derivó en el asesinato de Berta Cáceres, cuyo quinto aniversario hemos celebrado recientemente. Lamentablemente, esta es la realidad de muchos líderes comunitarios cuando grandes inversiones económicas de desarrollo llegan a sus territorios atropellando sus derechos.

Sin embargo, hay otro nivel para la eficacia que es crucial a la hora de responder a los desafíos globales y es la coherencia de políticas para la consecución del desarrollo sostenible, un concepto clave para la implementación de una Agenda 2030 de manera rigurosa y transformadora. La coherencia no es aprovecharse de los ODS para legitimar el business as usual de la acción de un gobierno, una empresa u ONGD sin una revisión estratégica y operacional profunda. Implica desprenderse de todo lo que no contribuye en alcanzar tales objetivos y potenciar lo que sí aporta. Es también un llamado a superar la acción fragmentada con mecanismos institucionales específicos y a potenciar alianzas institucionales que asuman objetivos y enfoques compartidos y nos permitan responder de la mejor manera posible a los retos existentes desde la colaboración y la transparencia.

Hablemos de recursos y capacidades. Aquí nos jugamos la realidad de la reforma. Es fundamental superar la precariedad del sector y apostar por esta generación de profesionales de la cooperación y preparar adecuadamente a las que llegarán

Por otro lado, una buena parte de la ineficacia institucional del modelo español de cooperación tiene que ver con un sistema ministerialmente descoordinado y fragmentado. Administraciones y organizaciones sufrimos un entramado legal que torna cualquier acción de cooperación en un acto de burocracia delirante y con la incapacidad de conjugar adecuadamente el potencial de contribución de los diversos actores sociales. Desde las ONGD demandamos una revisión y ampliación de nuestro rol en el nuevo sistema en línea con las recomendaciones del Comité de Ayuda al Desarrollo.

Es necesario ―mejor dicho, imprescindible― un entorno propicio para que las organizaciones de la sociedad civil podamos desarrollar nuestros roles. Lo subraya también el Consenso Europeo sobre el Desarrollo cuando dice que las autoridades deben habilitar procesos que permitan la interacción eficaz de la ciudadanía en todas las fases del proceso de elaboración y aplicación de las políticas. En esto el Gobierno tiene un amplio margen de mejora, a la luz de la ausencia total de diálogo en relación documentos clave para nuestro trabajo como son la Estrategia de Acción Exterior, el Plan de Acceso Universal a las vacunas o la Guía de Política Exterior Feminista. Incluso en aquellos espacios donde sí ha habido participación, como las Directrices de la Estrategia de Desarrollo Sostenible, esta ha sido limitada e insuficiente.

Por último, hablemos de recursos y capacidades. Aquí nos jugamos la realidad de la reforma. Es fundamental superar la precariedad del sector y apostar por esta generación de profesionales de la cooperación y preparar adecuadamente a las que llegarán. En definitiva, seguir a rajatabla el compromiso que firmó el actual rey de España junto a 192 jefes de gobierno en 2015 con la Agenda 2030: apostar por el 0,7% de la renta en forma de Ayuda Oficial al Desarrollo, promover espacios fiscales progresivos en los países, poner solución al problema de la deuda externa, apalancar recursos privados a los fines del desarrollo sostenible y alinear la tecnología y el comercio a este fin.

Los ciudadanos y ciudadanas de nuestro país, y las personas con las que cooperamos merecen que estemos a la altura. No perdamos un minuto.

Andrés Rodríguez Amayuelas es presidente de la Coordinadora de Organizaciones para el Desarrollo.

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