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¿Y si es porque en África realmente lo han hecho mejor?

Me pregunto lo que nos estamos preguntando todos, ¿por qué los contagios y la mortalidad por la covid-19 en el continente africano son tan bajos? Desde Etiopía, más allá de las especulaciones, cuento lo que estoy viviendo

Una estancia del Millenium COVID19 Center, un hospital de campaña en Etiopía.
Una estancia del Millenium COVID19 Center, un hospital de campaña en Etiopía.Iñaki Alegría

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¿Por qué la mortalidad es tan baja en África?

Han pasado siete meses desde el inicio de la pandemia en el continente, las cifras siguen siendo relativamente bajas comparadas con los otros continentes. Leo varias noticias buscando una explicación a la baja mortalidad. Se especula sobre los factores demográficos por presentar una población más joven, menores densidades poblacionales, menores movimientos… aunque en realidad se sigue sin dar con una explicación convincente.

Después de apoyar el Millenium COVID19 Center, el hospital de campaña con mil camas ubicado en la capital etíope, coordinado con el apoyo del Saint Paul’s Hospital y el liderazgo del joven etíope y entusiasta Dr Ishmael, añado una nueva explicación: lo están haciendo mejor.

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¿No nos puede entrar en la cabeza que lo estén haciendo mejor?

Sorprendido e impresionado. Así me quedo tras la estancia en el hospital de campaña. No estoy sorprendido por encontrarme un hospital en estas condiciones en Etiopía, sino por no haber encontrado nada similar en ningún lugar. Me hubiese sorprendido también de haberlo encontrado en España, donde, por cierto, no lo he encontrado. Explico el motivo de mi reacción. Acompáñeme al Millenium COVID19 center. Abrochénse bien los cinturones, abran bien la mirada y vayamos a aprender juntos.

Entro por una de las cinco puertas, cada una de ellas se encuentra bien rotulada: la primera para la entrada de los profesionales, otra para pacientes que se encuentra separada de la de familiares y otra para pacientes recuperados dejando la última para las ambulancias con casos positivos en una zona completamente aislada a la que no puede acceder nadie desde fuera del recinto.

Entro por la puerta destinada al profesional sanitario. A los pocos metros me encuentro una hilera con más de 30 grifos en línea donde me lavo las manos con un grifo que acciono presionando un pedal, mientras con el otro pie acciono otro pedal que me dispensa el jabón evitando así la contaminación con la manipulación.

Con las manos limpias sigo caminando hasta llegar a la zona de vestuarios. Allí me quito los zapatos de la calle y toda la ropa para vestirme con un uniforme azul claro y unas botas de plástico negras. Sigo caminando y me dirijo a la puerta de entrada del pabellón junto a diez personas más que han seguido los mismos pasos que yo dispuestas a iniciar su jornada laboral.

A la entrada dos personas me abren la puerta y me encuentro a otras dos sentadas en una mesa que se levantan a nuestra llegada para distribuirnos a cada uno ante un espejo. Acabamos de entrar en la zona de colocación de los equipos de protección individual. Ante mí un espejo más alto que yo. Y en su entorno puedo leer de manera bien numerada los pasos que debo seguir para colocarle las distintas unidades que constituyen el equipo de protección individual. Voy siguiendo los pasos y me voy colocando la bata, los guantes, mascarillas KN95, gorro, pijama impermeable, polainas, segundos guantes… Estoy concentrado siguiendo cada uno de los pasos mientras una persona me observa constantemente sin perder detalle. Ante mi cara de asombro me dice que es la supervisora, que está vigilando que me realice todos los pasos de manera correcta.

Quizá debamos cambiar la mirada y enfocar Etiopía no solo como país receptor de ayudas sino como país del que aprender

Una vez vestido me dirijo hacia otra mesa donde dos personas comprueban que lleve todo el equipo de protección correctamente colocado. Me examinan de la cabeza los pies comprobando que no quede expuesto ni un centímetro de mi piel. Su mirada fija me intimida. Estoy nervioso. Me observan durante segundos que se me hacen eternos y finalmente me dan el visto bueno y ya puedo pasar al pabellón donde se encuentran los pacientes; se trata de una serie de camas bien provistas con su cilindro de oxígeno y carro de medicación, separadas todas ellas por mamparas. Debo pensarme bien cada decisión, cada acción para no olvidarme nada. No puedo volver atrás. Es un circuito de un solo sentido.

Tras doce horas de intenso trabajo, hablando contra la mascarilla, tocando a las personas a través de la barrera del doble guante, mirar sin poder abrazar se hace duro. En todo momento sintiendo la presión de la mascarilla contra mi cara, los poros de mi piel sudando de sin sentido al no encontrar ningún hueco entre mi piel y el aire exterior para poder evaporarse y así refrescar mi sudorosa piel.

Al fin veo la luz al final del túnel en forma de puerta. Allí hay un pasillo con cuatro cubos de colores. Y en el medio dos personas que me miran a través de una ventana. Son nuevamente los supervisores que controlan que me quite de manera correcta el equipo de protección y lo deposite en su correspondiente contenedor.

Al salir, me encuentro nuevamente con el pijama azul y las botas negras y un cubo de plástico azul lleno con olor a lejía bloquea la salida. Me indican que debo pisar el cubo para desinfectar bien las botas.

Y ahora sí, ya puedo salir del recinto. Entre la salida y la entrada me separan doce horas, unos cuantos cientos de gramos evaporados en forma de sudor, un cansancio físico y mental, pero la satisfacción de haber dado lo mejor de mí durante este tiempo en la atención de las personas que así lo requerían. Y todo sin exponerme a riesgo, bien protegido y supervisado en todo momento. Esto es calidad.

Hay muchos centros de tratamiento. Lo que diferencia uno de otro es la calidad.

El circuito, el flujo de pacientes, de personal sanitario y todas las medidas de protección minimizan de manera considerable el contagio entre el personal sanitario y que se produzcan brotes de contagio dentro del recinto, como es habitual que suceda en otros lugares.

Ahora, vuelvo a realizar la pregunta:

¿Por qué en Etiopía se producen menos brotes?

Pues después de vivirlo quizá pueda añadir que lo están haciendo bien, mejor que otros países. Enhorabuena, Etiopía. Quizá debamos cambiar la mirada y enfocar Etiopía no solo como país receptor de ayudas sino como país del que aprender.

¿Y si es porque se están haciendo mejor las cosas?

Etiopía, donde el saludo era el choque de hombros que ha sido substituido inicialmente por el choque de codos y ahora por llevarse la mano al corazón. Con esto quiero destacar la responsabilidad social en adaptarse, respetar y seguir las nuevas recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Os invito a mirar a África, no solo para hablar de hambruna, miseria, pobreza... sino también para aprender mutuamente y compartir experiencias en el manejo de epidemias, pandemias y políticas sanitarias...


Por su experiencia, tanto Etiopía como otros países del continente africano se han convertido en grandes maestros en el manejo de epidemias, sus habitantes no es la primera vez que se encuentran ante una, ni ante un sistema colapsado que deben readaptar para la nueva situación o montar hospitales de campaña rápidamente. Han demostrado capacidad de actuación de manera coordinada y rápida, cerrando fronteras, creación de equipos de trabajo de urgencia y alianzas, adquisición de recursos, implantación de mecanismos de vigilancia, campañas de sensibilización llegando hasta los lugares más remotos, habilitación de puntos de lavado y kits de higiene, creación de equipos multidisciplinares, suministros médicos y esfuerzo en reforzar el sistema de salud para evitar el colapso sin dejar de atender los servicios esenciales.

Os invito a mirar a África, no solo para hablar de hambruna, miseria, pobreza... sino también para aprender mutuamente y compartir experiencias en el manejo de epidemias, pandemias y políticas sanitarias... pero no como la excepción, tampoco para romper estereotipos, sino quizá como la nueva normalidad.

Iñaki Alegría es pediatra y coordinador del programa de salud materno-infantil y emergencias en el Hospital General Rural de Gambo, Etiopía.

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