Asesinar en nombre del honor
En el mundo se producen cada año 5.000 asesinatos denominados ‘de honor’, un castigo colectivo y planificado cometido contra mujeres y hombres por sus familias o comunidades, que consideran que han hecho algo que las desacredita. Incluso en Reino Unido se denuncian 15 al año
Una mujer de 19 años está sentada en la sala de interrogatorios de la policía. Tiene los hombros encorvados y estruja un vaso de papel. Parece serena mientras habla con suavidad en un inglés con un ligero acento. Una cámara instalada en un rincón lo graba todo. “Me persiguen continuamente”, le dice al agente. “Si me pasa algo, habrán sido ellos”.
Era una de las cinco veces en que Banaz Mahmod, que se había trasladado a Londres desde el Kurdistán iraquí cuando tenía 10 años, acudía a la policía en busca de ayuda. Hacía poco que se había divorciado de su primer marido, un maltratador con el que se había casado en un matrimonio concertado, y estaba enamorada de otro hombre. Su familia consideraba que con ello los había deshonrado a ojos de la comunidad local.
En las imágenes granuladas de las grabaciones de la policía se puede ver a Mahmod preguntar educadamente al agente: “Ahora que he declarado, ¿qué pueden hacer por mí?”. En la pantalla, justo debajo de ella, parpadea un código de tiempo: octubre de 2005.
Tres meses después, el cuerpo de la joven se introdujo encogido en una maleta y fue enterrado debajo de un congelador en un jardín trasero de Birmingham. Por orden de su padre, Mahmod Mahmod, y de su tío Ari, había sido torturada y asesinada por dos de sus primos y un esbirro llamado Mohamad Hama.
Fue uno de los primeros casos de asesinato de honor, la forma más extrema de crimen de honor, con una amplia repercusión pública en Reino Unido. El asesinato de Banaz Mahmod conmocionó al país, como iba a conmocionarlo también la demostración, dada a conocer años después, de la incapacidad de la policía para reaccionar a sus reiteradas advertencias.
Confundido en el anonimato de las viviendas de una pequeña ciudad del noreste de Inglaterra existe un refugio para mujeres. Su insulsa fachada enmascara los niveles de seguridad que protegen a sus habitantes. Sara (*), una joven pakistaní a la que llevaron a Reino Unido tras un matrimonio concertado con un británico-pakistaní, está acuclillada en el suelo al cálido resplandor de un televisor. Juguetea con su dupatta, el chal tradicional, mientras bromea con uno de los miembros del personal del refugio y una sonrisa jovial ilumina fugazmente su cara. Sara corre el peligro de que la asesinen en nombre del llamado honor, pero, a diferencia de Banaz hace 12 años, la policía reaccionó de inmediato tras el aviso de su hermano, que vive en Pakistán.
Su historia empezó en 2010. Tras un matrimonio concertado, la joven se trasladó a Inglaterra para vivir con su nuevo marido y la familia de este. Tan solo dos semanas después de su llegada al país, la cuñada y la suegra de Sara la llamaron a la mesa de la cocina, donde le expusieron una serie de normas pensadas para humillarla y someterla a una vida de servidumbre en la casa, que debía cumplir obligatoriamente. “No me permitían utilizar el mismo cuarto de baño que tenía que limpiar y desinfectar a diario”, explica, “y tenía que usar un orinal como los de los hospitales”. Cada día seguía la misma estricta rutina: cocinar, lavar y limpiar.
Lo que más recuerda Sara es el agotamiento: “A eso de medianoche, mi cuñada siempre quería un masaje que podía durar hasta dos horas, y yo tenía que levantarme antes que todos los demás para limpiar la casa”. La joven se sentía desamparada. Cuando se casó, prometió defender el honor de sus familias, la consanguínea y la política, permaneciendo junto a su marido. El divorcio no era una opción, de manera que pasó los ocho primeros años entre las cuatro paredes a las que ahora se refiere como una “cárcel”.
En un par de ocasiones la llevaron a que la viese un médico, pero antes de salir de casa, su cuñada le dejaba claro que si hablaba con alguien, la tirarían escaleras abajo.
Sara todavía no puede contarlo todo. Revelar demasiada información sobre sus maltratadores aún podría decidir sobre su vida o su muerte. El mero hecho de colaborar con la policía fue interpretado por sus parientes políticos como un descrédito para el buen nombre de la familia, y hasta que no consideren que ha recibido su castigo, su vida correrá peligro.
La organización sin ánimo de lucro Halo Project, un proyecto nacional que ayuda a las víctimas de la violencia por motivos de honor, dirige el refugio para mujeres donde vive Sara actualmente. Dentro de los límites del edificio, ella está a salvo, pero el personal es extremadamente consciente de los peligros que la esperan en el exterior. Un paso en falso podría resultar fatal.
El mero hecho de colaborar con la policía fue interpretado por los parientes políticos de Sara como un descrédito para el buen nombre de la familia, y hasta que no consideren que ha recibido su castigo, su vida correrá peligro
Se calcula que, en Reino Unido, se denuncian cada año entre 12 y 15 casos de asesinatos denominados de honor. Según Halo Project, la cifra puede muy superior, ya que con frecuencia no se presenta denuncia debido a que las víctimas temen implicar a miembros de su familia o de la comunidad.
Entender qué caso constituye exactamente un delito de honor puede ser difícil, sobre todo en Reino Unido, donde el sistema judicial utiliza el término en sentido genérico para referirse a delitos diversos que a menudo ya están contemplados en la legislación vigente. Diana Nammi, directora ejecutiva de la Organización por los Derechos de las Mujeres Iraníes y Kurdas (IKWRO, por sus siglas en inglés), da la siguiente definición: “La violencia de honor suele ser un castigo colectivo y planificado, cometido en la mayoría de los casos contra mujeres y niñas por su familia o por la comunidad. El motivo es la creencia de que la persona ha hecho algo que se considera un descrédito para la familia o para la comunidad”.
En las sociedades occidentales, la violencia basada en el honor no siempre se contempla en el contexto más amplio de la violencia contra las mujeres y las niñas. La atención se suele focalizar en formas específicas de violencia doméstica, en particular en los actos de violencia en la pareja, mientras que con frecuencia se comete el error de restar importancia a la violencia de honor considerándola endémica de una cultura o una religión determinadas.
El Fondo de Población de Naciones Unidas calcula que alrededor de 5.000 mujeres y niñas son asesinadas cada año en el mundo en nombre del denominado honor. En India y Pakistán se han registrado tasas de alrededor de 1.000 asesinatos al año. La mayoría se cometen en Oriente Próximo y el sur de Asia, pero hay casos registrados en todos los continentes.
En Europa, una serie de casos con gran repercusión han prendido el debate público sobre la violencia de honor en los respectivos países. La primera vez que en la Unión Europea se reconoció un asesinato como violencia basada en el honor fue en 2002, cuando el padre de la joven de 26 años Fadime Sahindal le disparó en la cabeza en Suecia. Sahindal, cuya familia se había trasladado a Suecia desde Turquía cuando ella era niña, se había opuesto a un matrimonio concertado y se había enamorado de un sueco llamado Patrik, una relación que acabó costándole la vida.
En 2005, Hatun Sürücü, de 23 años, fue asesinada por su hermano menor en Berlín porque se negó a casarse con su primo. En 2006, el padre de Hina Saleem asesinó a su hija de 20 años en Brescia después de que esta rechazase una boda arreglada.
La violencia basada en el honor no es específica de una comunidad religiosa determinada. De hecho, varias supervivientes entrevistadas para este reportaje hablaban de su religión como fuente de consuelo, y en un caso, una mujer coincidía con uno de sus agresores en su ateísmo.
Los llamados asesinatos de honor son tan solo una de las formas de esta clase de violencia. Otras incluyen el matrimonio forzoso, la violación, el suicidio forzado, los ataques con ácido, la mutilación, el encierro, las palizas, las amenazas de muerte, el chantaje, el maltrato psicológico, la vigilancia, el acoso, el aborto forzoso y el secuestro.
Alrededor de 5.000 mujeres y niñas son asesinadas cada año en el mundo en nombre del denominado honor
La mencionada Organización por los Derechos de las Mujeres Iraníes y Kurdas (IKWRO, por sus siglas en inglés) es una ONG con sede en Reino Unido que representa a mujeres y niñas en riesgo de sufrir violencia de honor pertenecientes a comunidades de Oriente Próximo, el Norte de Africa y Afganistán. En sus oficinas de Londres, Randa y Tara (*), dos mujeres del Kurdistán iraquí, hablan de cómo definen sus familias los términos “honor” y “vergüenza”.
Randa, que se crió en una comunidad rural pequeña, pero políticamente bien conectada, elige una expresión local para ilustrar qué significa el honor para su familia: “Cuando era pequeña, oía que la gente decía que una mujer es blanca [como símbolo de la pureza] tres veces: al nacer, cuando se casa, y cuando muere”. Cuando Randa abandonó un matrimonio en el que era víctima de malos tratos y huyó a Reino Unido, sabía cuáles iban a ser las consecuencias: “A ojos de mi familia, había manchado su buen nombre. Para limpiarlo, tenían que devolverme la blancura”. “La violencia doméstica y la relacionada con el honor existen en paralelo. La diferencia fundamental es el motivo”, añade Sara Browne la directora de campañas de IKWRO.
Según Nammi, los actos que se considera que han deshonrado a una familia pueden incluir ejemplos como “llevar ropa o maquillaje calificados de inapropiados, hablar con personas del sexo opuesto que no cuentan con la aprobación familiar, las expresiones de autonomía sexual, las muestras públicas de afecto, tener novio, resistirse a un matrimonio concertado, mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio (perder la virginidad, el embarazo o el adulterio), no ser heterosexual, haber sido violada, intentar divorciarse (incluso si se es víctima de malos tratos), denunciar el maltrato o el matrimonio obligado o escapar de ellos, y los rumores o sospechas de cualquiera de estas cosas”.
Tara, que fue abandonada por el hombre con el que la obligaron a casarse siendo adolescente, explica: “El honor es como el pan: cuando se ha partido, no se puede recomponer”.
Un refugio secreto en el Kurdistán
En un lugar secreto de las afueras de Solimania, en la región kurda del norte de Irak, hay un refugio para mujeres gestionado por el Gobierno Regional Kurdo. Es un edificio monolítico de color gris que se levanta contra el espectacular telón de fondo montañoso de la ciudad.
El lugar está pensado para proteger a las mujeres a las que espera una muerte casi certera si los miembros de su familia las encuentran, pero con su muro reforzado, su media docena de guardas de seguridad y los barrotes de las ventanas, en la práctica es una cárcel para sus alrededor de 50 ocupantes.
Un cálido día de otoño Parwa (*) se presenta en una de las salas de terapia del refugio. El aire acondicionado no funciona, y las ventanas de cristales tintados están entreabiertas, dejando que una excepcional franja de luz natural entre en la habitación. El vestido burdeos y el barniz rojo de las uñas contrastan con la tez sorprendentemente pálida de esta mujer, resultado de los tres años que ha pasado privada del sol y aislada del mundo exterior.
Parwa conocía al hombre que la violó. Los dos habían crecido en una cerrada comunidad rural y, al igual que muchos jóvenes de la zona, él se marchó a buscar trabajo a Solimania. Era un poco mayor que ella, y cuando volvió al cabo de unos años, la joven estaba en el último curso escolar. Aunque él estaba casado y tenía hijos, empezó a perseguirla, a llamarla por teléfono y, al final, a seguirla. Parwa rechazó una y otra vez sus insinuaciones, hasta que un día, agotada tras una jornada escolar y un turno extenuante en la panadería del pueblo, entró de mala gana en su coche cuando él paró a su lado y le ofreció llevarla a casa.
Unas horas más tarde, mientras la atendían en el hospital local, varios miembros de la familia del hombre empezaron a reunirse en la sala de espera. Inmediatamente pusieron en duda los hechos que ella había relatado a la policía. “Preguntaban por qué mi ropa interior no estaba manchada de sangre si yo había dicho la verdad. Yo les respondí que ya sabían por qué: porque era negra”. Parwa hace una pausa mientras desliza entre sus dedos las cuentas de oración. “Todavía hoy nadie conoce mi historia. Todo el mundo tiene su versión, pero nadie escucha la mía”.
Asustada por los rumores que circulaban en la comunidad, su familia empezó a presionarla. Le dijeron, “has perdido la virginidad, nos has hecho perder el honor”, y la obligaron a decidir entre casarse con el hombre que la había violado o morir.
La joven afirma que no le queda esperanza de llevar una vida normal. El hombre que la agredió es el mismo que tiene la llave de su libertad. Desde que todo ocurrió, solo han hablado en una ocasión, y las tajantes palabras de él todavía siguen persiguiéndola: “Yo no te quité la virginidad. Te la quitaste tú misma”.
A poca distancia en coche está la sede central de Asuda, una ONG que presta apoyo a las víctimas de violencia relacionada con el “honor” en el Kurdistán irakí. Cuando nos reunimos con Lava (*), acaba de terminar su sesión con uno de los psicólogos residentes de la asociación. Le traen un chai kurdi, un té local que sorbe mientras escribe mensajes en Facebook.
Fue en esa red social donde Lava empezó a charlar con Farzad (*) hace 10 años. Entablaron una amistad que, con el paso de los años, se fue convirtiendo cada vez más en enamoramiento.
Empezaron a encontrarse en el parque Azadí. Antes, aquello eran los terrenos de una base militar baazista, pero ahora es un concurrido escondite para parejas que se citan detrás de la protección que ofrece la vegetación, lejos de la mirada indiscreta de los censores de su comunidad. Lava tenía que ser especialmente prudente; ella era musulmana, y Farzad era yarsaní (un grupo religioso sincrético del este y el oeste de Irak), algo que la familia de él, tal como le explicó el joven, no aprobaba.
Seis años después de su primera conversación parecía que la relación marchaba bien. Los dos jóvenes iban a la misma universidad y se veían con frecuencia. Pero cuando empezaron a tener relaciones sexuales, Lava empezó a preocuparse: “Si mis padres se enteraban de que había perdido la virginidad antes del matrimonio me matarían”. En esos momentos de angustia tras el encuentro sexual, él le decía: “Pronto, cuando acabemos los estudios, iré y pediré tu mano”.
Poco a poco, Farzad se fue volviendo más distante, y al final dejó de responder a sus llamadas. Por la universidad empezaron a circular rumores de su relación, y Lava se enfrentó a él. “Mi familia me matará”, le recordó, a lo que él le respondió: “Si te has acostado conmigo, seguro que te has acostado con muchos otros. No creo que yo te desvirgara”.
Lanja Azad Said, una de las psicólogas de Asuda, comenta sobre el caso de Lava que en la asociación ha conocido a hombres y mujeres de orígenes muy diferentes: musulmanes, cristianos, yazidíes... “Sin embargo, el problema casi siempre gira en torno a lo mismo: el himen de la mujer”.
Lava quería impedir a toda costa que los rumores llegasen a su padre. El hombre la quería, pero ella tenía miedo de que el sentimiento de vergüenza pudiese más: “No pensaría que estaba matando a su hija. Se volvería totalmente indiferente”.
Desesperada, se dirigió al padre de Farzad rogándole que convenciese a su hijo de que se casase con ella. El padre le contestó: “Si arruinas la vida de mi hijo, te estrangularé por la espalda”. Sin embargo, el miedo a las consecuencias que los rumores pudiesen tener para el honor de la familia hizo que el hombre reconsiderase su postura y, tras la resistencia inicial y el ofrecimiento de pagar la cirugía de reconstrucción del himen, acordó que su hijo se casaría con Lava.
Al cabo de dos meses horribles de matrimonio soportando malos tratos, Lava buscó ayuda en Asuda. La joven cuenta que todavía siente vergüenza, pero que está decidida a restaurar su dignidad. Actualmente escribe poesía para recuperar el control sobre su historia. Un verso de un poema que escribió para su madre dice: “No dejes que se acerquen a mí, no les permitas que vean mi rostro derrotado ni toquen mi cuerpo roto”.
Los hombres también sufren la violencia por honor
Aunque este tipo de violencia relacionada con el honor se concentra en mujeres y niñas, también afecta a los hombres. Karma Nirvana, una ONG de Reino Unido que atiende una línea telefónica de ayuda para personas amenazadas por esta clase de violencia calcula que, actualmente, en uno de cada cinco casos la víctima es un hombre.
Lucky Roy Singh, un sij de Mánchester, en Reino Unido, fue obligado a soportar meses de maltrato después de que las fotos de su matrimonio con otro hombre apareciesen en Internet. En ellas se veía a Lucky vestido con el tradicional traje de novia obedeciendo a un plan de su suegra para evitar los rumores de que su hijo, que pertenecía a la misma comunidad que Lucky, en las que todos se conocen, era homosexual.
Lucky acababa de mudarse a vivir con su pareja y la familia de esta cuando las fotos corrieron por la Red. “A mi suegra le dio mucha rabia que todo el mundo se hubiese enterado de que se puso violenta; me encerraba en el armario, me tiraba agua caliente y me pegaba”. Abandonado por su propia familia y decidido a que su matrimonio funcionase, Lucky soportó nueve meses de maltrato antes de buscar refugio en un albergue para personas sin techo y empezar su largo camino hacia la recuperación.
En uno de cada cinco casos de crímenes de honor, la víctima es un hombre
Actualmente, con el apoyo de Karma Nirvana, la historia de Lucky ha dado un giro liberador. Ahora es un actor y escritor de éxito que se describe a sí mismo como una “honorable drag queen india” que ha hecho suya la identidad que un día se le impuso. “Sentía que me obligaban a ser una mujer. Ahora siento que eso me da poder para ganar dinero con ello como modelo. Es como una bofetada a mi suegra”.
Lucky no cree en el término honor. “Es una palabra devaluada. El honor no es más que la opinión que alguien tiene de ti, pero nunca debería proyectarse en ti. Se te debería permitir tener tu orgullo y tu dignidad”. Lucky asistía al templo mientras duró su calvario, y asegura que fue su única fuente de apoyo. “Ser sij significa ser tu propio alumno, crear tu propio camino, y para mí eso es evolucionar”.
Desde el asesinato de Banaz Mahmod hace 12 años, la Policía británica ha adoptado medidas importantes para combatir la violencia basada en el honor, entre ellas la creación de una Unidad contra el Matrimonio Forzoso que atiende una línea telefónica pública que ofrece asesoramiento a supervivientes y a mujeres en peligro, e informa de la legislación promulgada en 2014 que penaliza el matrimonio obligado.
Junto con la entregada labor de organizaciones como IKWRO, Halo Project y Karma Nirvana, el cambio de legislación tuvo un efecto inmediato en el número de casos de violencia de honor denunciados a la policía, que desde 2014 han aumentado en un 53%. No obstante, las cifras recientes muestran que solamente el 5% de los casos se ponen en manos de la Fiscalía Real. “Lo que las supervivientes quieren ante todo es estar a salvo para siempre”, explica Nammi, “pero muchas pierden la confianza en que contarán con esa protección debido a los fallos de la justicia penal y los sistemas de asistencia social. Muchas también tienen miedo de lo que los agresores les harán a sus seres queridos si los llevan a juicio, lo que significa que a muchas nunca se les hace justicia”.
La intervención de la Policía británica ha permitido a Sara rehacer su vida, pero Yasmin Jan, fundadora de Halo Project, cree que queda mucho por hacer. “Las mujeres con las que trabajamos son como guerreras, en el sentido de su capacidad para tolerar un trato inhumano. Tenemos que trabajar con los comunidades y con personas como Sara para ayudarlas antes de que alcancen un nivel crítico”
El carácter colectivo de casos como el de Sara significa enfrentarse a múltiples peligros. En una carta a la policía, Mahmod identificó en una ocasión a la persona que pensaba que podía matarla. Escribió: “Los números 2, 3, 4 y 5 dijeron que estaban preparados y dispuestos a hacer el trabajo de matarnos a mí y a mi novio”. Se calcula que, al final, había más de 50 personas implicadas en su caso.
Sara comparte hoy su historia para infundir esperanza y decir a otras mujeres en su situación que hay ayuda en el mundo. “Como muchas supervivientes, Sara puede ayudarnos a conocer la violencia basada en el honor, a hacer algo y a cambiar la manera en que la sociedad se enfrenta a ella”, afirma Yasmin Jan. “Cambio significa ahora; cambio significa juntos. Juntos debemos erradicar esta abominable violación de los derechos humanos”.
(*) Algunos nombres se han cambiado para proteger la identidad de la persona.
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