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Tribuna
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¿Qué claves pueden inspirar la cooperación española?

Si España no destaca en ayuda al desarrollo internacional es posible que quede relegada a un papel secundario en el espacio europeo

Hospital desplegado por la Agencia Española de Cooperación para el Desarrollo en Mozambique tras el ciclón Idai.
Hospital desplegado por la Agencia Española de Cooperación para el Desarrollo en Mozambique tras el ciclón Idai.Miguel Lizana / AECID

Durante este año diversos miembros de la Red de Expertos de EL PAÍS Planeta Futuro, como José Antonio Alonso o Andrés Rodríguez Amayuelas, han contribuido con excelentes artículos a la obligada reflexión sobre cómo mejorar tanto el estado actual como la proyección inmediata de la cooperación española.

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Este artículo se apunta a ese esfuerzo. Pero propone hacerlo lanzando una mirada a nuestro entorno, en particular a la evolución del sector en el contexto europeo durante los últimos años. ¿Qué podemos aprender?

La premisa, sospecho que compartida por una gran mayoría, es que la cooperación de hoy debe ser capaz de pensar a lo grande. No debemos renegar de la considerable materia gris desarrollada durante décadas por (entre otros) gobiernos y organizaciones multilaterales. Pero se hace imperativa una actualización crítica del sistema operativo acorde a unos tiempos que demandan una convicción transformadora mucho más ambiciosa; que trascienda el afán de discurso y red social e invierta en soluciones prácticas, estableciendo vínculos más sólidos con la ciencia y la tecnología, el sector privado, formas complementarias de inversión y financiación, mejores espacios para promover el diálogo y el conocimiento, y modelos de gestión y gobierno más ágiles y transparentes.

¿Cómo ha evolucionado la cooperación europea?

Durante los últimos años ha habido una considerable presión sobre Ministerios, Secretarías de Estado y Agencias, y sería injusto no apreciar los esfuerzos dedicados a modernizar la cooperación. Ese proceso debía atender objetivos tan diversos como instalar la nueva agenda global; examinar prioridades con países socios a la luz de nuevos compromisos; reorganizar las dinámicas de trabajo con diferentes actores dentro de los países y el encaje dentro de un marco de asociaciones estratégicas con otros donantes, etc. Todo ello sin olvidar las cuestiones de palacio: ¿hasta qué punto se pueden modificar las complejas interconexiones entre políticas y organismos que, a su vez, requieren mejores mecanismos de integración horizontal y de políticas? ¿Se puede convertir la cooperación oficial en catalizadora de los esfuerzos de un país para contribuir a esa agenda global con experiencia, conocimiento, estrategia, fondos y presencia?

La respuesta a esas preguntas se ha ido irradiando de forma muy heterogénea en el espacio europeo. Un aspecto crítico es que, ni la inercia de décadas de una progresiva institucionalización, ni los retos comunes que afrontan los europeos va a llevar a federalizar esfuerzos más allá de lo puramente estético. De esta forma no solo se consolida la UE como una agregación estadística, sino que confirma que sus partes deben competir (mucho) y cooperar (algo) con visiones y estrategias autónomas dentro de un marco de trabajo conjunto. ¿Esto qué quiere decir? En palabras sencillas, la renovación de las distintas maquinarias nacionales, evaluando el pasado y reposicionándose en el presente, apostando por nuevas formas de pensar, articular y proyectar la cooperación, así como mejorar la capacidad para estimular el interés de diferentes actores y cohesionar posiciones en torno a nuevas prioridades se vuelve preceptivo en el mercado europeo y global de la cooperación internacional.

¿Existen modelos que pueden inspirar la cooperación española?

Hoy abundan ejemplos en los que recursos financieros, alianzas, conocimiento y tecnología interaccionan en un mapa de diversificación de posibilidades mucho más cercano a la innovación que a las rutinas heredadas del mundo de la cooperación para el desarrollo. Los siguientes ejemplos reflejan tres aspectos que considero claves: participar liderando agendas, unir esfuerzos y contribuir con conocimiento.

En el primero, el protagonista es la cooperación alemana, que actualmente no está claro si participa o directamente apadrina la agenda global. Su rol de perejil en todas las salsas merece un estudio individualizado, pero es innegable su liderazgo en la creación, consolidación y cogestión de muchas de las alianzas globales. Su posicionamiento dentro de ellas abre el acceso para interactuar con multitud de organizaciones en todo el mundo y, al mismo tiempo, cosquillear el triángulo mágico formado por la formulación de políticas, la cofinanciación y la prestación de servicios, siempre interesante para el desproporcionado músculo del establishment alemán.

Los nórdicos siguen teniendo esa molesta costumbre de hacer que parezcan sencillas cosas tremendamente complicadas, como ponerse de acuerdo y unir esfuerzos

Los nórdicos, por su parte, siguen teniendo esa molesta costumbre de hacer que parezcan sencillas cosas tremendamente complicadas, como ponerse de acuerdo y unir esfuerzos. Pragmatismo y consenso siguen siendo parte de ese modus operandi con multitud de ejemplos como la Nordic Climate Facility, subproducto de la Nordic Development Fund, en la que diferentes organismos, públicos y privados, bancos de desarrollo internacionales, etcétera, aportan capacidad financiera para construir una cartera de conceptos comerciales innovadores, viables y adecuados para ser replicados en la lucha contra el cambio climático en países en desarrollo.

Por último, la calidad de la información, el conocimiento y la divulgación son un activo clave hoy en día. En este sentido es difícil que no venga a la mente el trabajo de DFID y su inversión en publicaciones, comunicación y actividades conjuntas, hasta casi ganarse la reputación de pensador e innovador del sector y, especialmente, como ha rentabilizado esto para influir en la visión o agenda de, por ejemplo, organizaciones multilaterales.

¿Vientos de cambio en España?

No es que la cooperación oficial española no haga nada de lo expuesto en este artículo. Pero, hoy por hoy, no es fácil saber en qué destaca, si quiere liderar en algo o, simplemente, si tiene la voluntad de revertir esta especie de envejecimiento prematuro. Admito que, en el contexto actual, en el que muchos de los países de nuestro entorno han realizado progresos considerables, me pregunto si es posible que aquellos con un menor valor añadido vayan quedando relegados a un papel secundario en ese espacio europeo de cooperación internacional.

Afortunadamente hay excepciones. La irrupción de la plataforma El Día Después ha sido un soplo de aire fresco, enormemente alentador, tanto en forma como en contenido. Cristaliza muchos de los rasgos que a mí me gustaría ver en una cooperación española profundamente renovada, capaz de cohesionar aprendizaje, conocimiento y diálogo, estimular diferentes formas de cooperación y acción colectiva, integrando actores clave, trascendiendo las limitaciones y rigideces de la cooperación de antaño y, especialmente, demostrando que hay ideas, potencial, capacidad y alternativas para contribuir con eficacia a la agenda global y a mejorar el bienestar de las personas y el planeta.

Carlos Buhigas Schubert es fundador y director de Col-lab.

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