Pedro no quiere que le toque El Gordo
El presidente lleva lotería de Navidad, pero reza para que no le toque, no sea que la UCO revise los bombos y el juez llame a declarar a los niños de San Ildefonso


A Pedro Sánchez Pérez-Castejón, presidente del Gobierno de España al cierre de estas líneas, no le llega la camisa al cuello. No es una metáfora, sino una mera constatación de los hechos después de haber podido observarlo la otra tarde desde todos los ángulos a un palmo de mi jeta. Según los maestros camiseros, la talla justa de pescuezo es la resultante de medir con una cinta de modista la gola del sujeto justo por debajo de la nuez dejando hueco para meter un dedo. Lo que no especifican es qué dedo. Porque no es lo mismo uno propio con el que acariciarse la sotabarba que uno ajeno que quiera cortarte el resuello. La cosa es que el otro día, en la copa de Navidad que ofrece el Gobierno a los periodistas, al presidente, libre del yugo de la corbata con la que, por la mañana, había bostezado ante sus preguntas incómodas en la comparecencia de balance del curso político, le cabían mínimo tres dígitos entre el galillo y el primer botón abierto. En parte, supongo, por los disgustos. En parte, especulo, para dejar sitio a los sapos que, según él mismo, ha tenido que tragarse al enterarse de que algunos de los ungidos por su índice como príncipes del PSOE le han salido rana.
Si vi todo esto es porque me sumé a esa costumbre decimonónica denominada corrillos, en la que los cronistas, en pleno 2025, siguen arremolinándose alrededor de la fuente, formando tres, cuatro y hasta cinco filas de público pegando la oreja a ver si pillan algo y con rostro de estar en presencia del altísimo, que a nadie le amarga el dulce de saberse en la pomada, aunque el dios en cuestión no sea de tu cuerda. Ahí sí que hay que decir que Sánchez estuvo regio. Quizá para hacerse perdonar los bostezos de la mañana, estuvo dos horas de reloj repartiéndose entre todos los convidados cual novio en boda, con su rostro de poeta místico y su mandíbula de bruxista rumiando su injusto sino. Él, que ha bregado con una pandemia, un volcán y una dana sin despeinarse, teniéndose que ver en estas por unas cuantas manzanas podridas y unos cuantos sátiros en su propio cesto, apuesto a que pensaba.
Al final, cuando ya se lo llevaban en volandas a sus aposentos, alguien le preguntó al vuelo si llevaba lotería de Navidad en la cartera. Sí, pero ojalá no me toque: lo único que me faltaba es que me tocara el Gordo, contestó, como si ya estuviera viendo la correspondiente denuncia de Manos Limpias, a la UCO revisando las bolas y los bombos del sorteo, y al juez Peinado llamando a declarar como testigos a los niños de San Ildefonso por su enriquecimiento súbito. O igual es mi mente calenturienta y todo son imaginaciones mías. Necesito vacaciones.
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