Plan de rendición para Ucrania
El ultimátum de Donald Trump se ha redactado sin contar con Kiev y reconoce a Putin el derecho a anexionarse el territorio invadido


El llamado plan de paz para Ucrania presentado ayer al Gobierno de Kiev por la administración estadounidense —independientemente de su dudosa viabilidad y de su inequívoca injusticia— tiene una tara de origen imposible de obviar: se ha hecho a espaldas tanto del país invadido por Rusia hace más de tres años como de la comunidad europea de naciones, que durante este tiempo ha soportado política, económica y socialmente el esfuerzo ucranio por contener la agresión de su todopoderoso vecino.
Que la propuesta haya sido recibida con decepción absoluta en Kiev no puede ser una sorpresa. El plan de 28 puntos reconoce el derecho de conquista ruso, establece unas garantías difusas contra las futuras intenciones expansionistas del Kremlin —una de las grandes preocupaciones de los ucranios— y consagra un inaudito beneficio económico para Estados Unidos. La prudencia de Volodímir Zelenski ante la propuesta es comprensible desde la perspectiva de un país que lucha desesperadamente por su supervivencia ante una superpotencia nuclear, pero en absoluto legitima un texto que Trump acompaña además de un ultimátum intolerable: da una semana de plazo para responder.
De Putin no se puede esperar nada, pero los asesores de Trump deberían recordar al presidente estadounidense que, con gran esfuerzo, Europa ha aportado material desde el primer momento para la defensa de Ucrania, que sus gobiernos han sufrido por ello un gran desgaste y que la población europea también ha asumido las consecuencias de las sanciones contra Moscú con el único objetivo de impedir que Rusia se anexione Ucrania, total o parcialmente, y ponga en peligro toda la seguridad occidental. Y que esta defensa incluye también la de los intereses estadounidenses.
Con todo, el menosprecio de Trump hacia Europa palidece al lado del desprecio con el que trata a Ucrania. Desde hace tres años —más de una década si nos remontamos a la anexión de Crimea— la población ucrania está siendo sometida a un permanente castigo bélico que incluye violaciones de los derechos humanos. Todas las semanas mueren civiles en bombardeos indiscriminados y miles de menores permanecen secuestrados o apartados de sus familias, las tropas rusas han sido acusadas de crímenes de guerra desde prácticamente el comienzo de la guerra —la masacre de Bucha es un ejemplo— y el Kremlin ha puesto en peligro la seguridad del continente con acciones contra centrales nucleares como Chernóbil o Zaporiyia.
Y ahora Trump presenta una propuesta que consagra la partición de Ucrania —obligada a renunciar a la soberanía en Donbás y Crimea—, la injerencia en su política interna —ha de celebrar elecciones en 100 días— y la hipoteca de su futuro: deberá reducir su ejército e introducir en su Constitución la renuncia explícita a entrar en la OTAN. Además, hace pagar a Europa una cantidad desorbitada —100.000 millones de dólares— para reconstruir el país mientras Washington se beneficia económicamente de esa reconstrucción y de las inversiones derivadas del uso de los activos rusos congelados.
La UE ya ha respondido que considera inaceptable cualquier plan de paz que no cuente con Ucrania ni con Europa. A la Unión —y a otros aliados, como Reino Unido y Canadá— corresponde activar todos sus recursos diplomáticos para que Washington entre en razón y, sobre todo, para que Ucrania se sienta, una vez más, respaldada a la hora de negociar su futuro.
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