Todo lo que Mazón no ha dicho
No fueron solo aquellas horas fatídicas, sino el baile de versiones y ocultamientos que las víctimas han tenido que soportar durante un año


Carlos Mazón ha tenido más de un año para pensar lo que iba a decir y, cuando se ha puesto a decirlo, ha empezado por justificar su silencio sin fin: “Hablar de mi situación o de mi futuro político me parecía una frivolidad”. Su discurso ha girado en torno a esa premisa, como si la ciudadanía hubiera aguardado este tiempo con el deseo de saber “su balance más personal”. De todo lo que podía decir, de todo lo que Mazón podía ofrecer a las víctimas, su balance más personal era, de largo, lo que menos importaba.
Lo que interesaba de Carlos Mazón eran, otra vez, las preguntas que no ha respondido: por qué tardó tanto en explicar las llamadas que atendió aquel día, y las que colgó. Por qué no cogió el teléfono a su consejera Salomé Pradas, cuyo entorno ha hecho saber ahora que Mazón estaba al tanto de todo, y que le llamó con la intención de hablarle de la alerta a los móviles.
Nos interesaba saber, ya que ha hablado de mentiras, el motivo por el que ha cambiado de versiones si, en realidad, estamos ante un hombre que se equivoca y no otra cosa. Nos interesaba el impacto que imagina que pueda haber causado entre las víctimas el bochornoso relato que le situaba en el Palau y luego en el Ventorro y luego en el aparcamiento, con la duda de en qué momento se había cambiado de ropa. No fueron solo aquellas horas fatídicas: ha sido el baile de versiones y ocultamientos que las víctimas han tenido que soportar durante un año entero. Son las dudas que aún hoy perduran y que ha ido alimentando él, que se presenta como la víctima de una cacería.
Nos interesaba, por encima de las demás cosas, la hora a la que habría llegado el mensaje a los ciudadanos si él hubiese cogido el teléfono o si hubiera estado en otro sitio, como hizo en las emergencias que vinieron luego. Nos interesaba saber si hubiera hecho falta, en ese caso, que el presidente de la Diputación de Valencia pidiera a gritos que se enviase la alerta de una puta vez. Si, ya puestos, de verdad puede hablar de apagón informativo —en un día de alerta roja— alguien del que no se sabe dónde estuvo en las horas en las que el Cecopi se fue a negro.
Conviene, por supuesto, el debate de si a Valencia llegó la ayuda suficiente y por qué llegó tarde, pero antes que eso estaba la gestión de la emergencia, que es lo que investiga la jueza. Presionado por las víctimas, por su partido, por las revelaciones de Pradas y por la investigación judicial, Mazón se va y, a la espera de que las Cortes le escojan sustituto, sigue sin saberse lo que más importa. Para eso, no hacía falta ningún balance personal.
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