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Tribuna
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Madrid, Gaza, Europa

La gente de a pie levanta la voz contra la parálisis moral de sus gobiernos y de una UE que mira hacia otro lado y agacha la cabeza

Viñeta de Sr. García para la tribuna 'Madrid, Gaza, Europa', de Fernando León de Aranoa, 16 de septiembre de 2025.

Las democracias europeas dan hoy la espalda a Gaza del mismo modo que hace solo 90 años esas mismas democracias dieron la espalda al gobierno legítimo de la República Española, cuando la población civil de Madrid, cercada por las tropas de Franco, era bombardeada a diario por la aviación de los sublevados, generosamente apoyada por las potencias fascistas de entonces. Las razones para esta vergonzante conducta sostenida en el tiempo, se pueden encontrar en el diario de sesiones de la Sociedad de Naciones, organismo precursor de la ONU creado por el Tratado de Versalles con el objeto de sentar las bases de la paz al término de la Primera Guerra Mundial. Desde su tribuna de oradores, Julio Álvarez del Vayo, ministro de Estado, reclamaba el 25 de septiembre de 1936 ante la asamblea amparo para la República Española. Lejos de otorgárselo, Europa respondió con la formación del Comité de No Intervención, impulsado por Reino Unido y Francia, que impediría a lo largo de todo el conflicto el auxilio a la República. La política de no intervención en la guerra de España no fue sino la continuación de la “política de apaciguamiento” liderada por el gobierno británico de Chamberlain, que consistía en hacer concesiones políticas y territoriales a la Alemania nazi para evitar un conflicto armado, con los resultados ya conocidos.

Así las cosas, Madrid, primera ciudad de la historia bombardeada sistemáticamente desde el aire, obtuvo de Europa poco más que el envío de un par de comisiones de higiene y el interés de los directores de las grandes pinacotecas europeas por el tesoro artístico contenido en el Museo del Prado, que había merecido la atención (y las bombas incendiarias) de los aviadores sublevados. Ni siquiera en las horas más desesperadas de la derrota, las decenas de miles de republicanos que aguardaban su evacuación, atrapados entre la espada del fascismo y la pared de Europa, vieron aparecer en el horizonte los barcos que en su auxilio debió haber enviado esta. “Madrid, crucificada”, titulaba en su portada la revista francesa Regards en su número del 10 de diciembre de 1936 sobre una fotografía de Robert Capa que, de haber sido en color, podría haber sido tomada en las ruinas de Gaza; quizá con la diferencia de que el fotógrafo que se hubiera atrevido a hacerla hoy habría sido, con mucha probabilidad, asesinado por un dron del ejército israelí.

Portada de la revista 'Regards' que reza: "La capital, crucificada".

Del mismo modo que el apoyo de los gobiernos de Hitler y Mussolini a Franco en España tuvo un efecto intimidatorio sobre las democracias europeas del siglo pasado, el apoyo a Benjamín Netanyahu de la administración Trump causa un efecto parecido hoy. Como entonces, Europa mira hacia otro lado y agacha la cabeza, esta vez ante los totalitarismos modernos, carente de la autonomía necesaria para romper relaciones diplomáticas y comerciales con el Estado de Israel. Sus representantes electos se congregan como escolares ante Donald Trump, que aprueba o desaprueba sus conductas con condescendencia y amenaza con sanciones y represalias a los que, como España, se desmarcan y desoyen sus directrices.

Pero los paralelismos no terminan aquí. Las fotografías de los más de 50 niños asesinados en el bombardeo de una escuela en Getafe en noviembre de 1936, se reprodujeron también en las páginas de los diarios europeos de la época, en un intento de movilizar a sus gobiernos en defensa de la democracia en España. Son fotografías en blanco y negro, y pese a eso, difíciles de digerir; como lo son las de los niños asesinados hoy en la franja de Gaza, sus cuerpos pequeños descoyuntados en los brazos de sus madres.

Foto de un niño asesinado en los bombardeos de Madrid, en un cartel que reza: "Prácticas de tiro de los rebeldes. Lo que Europa tolera o protege. Lo que vuestros hijos pueden esperar".

Los más de 18.000 niños palestinos asesinados, ¿son explicables, tal y como pretende el gobierno israelí, como daños colaterales de los ataques de su ejército? ¿Es verosímil un error de esa envergadura? ¿Es siquiera aceptable como argumento? Quizá, después de todo, sus objetivos sí sean selectivos. Seleccionan periodistas porque al asesinarlos silencian a las víctimas y se procuran impunidad. Seleccionan médicos y cooperantes, porque al asesinarlos acaban con lo mejor del ser humano: con su probada capacidad para la solidaridad, la compasión y el amor. Seleccionan a los niños porque al asesinarlos asesinan el futuro. Buscan deshacerse así de lo que más les asusta: su mirada inocente, su memoria un día.

Louis Delaprée, corresponsal en la guerra de España de Paris Soir, describe la visión del cuerpo de un niño sin vida tendido sobre el de su madre en una avenida tras la explosión de un obús, “formando los dos una extraña y conmovedora escena de maternidad y muerte, retrato de Madrid y de su pueblo en el martirio”. Delaprée centró la mayor parte de sus crónicas en los efectos de los bombardeos sobre la población civil, forzada a pernoctar en los túneles del metro, a correr cuando las baterías fascistas segaban la Gran Vía, a la que los madrileños rebautizaron como la Avenida del Quince y medio en referencia al calibre de los obuses que en cualquier momento podían quitarles la vida.

Cartel de propaganda en la Guerra Civil que reza: "¿Qué estás haciendo para parar esto?".

Sin embargo, no es hasta el final de la guerra cuando la Sociedad de Naciones condena la participación de la aviación italiana primero y la alemana después, su contribución a la siembra del terror sobre la población civil, y cuestiona por primera vez el recurso a “métodos contrarios a la conciencia humana y a los principios del derecho de gentes”.

Ya era tarde.

En noviembre de 1936, Delaprée escribe: “El sentimiento más profundo que hoy he experimentado no es el miedo, ni la cólera, ni la compasión. Es la vergüenza. Siento vergüenza de ser un hombre, cuando la humanidad se muestra capaz de semejantes matanzas de inocentes. ¡Ay, vieja Europa! Siempre ocupada en tus pequeños juegos y tus grandes intrigas. Dios quiera que toda esta sangre no te ahogue un día”.

Su preocupación estaba justificada. Las consecuencias que tuvo la inacción de las democracias europeas, amedrentadas ante el auge de Hitler y de Mussolini en Europa, son bien conocidas. Las que esa misma inacción pueda llegar a tener hoy son difíciles de prever. “Los campos ensangrentados de España son ya los campos de batalla de la Guerra Mundial”, había anticipado Negrín ante la Sociedad de Naciones en 1938. No se equivocaba: Europa habría de ser la siguiente.

La Europa de hoy, la del bienestar, la Europa de los derechos y el progreso, es en realidad la misma Europa de entonces, una Europa incapaz de ejercer el liderazgo moral que pretende para sí misma, que vacía de sentido la palabra Unión. Unión arancelaria, para lo económico; unión para el silencio y el rechazo de los migrantes. Una Europa que recorta derechos, reprimiendo protestas pacíficas con una brutalidad policial propia de tiempos más oscuros; hoy en nombre de Israel, ¿mañana en el de quién? No olvidemos la trágica lección que nuestros abuelos aprendieron en el período de entreguerras, la facilidad con la que las democracias devienen regímenes totalitarios, si con el archisabido pretexto de la seguridad, la ciudadanía acepta que se estreche el rango de libertades por las que tantos sacrificaron sus vidas.

Sin embargo, hay esperanza. Del mismo modo que el pueblo de España se alzó, como escribió Max Aub en Campo de los Almendros, “sin nada, con sus manos, contra el fascismo, contra los poderosos, por la sola justicia, cada uno a su modo, como han podido”, hoy en Europa la gente de a pie levanta la voz contra la parálisis moral de sus gobiernos. Camus añadió: “Los de mi generación aprendimos en España que uno puede perder aún teniendo la razón”. Quizá los de la nuestra encontremos la manera de enmendar su doloroso adagio y aprendamos con Gaza que, teniendo la razón, también se puede vencer.

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