El ‘no ni na’ de la destrucción de las ciudades
Un nuevo desarrollismo amenaza el patrimonio, el comercio local y el alma de la vida urbana. Varias cuentas de Instagram lideran la resistencia


Hace años, José María Pérez Orozco (Sevilla, 1945-2016), un catedrático de instituto de Lengua y Literatura experto en el habla andaluza, explicó en un programa de Canal Sur el significado de la expresión “no ni na”, que se pronuncia todo junto y con acento tónico en la a. Les podría resumir la explicación, pero merece la pena que la transcriba casi entera, y más todavía que la escuchen de boca del profesor Pérez Orozco en alguna de las cuentas de X que recogen el momento. “Si le preguntas a un amigo, ‘Antonio, ¿este año vas a ir al Rocío?’ y responde ‘no ni na’, son tres negaciones y a la vez es la mayor afirmación que hay en el andaluz. Cuando una persona te dice no ni na, no te quepa duda de que es que sí”. Y añadía: “Es una figura literaria de primera categoría, tres sílabas que son tres frases. Cuando tú dices no ni na, estás diciendo: ‘No voy a dejar de ir al Rocío; ni aunque llueva, truene o ventee; na me va a impedir que vaya’. Eso es una anáfora, que dicen los técnicos, pero, vamos, para nosotros es una virguería”.
La joya literaria de la lengua Andaluza.
— ★۞☭ (@RojosDelSur) April 4, 2025
NO NI NÁ
Tres negaciones que se convierten en una afirmación. pic.twitter.com/r1ozzvXBjT
Les voy a poner otro ejemplo, en memoria de don José María, cuyos alumnos le recuerdan con una sonrisa. Usted va paseando con un amigo o una amiga por una ciudad —pongamos por caso, San Sebastián, o Sevilla— y se topa con un edificio horroroso —volvamos a poner por caso el de los grandes almacenes que hay en la sevillana Plaza del Duque, levantado en el solar que ocupó hasta el año 1966 el palacio de los Sánchez Dalp—, y entonces va su acompañante y dice:
—Qué edificio más feo, y lo peor es que aquí antes había una casa preciosa. El desarrollismo de los años sesenta y setenta fue criminal para muchas ciudades. Menos mal que ahora eso es impensable.
Y justo en ese momento, cuando usted —sobre todo si guarda como oro en paño el andaluz de su infancia— puede exclamar con todas las de la ley:
—¡No ni na…!
Y, a continuación, tirar de móvil y abrir dos de las cuentas de Instagram que dan fe en riguroso directo de la destrucción del patrimonio monumental y también humano. Y lo que es más grave, ante la pasividad y la indolencia de ciudades como San Sebastián o Sevilla, tan celosas de sus tradiciones y tan apáticas cuando se trata de frenar tropelías urbanísticas que algunas veces no van más allá de lo estético, pero que en otras ocasiones arrasan con el medio ambiente —los bocados inmobiliarios al monte Ulía son cada vez más frecuentes— y también con el alma de las ciudades.
Donde antes había vecinos, ahora hay turistas; donde antes había comercio tradicional y vendedores que sabían lo que vendían tras escaparates distintos en cada lugar, ahora hay franquicias, grandes firmas de moda, de perfumería o de alimentación con dinero suficiente para reventar el mercado del alquiler. Si se dan una vuelta por las cuentas de Instagram ancorasansebastian o sevillaresiste llegarán a la conclusión de que sus mensajes y sus vídeos no hablan con nostalgia o melancolía del deterioro de sus respectivas ciudades, sino más bien de todo lo contrario: de la lucha por detener lo inevitable, algo que el dueño de Mercadona, Juan Roig, dibujó no hace mucho cuando dijo que dentro de algunos años no harán falta cocinas en las casas, porque consumiremos comida preparada. El sueño de que todos vistamos igual y comamos lo mismo, como si fuéramos alumnos de un inmenso colegio de pago donde, eso sí, nos darán libertad para que en el recreo —o sea, en las redes sociales— nos pongamos a parir alegremente.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
