Washington cierra el paraguas, Europa a la intemperie
La paz de Trump conduce a la carrera de armamentos y estimula las ambiciones nucleares de los aliados de EE UU


El mundo empieza a entender la profundidad de la metáfora. El paraguas de seguridad que ha protegido a Europa durante los últimos 70 años se está cerrando. Muchos ya lo dan por hecho, como dan por obsoleta la garantía de defensa colectiva incluida en el artículo 5 del Tratado Atlántico, y con ella la OTAN misma. Es para echarse a temblar un escenario en el que Putin pusiera a prueba el sistema de seguridad europeo con un ataque a alguno de los socios más débiles. A la nueva Casa Blanca solo le interesa la seguridad de su país. Quien quiera sentirse seguro deberá espabilar por su cuenta.
No bastaron por sí solas las tergiversaciones y fanfarronadas de la primera presidencia trumpista para comprender el mensaje entero. Ni los gestos de desprecio y de desconsideración hacia Europa solo empezar la segunda, junto a la emboscada tendida a Zelensky para que quedara bien claro quién manda, tan distinta a la complacencia hacia Putin. Fue preciso esmerar la imaginación para comprender la escena. Con el paraguas europeo cerrado bajo el brazo, Trump desciende del escabel donde Estados Unidos se exhibía como ejemplo y se coloca junto a Putin y Xi Jinping, emperadores autócratas, para repartirse las cartas y pelear por el botín del gran juego del poder mundial. Ya no quiere ni puede ser el líder del mundo libre, sino imperar en su amplio feudo americano.
Bajo la tela impermeable se resguardaban una treintena de países, la mayor parte en el continente europeo, donde la demanda de protección ha crecido en correlación con la amenaza de la Rusia post soviética. Desde Yeltsin con la primera guerra de Chechenia, luego con Putin, la segunda, la de Georgia, y finalmente la de Ucrania. La metáfora del paraguas resume el designio putinista respecto a Ucrania. Ni un solo país más se acogerá libremente al que Estados Unidos abrió hace 80 años. Su propósito es que Trump lo cierre y se lo lleve de Europa.
La metáfora ilustra las actuales negociaciones de un alto el fuego. Ucrania ha aceptado la pérdida de parte de su territorio ocupado por Rusia a cambio de obtener la protección atlántica, o en su caso la europea, debidamente respaldada por Estados Unidos. Putin exige lo contrario: solo aceptará la tregua si Ucrania renuncia definitivamente al paraguas occidental, incluso al exclusivamente europeo. Y Trump, el mediador aparentemente equidistante, se lo concede gentilmente antes de sentarse a negociar porque no le interesa Europa y prefiere cerrar el paraguas que la protegía.
El horror y la lejanía definen el palo que aguanta tal sombrajo. Es el arma usada una sola vez en Hiroshima y Nagasaki, exhibida luego como convincente amenaza de la destrucción mutua asegurada gracias a unos arsenales con capacidad para exterminar varias veces todo rastro de vida sobre el planeta. Solo Putin y Trump tienen en su mano tal poder apocalíptico con más de 1.600 ojivas nucleares desplegadas y un arsenal por encima de 5.000 cada uno. Pero ambos quieren la paz. Trump sueña con emular la hazaña de Reagan y Gorbachov cuando frenaron la carrera de armamentos y redujeron drásticamente los arsenales atómicos. Con el paraguas cerrado sobre Europa y sus ardores pacifistas, espera que el Nobel de la paz caiga como fruta madura. De momento, solo asusta y alarma a quienes temen quedarse a la intemperie.
Todos los países con una industria nuclear avanzada tienen el arma atómica a su alcance en breve tiempo, y algunos ya meditan discretamente cómo construir un paraguas propio o acogerse a la protección de otro alternativo y fiable. No son pocos ni casos singulares y sucede significativamente entre los aliados, con sobrados motivos para desconfiar de Trump en caso de sufrir un ataque. De un lado del planeta, destacan Japón, Corea del Sur, Taiwán y Australia. Del otro, Polonia y Alemania, decididas a adquirir el arma, aunque abiertos a fórmulas de disuasión europea. Por ejemplo, el paraguas ofrecido por Francia, solitaria potencia atómica de la Unión Europea y única de la OTAN que no participa en la programación y, por tanto, cuenta con una disuasión independiente.
A menudo las decisiones humanas conducen a resultados trágicamente contrarios a los propuestos. Trump parece excepcionalmente dotado para tal proeza. Quiere la paz, pero abandera la carrera de armamentos y abre las puertas a la proliferación, que puede duplicar la lista siniestra de países nucleares e incrementar el riesgo de guerras. Peligra el Tratado de No Proliferación de 1968, de balance desigual pero positivo y principal instrumento con el que se ha evitado que se extienda el mapa de países nucleares. No lo dice con sus palabras, sino con sus gestos mafiosos y su hostilidad hacia las alianzas permanentes y el multilateralismo. Trump entero es el mensaje que anuncia por sí solo más armas y más guerra.
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