Una tregua moribunda en Gaza
Netanyahu pone problemas para seguir con el calendario acordado porque el conflicto es la garantía de continuidad de su Gobierno

La primera fase de la tregua de Gaza, pactada el pasado 17 de enero, ha terminado su plazo previsto en las peores condiciones para poder pasar a una segunda fase que debería culminar con la retirada del ejército israelí. Y menos todavía para que se atisbe la tercera y definitiva fase, en la que israelíes y palestinos deben acordar las condiciones de la paz y la reconstrucción del territorio arrasado. Las negociaciones están paralizadas desde hace tres semanas, mientras se deja circular la idea demencial de Donald Trump de expulsar a dos millones y medio de palestinos de su hogar para convertir la Franja en un resort turístico. Benjamin Netanyahu ha exigido la prolongación de esta fase seis semanas más y el domingo cortó la entrada de ayuda en Gaza para forzar nuevas condiciones: exige la liberación de la mitad de los 58 rehenes que restan en manos de Hamás y la otra mitad cuando se acuerde la siguiente fase de la tregua.
Netanyahu accedió a la tregua por la presión de la Casa Blanca, pero es nula su disposición para la paz, como demuestra la resistencia a aceptar la retirada militar de Gaza, frenar la intervención masiva del ejército israelí en Cisjordania, o renunciar al mantenimiento de la presencia militar israelí en Líbano y la ampliación de su campo de acción al sur de Siria tras la caída de Bachar el Asad. En el fondo de sus razones está que mientras siga la guerra, se mantendrá su Gobierno de extrema derecha. De ahí su resistencia a la presión de los familiares de los rehenes para que culmine el intercambio, cuando se enfrentaría al escollo más formidable de esta crisis: pactar el futuro de la Franja y de su población.
Tiene toda la lógica que la participación de Hamás en la administración del territorio sea descartada. La Autoridad Palestina es una alternativa poco creíble. De ahí que el aberrante proyecto de colonización estadounidense haya llenado el vacío. Solo ha encontrado de momento un esbozo de alternativa árabe (países del Golfo, Egipto y Jordania) para una administración internacional mientras los gazatíes recuperan la posibilidad de expresar su propia voz. Si fuera creíble, podría evitar la limpieza étnica que presupone el proyecto de Trump y se respetaría el derecho de los gazatíes a vivir en su tierra. Las dos partes del conflicto, el Gobierno israelí y Hamás, están demostrando una desconsideración y una crueldad sin límites con la población palestina, con los rehenes y con sus familias, convertidos en instrumentos deshumanizados de intereses políticos.
Complica todavía más las cosas la evolución paralela de la guerra de Ucrania. Son dos guerras en marcha con sus respectivos e improbables proyectos de paz, sometidos ambos a la acción perturbadora y desquiciada de Trump. El ansioso presidente de EE UU prometió terminar las dos guerras nada más entrar en el Despacho Oval. De momento siguen, pueden inflamarse todavía más y sus propuestas solo han conseguido hasta ahora alimentar los incendios.
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