Estudiantes por el ‘hiyab’
Reivindicar el uso del velo, que es fundamentalista aunque las que lo lleven no lo sepan, supone legitimar una imposición patriarcal misógina

Los estudiantes de Parla (Madrid) convocaron una manifestación contra la prohibición del uso del hiyab en los institutos de la localidad, que tildan de racista e islamófoba. Demuestran así que las mujeres musulmanas no podemos confiar en que quienes han crecido en democracia vayan a defender nuestros derechos. Reivindicando el uso del velo preceptivo, un velo que es fundamentalista aunque las que lo lleven no lo sepan, lo que están haciendo es legitimar una imposición patriarcal misógina que pretende que vayamos por el mundo con esa marca, esa cárcel ambulante. Dicen que las alumnas que profesan esta religión y que han salido a protestar en contra de la restricción nos han dado a todos una lección de dignidad. La dignidad, ahora, es defender, difundir y normalizar el sometimiento.
Ninguna mujer se levanta un día por la mañana y decide que no va a salir nunca más a la calle con la cabeza descubierta, que no mostrará a sus compañeros varones ni un solo pelo. A ninguna de nosotras se nos ha ocurrido nunca una idea tan extraña. Tampoco llegamos por nosotras mismas a la conclusión de que mostrando nuestras melenas estamos incitando a la lujuria de los hombres, que por lo que parece tienen una naturaleza tan primitiva que no pueden controlar sus impulsos ante la visión de una mujer “desnuda” según las convenciones islamistas. Esto es, sin el hiyab.
No, queridas, nosotras no hemos inventado estas denigrantes normas de decencia y decoro y no se puede negar la carga simbólica del atuendo y cómo degrada la dignidad de las mujeres. La historia del hiyab es la siguiente: durante siglos, cuando podían encerrarnos detrás de las celosías y apenas veíamos la luz del sol, los religiosos no dedicaban mucho tiempo al asunto. El orden social establecido era lo bastante efectivo como para mantenernos con la pata quebrada, no había posibilidad alguna de conquistar nuestra libertad. Pero llegó el siglo XX, las mujeres musulmanas tuvieron noticias de los avances que estaban conquistando las occidentales y no quisieron conformarse con menos. Accedieron a la educación y a la independencia que da el trabajo remunerado, se pusieron prácticos pantalones y se deshicieron de engorrosos velos. Los padres, los maridos, los líderes religiosos y políticos se estremecieron ante tal revolución. Fue entonces cuando inventaron el hiyab, ese pañuelo ceñido con imperdible que nada tiene que ver con las pañoletas tradicionales. Así que los estudiantes no se manifestaron en contra del racismo, sino a favor de la misoginia religiosa.
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