Alemania: anquilosada y obligada a reaccionar
Si los sondeos no se equivocan, un país en horas bajas se encamina el domingo hacia una gran coalición. La campaña electoral ha sido previsible hasta que el apoyo de la Casa Blanca a la extrema derecha ha reforzado el cordón sanitario

El mundo y el orden global están patas arriba, pero Alemania sigue en paro técnico. El anunciado cambio de época (Zeitenwende) provocado por la invasión de Ucrania se quedó en poca cosa. Es un país alérgico a las grandes reformas y es dudoso que el futuro Gobierno las emprenda rápidamente, porque pueden ser impopulares. Han sido precisamente Donald Trump, Elon Musk y el vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance, quienes están sacando a la Bella Durmiente de su sueño inmovilista.
El apoyo desvergonzado de la Casa Blanca a la extrema derecha germana ha conseguido algo muy positivo: reforzar el cordón sanitario frente a Alternativa para Alemania (AfD), puesto en duda hace unas semanas por un Friedrich Merz, líder de la derecha de la CDU y favorito para ser el nuevo canciller, ansioso de mostrarse implacable con la inmigración ilegal. Y la exigencia estadounidense de que Europa debe de pagarse su propia protección ha obligado a los alemanes a aceptar que la guerra de Ucrania les va a salir más cara aún. Porque afecta a un tabú: reformar —o no— el límite de endeudamiento público (Schuldenbremse), anclado en la Constitución. Un freno que ha bloqueado las inversiones públicas y los gastos extra, incluidos los de Defensa. Y si el gasto se hiciera a nivel europeo, los conservadores —y muchos alemanes— no quieren oír hablar de Eurobonos: ¿por qué tendrían ellos que pagar los tanques de Portugal o España?
La campaña electoral ha sido previsible hasta que se produjo la injerencia estadounidense. Tenemos un partido socialdemócrata (SPD) en sus horas más bajas. Quemado por los líos internos de la coalición de gobierno con verdes y liberales, con una recesión que ya ha entrado en su tercer año consecutivo y con una serie de atentados que han alarmado a la población, ya de por sí muy inquieta por la inmigración ilegal.
El líder democristiano, Friedrich Merz, desea que la CDU vuelva a ser un partido conservador (no de centro, como en la época de su odiada Angela Merkel) e intolerante en materia de asilo y refugio. Promete cerrar las fronteras en su primer día como canciller federal. Su objetivo fundamental, dice, es relanzar la economía, bajar impuestos y reducir ayudas sociales. Nada sorprendente en un exempresario y lobista, pero que —atención— carece de experiencia como gestor público.
Tenemos a una extrema derecha (Alternativa para Alemania, AfD) que ha conseguido que en la campaña se hable casi exclusivamente de inmigración. Acusada ayer mismo (otra vez) de financiarse con dinero sucio. Va a ser el segundo partido más votado (según los sondeos, 20% de apoyos, sobre todo de jóvenes desencantados, del este del país y de quienes están hartos de la política tradicional).
En segundo plano, los Verdes, una sombra de lo que fueron, humillados porque ahora Merz y las grandes empresas hablan de volver a la energía nuclear, y el Partido de la Izquierda, que ha crecido durante la campaña hasta un 7%, sobre todo entre los jóvenes. Quedan los irrelevantes: los liberales del FDP y el partido engendro de Sahra Wagenknecht.
Así pues, y si los sondeos no se equivocan, Alemania se encamina hacia otra gran coalición (GroKo) de conservadores y socialdemócratas, en la que Olaf Scholz no estaría, pero sí tal vez su todavía ministro de Defensa, Boris Pistorius, el político más popular de la República Federal y el que dijo que las ideas del vicepresidente Vance son “inaceptables”. Otras opciones son posibles, como un acuerdo a tres con los Verdes, pero la GroKo sería la mejor para un país en horas bajas y que necesita realizar grandes cambios consensuados. Voluntad y coraje que el analista Wolfgang Münchau pone en duda en su libro Kaput.
El autor describe el bloqueo alemán: el país vive en una quimera, creyendo que puede seguir siendo competitivo con industrias del pasado, como la automovilística o la química, que se han visto superadas por la innovación china. Alemania, escribe Münchau, vive aún en la era analógica, donde dominaba, y tiene problemas para saltar a lo digital y la modernidad. La derecha, la izquierda y los sindicatos son rehenes de las grandes empresas. Temas casi ausentes en la campaña electoral, donde apenas se ha abordado lo social: el futuro de las pensiones, el coste de la asistencia a los mayores en una sociedad envejecida o la vivienda asequible.
Merz, 69 años, ciertamente no es una joven promesa política. Dicen de él que es demasiado impulsivo y le recuerdan que dirigir un país no es como dirigir una empresa. La realpolitik le ha atrapado ya y no tiene escapatoria. ¿Va a permitir que Alemania se endeude de nuevo —y mucho— para reforzar sus esquilmadas fuerzas armadas y su posición en la OTAN? ¿Va a dejar aparcada la transición ecológica apostando por un crecimiento poco respetuoso con el Medio Ambiente? Ya ha dicho que la economía está por delante de la ecología y también que fue un error unir ambas en un mismo ministerio. ¿Va a ser más atlantista o más europeísta? ¿Logrará reavivar el eje francoalemán, que él pretende ampliar a Polonia? ¿Volverá a ser Berlín la gran capital de Europa? Reacciona, Bella Durmiente.
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