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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Nefasto diálogo entre EE UU y Rusia

El encuentro de ambas potencias en Arabia Saudí para hablar de Ucrania escenifica la rehabilitación diplomática de Putin

Sergei Lavrov y Marco Rubio, con sus equipos, en las negociaciones de Arabia Saudí.
Sergei Lavrov y Marco Rubio, con sus equipos, en las negociaciones de Arabia Saudí.RUSSIAN FOREIGN MINISTRY PRESS SERVICE HANDOUT (EFE)
El País

Los ministros de Exteriores de Estados Unidos y Rusia celebraron ayer en Arabia Saudí una reunión convertida en el emblema de la fractura de la coalición de democracias que ha sostenido a Ucrania en los últimos tres años frente a la criminal invasión rusa. El encuentro de Riad es la plasmación física del desmarque por parte de la Administración Trump respecto a la política de Biden: aislamiento de Moscú, fuerte apoyo a Kiev y coordinación estrecha con la UE y el resto de los aliados. Es pronto para especular sobre su resultado práctico, pero las premisas son suficientes para considerarlo un giro nefasto y lleno de riesgos. La euforia con la que ha sido recibido en Rusia y la indignación de las capitales europeas —y de Kiev— ofrecen claros indicios al respecto.

La cita saudí —hasta el país elegido para la reunión es una decisión pésima— es la consecuencia directa de la apertura diplomática que supuso días atrás la conversación de Donald Trump con Vladímir Putin sin concertar previamente la estrategia ni con los aliados europeos ni siquiera con el país agredido, Ucrania. Por si quedaban dudas, el enviado de Trump para Ucrania recalcó este fin de semana en la conferencia de seguridad de Múnich que no hay un asiento para los europeos en la mesa de negociación. El secretario de Estado, Marco Rubio, pronunció ayer en Riad unas palabras que parecían querer calmar las aguas, pero que en realidad confirman la tormenta: en algún momento, dijo, Europa tendrá un sitio en la mesa porque aplica sanciones contra Rusia.

Se trata de un marco mental inasumible: según la actual diplomacia estadounidense, a los europeos no se les debe tener en cuenta porque cualquier acuerdo con Rusia comprometa, como es el caso, la seguridad del continente, sino porque en algún momento habrán de ser cooperadores necesarios del deshielo que busca Trump. Esa es la actitud que explica en parte la brecha transatlántica provocada por el giro trumpista.

Pero el diálogo ruso-estadounidense empezó marcado también por otros presagios. Además del calculadísimo desplante a los europeos, abundan los síntomas de pobreza e improvisación negociadora. Las declaraciones del secretario de Defensa de EE UU, que dio por descontadas cesiones de calado a Moscú antes siquiera de empezar a hablar, son una prueba de ello. En la Administración Trump, ni la voluntad ni la capacidad resultan tranquilizadoras.

Rubio señaló la disposición de EE UU a explorar nuevas posibilidades de relación con Rusia si se logra un final del conflicto. Esa preocupante disposición y la guerra comercial contra la UE desatada por Trump horas antes de anunciar su conversación con Putin deben llevar a los europeos a una reacción unida, firme, ambiciosa y rápida.

Es preciso seguir intentando persuadir a Donald Trump con los argumentos de la lógica, de los principios y de los intereses. El diálogo ruso-estadounidense es incipiente, no todo está perdido y, si bien no parece creíble lograr un cambio completo de actitud, tal vez se puedan al menos contener algunos daños. Pero en paralelo, es imperativo empezar a adaptarse con urgencia al nuevo mundo que la conferencia de Múnich y la reunión de Riad esbozan: uno en el que Europa ya no puede confiar ciegamente en su aliado histórico. Hay que despejar esa ilusión y actuar para vivir en este nuevo escenario sin renunciar a la libertad, la seguridad y la prosperidad. Ni al Derecho internacional. Si Trump se ha convertido en un problema para Europa, la solución pasa por una mayor integración de la UE.

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