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Tribuna
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Las tendencias de fondo que favorecen a Vox frente al PP

Feijóo no consigue un acomodo con la ultraderecha porque el objetivo de esta no es gobernar; a los de Abascal incluso le puede beneficiar quedarse fuera de las instituciones

Ilustración de Eulogia Merle para la tribuna de Oriol Bartomeus 'Las tendencias de fondo que favorecen a Vox frente al PP', 12 de febrero de 2025.
Eulogia Merlé
Oriol Bartomeus

Tiempos extraños los que vive el PP a tenor de los últimos acontecimientos y los datos más recientes. Por un lado, el PSOE no consigue mejorar sus expectativas de voto, lo cual permitiría ahora a los de Alberto Núñez Feijóo disfrutar de una relativamente cómoda ventaja sobre los socialistas. Pero, por otro lado, Vox mantiene una tendencia al alza en su estimación de voto, coincidente con el dramático episodio de la dana valenciana y espoleado por el zeitgeist global ejemplificado en la ceremonia de entronización de Donald Trump, a la que asistió como invitado Santiago Abascal.

El ascenso de Vox es mala noticia para el PP porque su voto se nutre principalmente de antiguos votantes populares o de electores del espacio de la derecha que podrían votar a Feijóo, pero prefieren a Abascal. El barómetro de 40dB de principios de mes señalaba que el PSOE obtendría el peor resultado en unas próximas elecciones generales, pero indicaba lo mismo para un PP en tendencia decreciente desde hace casi un año. 700.000 personas que votaron al PP en 2023 optarían hoy por Vox. Son menos que en enero, pero la tendencia de fondo a lo largo de la legislatura es claramente positiva para los de Abascal.

Los datos de 40dB muestran otra tendencia de fondo preocupante para el PP en relación con Vox. Entre los hombres menores de 45 años, la extrema derecha supera cómodamente a los populares. El caso más espectacular es el de los hombres de menos de 25 años, entre los que Vox se erige como la fuerza con más intención de voto, con más de 20 puntos de ventaja sobre PSOE y PP, algo que no se reproduce entre las mujeres, donde es el PSOE el que lidera el voto (eso sí, con una ventaja mínima sobre Vox).

Lo interesante de este barómetro (corroborado en el del CIS de enero) es que el liderazgo de Vox entre los hombres no se limita al grupo más joven, sino que se alarga hasta la mediana edad. Si se compara con el mismo barómetro al inicio de la actual legislatura (septiembre de 2023), el cambio es más que evidente. La intención de voto a Vox ha subido 20 puntos entre los hombres más jóvenes, y 15 entre las mujeres de la misma edad. Entonces, la intención de voto al PP era prácticamente la misma que la de la extrema derecha entre los hombres de menos de 35 años. Hoy, los de Abascal superarían a los de Feijóo en más de 10 puntos.

Las curvas de edad de los electorados de Vox y PP, tanto en hombres como en mujeres, son inversas. Mientras que el apoyo a los populares crece a medida que crece la edad, con un pico evidente entre los mayores de 65 años, el voto a Vox disminuye con la edad, siendo los más jóvenes los que muestran mayor intención de voto por la extrema derecha. Esto pone en evidencia el peligro que supone la inercia generacional para el PP. Afortunadamente para él, se contrarresta por el hecho que los grupos de más edad son los que muestran mayor propensión a participar en elecciones, con un diferencial de 25 puntos a favor del grupo de mayor edad.

Para alivio del PP, se sabe también que el voto entre las generaciones nuevas es menos estable que entre las antiguas. Que Vox supere al PP entre los menores de 45 años hoy no presupone que lo haga, o no con la misma fuerza, cuando se convoquen las próximas elecciones generales. El nuevo elector tiende a ser más volátil en sus decisiones. Sin embargo, la dimensión de la brecha entre Vox y PP empieza a ser preocupante para los de Feijóo y la tendencia de fondo no augura nada bueno. A esto se sumaría un rasgo que distingue al elector nuevo: su rechazo instintivo al argumento del mal llamado “voto útil”, la única arma en manos del PP para contrarrestar a Vox. A diferencia del elector antiguo, que mostraba (y sigue mostrando) una querencia evidente hacia los grandes partidos, el nuevo parece responder a una dinámica más dura, le cuesta renunciar a su voto en favor de una opción más moderada y tiende a practicar aquello que Joan Rodríguez Teruel define como el “voto a tomar por culo”, es decir, practica un voto que no solo no rehúye la bronca sino que la busca, que hace gala de su aparente inutilidad (en términos de gobernabilidad) para ser la simple expresión de un rechazo total al sistema, sin que le importe las consecuencias.

De ahí que el apoyo a Vox parezca inmune al abandono el pasado verano de los gobiernos autonómicos que compartía con los populares. Es más, es posible que ese movimiento mejorara el atractivo de los ultras entre sus votantes, porque parte de su encanto es precisamente el no ocupar el poder, ser oposición, mantenerse al margen. Los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni basaron su triunfo electoral precisamente en eso, en ser el único partido que no secundó el Gobierno técnico de Mario Draghi.

El voto a Vox es un voto eminentemente antipolítico, que se fundamenta en el desprecio a la política y a “los políticos”, sean del signo que sean, señalados como una panda de aprovechados y corruptos que viven del buen pueblo ingenuo que les vota. A ese “pueblo” es al que Vox llama a una especie de rebelión contra un sistema que no atiende a las preocupaciones del ciudadano normal y que la extrema derecha identifica —aunque los datos de la realidad no fundamenten ese juicio— con el inmigrante, culpable de los principales males que supuestamente acechan a ese ciudadano (los bajos salarios y la inseguridad), y a sus defensores, las izquierdas woke y sus propuestas de subversión del orden “natural”, los roles clásicos de género, la familia tradicional y la moral cristiana.

Todo ello servido por una retórica turbothatcherista de exaltación del individuo y de la riqueza como la más perfecta expresión de la inteligencia. Allí está Elon Musk, el epítome del self-made man que antes habían encarnado figuras como Silvio Berlusconi. Más de 15 años después de la gran crisis global del neoliberalismo la receta de los influencers de la machosfera es más neoliberalismo, un neoliberalismo desacomplejado, desatado, bravucón y pendenciero, manufacturado vía redes sociales a un público de hombres a los que se incita a rebelarse para recuperar su posición “natural” en la sociedad, esa de la que habrían sido expulsados. No es solo la economía, es algo más. Es la revancha de los que se sienten víctimas sin necesidad de serlo.

A ese impulso atávico no han sabido responder ni la izquierda ni la derecha. Esta última oscila entre el acercamiento a los postulados ultras o su denuncia. Feijóo ha recorrido ese camino varias veces sin establecer una posición concreta. Pablo Casado ya lo hizo en su día. El problema para el PP es que está encadenado a Vox si quiere gobernar algún día, mientras que Vox no está necesariamente encadenado al PP, puesto que su principal objetivo no es gobernar. Vox incluso podría preferir quedarse fuera de las instituciones viendo como el PP se erosiona, tal como sucedió en Italia o en Francia, donde la derecha tradicional ha visto como sus votantes huían en masa hacia sus competidores.

Vox aún no está ahí, pero tampoco está tan lejos. Este fin de semana ha reunido a la primera ministra italiana y al húngaro, a la líder de la oposición en Francia y al líder del primer partido holandés. Además, cuenta con el respaldo explícito del presidente de los Estados Unidos. Mucho viento de cola.

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