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Columna
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Nación persona

Los tiranos ya no se identifican como tales por el mero hecho de que llegaron al poder gracias a los votos

Donald Trump, saluda antes de la final de la SuperBowl.
Donald Trump, saluda antes de la final de la SuperBowl.Evelyn Hockstein (REUTERS)
David Trueba

La propuesta del equipo de Trump para desalojar Gaza de sus habitantes y convertir el lugar en una especie de Marina D’Or ciudad de vacaciones se corresponde con su estrategia política. Sultanes del titular chocante, la mayoría de sus acciones son meras provocaciones destinadas a saciar el apetito rencoroso de sus votantes. Por debajo transcurre otra trama menos interesante en lo colectivo y más lucrativo en lo personal. Vivimos en el ritual de tiranías encabezadas por líderes que no se identifican como tiranos por el mero hecho de que alcanzaron el poder con el voto y el apoyo de una enorme cantidad de ciudadanos. Los rusos no podían intuir que al elegir a Vladímir Putin, 25 años después aún vivirían bajo su mando. Pedro el Grande sólo estuvo en el poder 14 años y el zar Nicolás I rozó los 30 años de liderazgo, pero tuvo que aplastar varias revueltas democráticas y gozó de la mejor generación de escritores de su historia, un esplendor que siempre embellece a las tiranías. Tampoco los venezolanos pensaron que el chavismo venía para quedarse y su versión madura sería peor que la original. Más pistas tenían los chinos de que nada cambiaría en su país y que un Hong Kong revertido sería un Hong Kong sometido. Donald Trump capitaliza la política de su país desde que en 2016 accediera al poder y ocupara el Tribunal Supremo con nombramientos que a la larga han salvado su carrera política y amenazan con blindarla de cualquier control imprescindible.

El mandato de Joe Biden tuvo algo de interrupción de un clímax nacional. La autodestrucción no se puede acometer a medias, como bien saben los adictos, y el pueblo norteamericano decidió darse una segunda oportunidad con la reelección de noviembre pasado. Sorprendió durante la eterna campaña electoral, que duró toda la legislatura de Biden, que voces tan escuchadas como la de Judith Butler declararan en entrevistas a este periódico que se abstendrían en las elecciones pues la política de Biden y la de Trump con respecto a la guerra en Gaza carecía de diferencias. Para los que van de puros tiene mala prensa la respetable opción de votar por el mal menor, pero vaya si aquel viejo algo decrépito guardaba distancias con el magnate Trump en ese asunto. Bastó ver cómo Netanyahu prolongó la falta de negociación sobre el intercambio de rehenes por presos palestinos con la única misión de erosionar las opciones electorales de los demócratas. Algo que recordaba poderosamente al secuestro de la embajada de Estados Unidos de Teherán y que machacó a Jimmy Carter frente a Ronald Reagan.

Entre las tiranías sin tiranos destaca Benjamín Netanyahu. Tras el fracaso de la seguridad nacional que supusieron los atentados de Hamás en un festival musical fronterizo, ha arrasado Gaza hasta el escombro. Pero también ha destruido el prestigio internacional de Israel, cuyo Gabinete está acusado por los tribunales internaciones de genocida, algo que confirma el alborozo con que han recibido la infame propuesta de reconstrucción de Trump para el territorio palestino. Netanyahu lleva desde 1996 prácticamente sin apearse del consejo rector de su país, tejiendo alianzas y técnicas de supervivencia personal. Su aclamación de Trump como el presidente norteamericano más amigo de Israel en la historia es toda una revelación de la agenda particular de ambos. Los tiranos tienen en común que ignoran al país una vez que lo gobiernan. Ellos son la nación. Esa identificación personal convierte los defectos humanos en encarnaciones de la patria. Un destrozo.

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