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Columna
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El bicho (las cosas por su nombre)

Es importante ponerse en guardia siempre que los grandes poderes empiezan a usar eufemismos

Obras de la urbanización de apartamentos de lujo en Punta del Este (Uruguay) propiedad de Donald Trump.
Obras de la urbanización de apartamentos de lujo en Punta del Este (Uruguay) propiedad de Donald Trump.Ronald Martínez (Getty Images)
Raquel Peláez

Mi padre me enseñó a ponerme en guardia frente al uso eufemístico de las palabras cuando el banco en el que trabajaba se fusionó con otras tres entidades, pasó de ser “El Central” a darse a conocer con un amasijo de iniciales y los jefes acuñaron los consecuentes despidos masivos como “ajustes de plantilla”. Aquel uso del idioma se parecía mucho a lo que Orwell había llamado en 1984 la neolengua —un código deliberadamente ambiguo que permite disminuir el alcance del pensamiento— y, sin embargo, nada pudo impedir que los empleados que consiguieron sobrevivir a la masacre laboral acabaran llamando a la empresa para la que trabajaban “el bischo”, en sentido homenaje al acrónimo BSCH. La siempre fascinante pensadora Naomi Klein explica en Doppleganger que en la era de la posverdad, la técnica que los malintencionados usan para generar confusión es diferente: repiten conceptos de enorme profundidad semántica hasta la saciedad para vaciarlos. Y así los dejan listos para reapropiárselos. A esto, citando a Philip Roth, lo llama “pipikismo” y es lo que ha pasado en Madrid con la palabra “libertad”. Lo ha logrado con su lengua de dos filos una señora de cuyo nombre no voy a acordarme, porque lo que no se nombra no existe. Y esto lo sabe muy bien su referente, quien acaba de ordenar que no se le concedan becas federales a papers de investigación que contengan las palabras segregación, trauma, víctima, minoría, desigualdad, exclusión, género o femenino. En los últimos días, analistas de prestigio nos dicen que para entender a Donald Trump no debemos escuchar todas sus palabras (por ejemplo esas en las que llama “Riviera de Oriente Próximo” a parte de Palestina) puesto que es una estrategia de confusión; muchos de esos analistas le consideran un “genio” aunque todo indique que es simplemente un bicho. Disculpen el lenguaje, pero ya lo dijo Rosa Luxemburgo: el primer acto de resistencia es llamar a las cosas por su nombre.

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Sobre la firma

Raquel Peláez
Licenciada en Periodismo por la USC y Master en marketing por el London College of Communication, está especializada en consumo y cultura de masas. Subdirectora de S Moda, fue redactora jefa de la web de Vanity Fair. Comenzó en Diario de León y en La Voz de Galicia. Autora de 'Quiero y no puedo. Una historia de los pijos de España' (Blackie Books).
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