Las hermosas derrotas de Martín
El vídeo de un niño se hace viral por su sencillez en contar sus derrotas, sin mentiras ni subterfugios
En medio del inmenso lío que son las redes sociales se cuela de pronto un vídeo de un minuto y 13 segundos, unas imágenes en las que un chaval de unos ocho o nueve años responde las preguntas de un periodista. Lo hace mirando a los ojos, con una sonrisa de medio lado, con la gracia natural de quien no pretende ser gracioso. El periodista le pregunta y él responde, simplemente. No cuenta una gran historia ni por arriba ni por abajo, no es una historia de éxito ni una historia de fracaso. Es solo —y nada menos— la vida que pasa, un día cualquiera, en el patio de un colegio de un pueblo del norte de España. El crío se llama Martín, y lo que relata, en resumidas cuentas, es que está en tercero de Primaria y que este año les toca jugar al fútbol contra los de cuarto, quienes, además de tener un año más, son 10, mientras ellos, los de tercero, son solo cuatro.
El caso es que Martín y sus tres compañeros no han ganado ni un partido, si acaso alguna vez estuvieron cerca del empate, pero nada comparado con aquella ocasión en que los de cuarto les metieron 10 a 2. No se queja en ningún momento, ni se le ocurre llamar abusones a los de cuarto, solo cuenta las cosas como son, que ellos se meten atrás y disparan a ver qué pasa, y se sonríe, como diciéndole al periodista de El Día Después de Movistar Plus+: ya me dirá usted si así podremos ganar un partido algún día. He visto el vídeo tres o cuatro veces, y ustedes seguro que también, porque por más analógicos que nos propongamos ser, hay tuits, o historias, o reels, o como lo quieran llamar, que se hacen virales y nos persiguen allá donde estemos.
Esa horrible sensación de que 𝐬𝐢𝐞𝐦𝐩𝐫𝐞 𝐠𝐚𝐧𝐚𝐧 los de 4º.
— El Día Después en Movistar Plus+ (@ElDiaDespues) December 2, 2024
❤️ Todos somos Martín.#ElDíaDespués, a las 21:00 en @MovistarPlus (dial 7). pic.twitter.com/USFh3squ3B
El problema muchas veces es que incluso algo así de sencillo, de auténtico, termina contaminado por las redes, pero en esta ocasión —al menos hasta donde yo he visto—, ni eso. He mirado, no sin cierta aprensión, los comentarios al vídeo colgados en X, en TikTok, en Instagram, y la reacción a las palabras de Martín, a su manera tan serena de contar su sucesión de derrotas, ha sido de simpatía y hasta de ánimo.
—La clase de tercero son unos espartanos. Unos pocos contra muchos, resistiendo recreo tras recreo… hasta la victoria final. De esa clase como mínimo saldrá un Puyol o un Marchena. ¡Ánimo!—, escribe un tuitero.
Me acuerdo de que, allá por 2016, cuando vivía en Italia, se convirtió en viral una historia pequeña, protagonizada también por un chaval de tercera elemental –el equivalente a nuestro tercero de Primaria—. En el examen de lengua tocó una pregunta sobre adjetivos, y un pequeño llamado Matteo aplicó a una flor —que en italiano es masculino, “fiore”— el adjetivo “petaloso” para explicar que estaba llena de pétalos. La profesora marcó la respuesta como incorrecta, pero no se quedó ahí. “Añadí un círculo rojo para señalar que se trataba de un bello error”, explicó, “la palabra me gustaba, y por eso se me ocurrió preguntar la opinión de la Crusca [la institución para la salvaguarda del italiano]”. La academia respondió con una carta con membrete oficial y, además, tuiteó la explicación. Le dijo a Matteo que su palabra inventada era hermosa y que estaba bien formada, pero que “para entrar en el diccionario tendría que ser usada y entendida por muchas personas”.
Grazie al piccolo Matteo, grazie @AccademiaCrusca una storia bella, una parola nuova #petaloso https://t.co/vEpPZ3BZoL
— Matteo Renzi (@matteorenzi) February 24, 2016
No sé si ya en Italia son petalosas las flores con muchos pétalos, ni si el colegio de Martín hará algo para equilibrar los partidos de fútbol de los de tercero contra los de cuarto, pero sí que la vida es más fácil y más verdadera cuando las cosas —sean victorias o derrotas— se llaman por su nombre, sin mentiras, acusaciones ni subterfugios. El vídeo es hermoso y hasta emocionante precisamente por eso, por la sorpresa de la sencillez en medio de tanta bronca y tanta impostura.
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