Ganar la paz, sin disputar la guerra (y sin Trump)
Los historiadores se preguntarán qué hizo Occidente para preservar un orden mundial basado en reglas; en este sentido, el legado de Biden es desastroso
Al inicio de la invasión de Ucrania, el historiador Timothy Snyder advertía que en 100 años no se juzgará nuestro tiempo ni por la pandemia, ni por la inflación, ni por el crecimiento económico. Todo eso será olvidado. Los historiadores se preguntarán qué hizo Occidente para preservar un orden mundial basado en reglas, si Ucrania ganó o perdió la guerra. En este sentido, el legado de Joe Biden es desastroso.
Sin duda, Biden ha sido determinante en evitar que Rusia ocupara Kiev. Pero bajo su mandato Ucrania ha sido arrasada en una guerra intencionadamente asimétrica, no por el poderío de Rusia, sino por las restricciones que la coalición ha impuesto a Ucrania para ejercer su derecho a la legítima defensa: la ayuda militar ha sido insuficiente, absurdamente inadecuada y trágicamente tardía. Pero, sobre todo, la ayuda ha sido condicionada a no atacar objetivos militares en territorio ruso y a no disputar el propio espacio aéreo ucranio. David contra Goliat, pero David atado de pies y manos durante años.
Biden acaba de levantar parcialmente estas restricciones, en un ajuste de doctrina que responde al envío de tropas norcoreanas a combatir en suelo europeo, un shock geoestratégico que Europa ha dejado sin respuesta. Corea del Norte o Irán han sido mucho más resolutivas apoyando una invasión ilegal que Occidente defendiendo una democracia. El canciller alemán Olaf Scholz por ejemplo, sigue imponiendo fuertes restricciones en el uso del armamento cedido. Por contraste, el presidente Emmanuel Macron se preguntaba recientemente si es posible pedir a Ucrania defenderse sin atacar a quien le agrede.
El Artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas determina sin ambigüedades que la legítima defensa no tienen ningún límite en el derecho internacional: “Ninguna disposición menoscabará el derecho inherente de legítima defensa, individual o colectiva, en caso de ataque armado contra un Miembro de las Naciones Unidas”. La norma es contundente, pero además la Comisión de Derecho Internacional de la ONU ha establecido desde hace décadas que la legítima defensa puede ejercerse en el territorio del agresor. Es decir, Ucrania tiene todo el derecho de atacar objetivos militares en Rusia, pero la coalición de países occidentales no se lo ha permitido. Y eso, en buena parte, explica la actual situación crítica en Ucrania.
El Artículo 51 es el único mecanismo de paz que permite el uso legal de la fuerza (más allá de las resoluciones del Consejo de Seguridad, que requieren de la aprobación de Rusia y China) por lo que mermar su eficacia no solo ha dejado indefensa a Ucrania, sino que ha debilitado gravemente la arquitectura de seguridad colectiva. China, por ejemplo, está tomando buena nota de la vía de agresión a otros países sin sufrir las consecuencias de la guerra en su propio territorio. Y así, el principio de precaución de Occidente se ha convertido en una peligrosa invitación al rearme nuclear y a la guerra como resolución de conflictos.
El lentísimo levantamiento de restricciones contra Ucrania, con un retraso quizás irreparable, da cuenta del fracaso del apoyo de la coalición. De hecho, la coalición ha sido incapaz de acordar una estrategia y en particular ha renunciado a definir un objetivo de paz, ya no digamos de victoria. Esto ha dado vía libre a Rusia para seguir escalando. ¿Pero cuál sería la definición de una paz justa?
Apoyar a Ucrania hasta el pleno restablecimiento del derecho internacional, protegiendo su integridad territorial, y asegurando la reparación, como marca también la Carta, es el único tablero de negociaciones adecuado para la paz y la seguridad en Europa. Renunciar a hacer respetar el derecho internacional es peligroso. Equivale a reconocer que para Estados Unidos y Europa, la Carta de las Naciones Unidas ya no tiene valor, incluso cuando las violaciones se cometen en su patio trasero. Esto nos sitúa, exactamente, en un “momento Sociedad de las Naciones” cuando sus miembros entendieron que la antigua carta era papel mojado, lo que nos llevó a la Segunda Guerra Mundial.
Rusia es la única que puede detener su agresión, por lo que en lugar de preguntar a Ucrania cuándo quiere terminar la guerra —dejar de defenderse— es hora de preguntarse por qué Vladímir Putin puede continuarla. Al margen de la reciente incursión del ejército ucranio en Kursk, Rusia apenas ha sentido la guerra en su territorio. Hasta ahora el Kremlin no solo ha percibido que la invasión sale a cuenta, sino que existen más incentivos para hacer la guerra que para hacer la paz. La falta de disuasión por parte de Occidente ¡desde el año 2014! ha alentado la escalada militar de Putin, y en el camino ha fortalecido el totalitarismo en Rusia y su posición internacional, justo lo contrario de lo deseado.
Donald Trump ha apuntado a una “paz” forzada a Ucrania, no a Rusia, en unos términos que exigen detener la ayuda militar, incumpliendo los compromisos de protección del Memorando de Budapest, entre otros. Esto presenta serios problemas. Primero, esta fórmula es groseramente ineficaz: no solo no garantiza la paz, sino que ha alentado en el pasado otras cuatro guerras iniciadas por Putin. Segundo, la anexión rusa de buena parte de Ucrania supondría abandonar a la población superviviente en un régimen totalitario y sanguinario. Tercero, esta posición asume aceptar crímenes de lesa humanidad sin consecuencias ni reparación. Cuarto, la rendición de Ucrania no resuelve nada porque Putin quiere derrotar el modelo de libertades europeo, no a Ucrania: ¿alguien cree que Putin detendrá el ataque a instituciones democráticas, la compra de políticos europeos, el uso de la inmigración, las ejecuciones de oponentes en Europa, o bien la destrucción de Siria, sus golpes militares en África, etc.? Ucrania ofrece la última oportunidad de que Putin choque con una demostración de fuerza, no solo militar, que le imponga parar en este camino.
Hacer respetar los derechos humanos implica riesgos, pero en este caso Ucrania lo único que pide es trazar límites al agresor, no al agredido. Con los medios suficientes y sin trabas, Ucrania puede hacer pagar un precio demasiado alto a Putin que le obligue a detener la invasión y a sentarse a negociar en el marco del derecho internacional.
Para ello, Ucrania debe poder contar con medios suficientes para recuperar la superioridad de su aviación en el cielo ucranio y poder golpear los objetivos legítimos en toda Rusia. Además, es urgente establecer una zona de exclusión aérea que proteja a la población civil de misiles y drones rusos. Interceptar misiles desde Polonia, por ejemplo, como ha hecho Jordania con proyectiles iraníes recientemente, no convertiría a la coalición en parte del conflicto. Solo el despliegue de fuerzas armadas que entraran en combate directo extendería el conflicto. Ucrania no lo ha pedido y se debe evitar.
En ausencia de mecanismos eficaces de mantenimiento de paz, el restablecimiento del derecho internacional en Europa debe depender de Europa, no de Trump ni de Estados Unidos. Permitir que Rusia invada Ucrania con el objetivo de exterminar su población representa el fracaso moral de nuestra generación de europeos. Desgraciadamente, las políticas de diálogo y apaciguamiento a Putin como socio preferencial de la UE han fracasado durante más de 20 años. Europa debe dar un paso al frente y reconocer que la defensa de las libertades exige apoyar a Ucrania hasta ganar la paz. Basta de excusas. Ya no hay tiempo.
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