Antes muertos que con Kamala Harris
La rotunda victoria de Trump lanza un inquietante mensaje a las derechas de todo el mundo, especialmente las europeas
Esta mañana conviene recordar algo extravagante que ocurrió en las elecciones legislativas de 2018 en el Estado de Nevada. Dennis Hof, un empresario de burdeles, ganó un escaño en la Cámara de su Estado después de muerto. Hof había fallecido justo dos semanas antes en uno de sus prostíbulos, Love Ranch, en una fiesta de celebración de su 72 cumpleaños que se prolongó dos días. Como había terminado el plazo para escoger reemplazo en la papeleta, permaneció la candidatura del difunto, sin sustituto identificado entonces, y arrasó: un 63% apoyó a Hof frente a su rival demócrata, una educadora llamada Lesia Romanov.
Muchos votantes en Estados Unidos prefieren votar a un proxeneta muerto que permitir el paso de un rival, especialmente si es una mujer demócrata. Resulta imperativo tener esto en cuenta en cualquier análisis sobre los resultados que acaban de arrojar las elecciones presidenciales. Hace tiempo que las contiendas electorales en Estados Unidos no consisten en convencer, sino en movilizar. Este combate no se libra en los planes o programas porque la movilización tiene que ver con las emociones. ¿Se puede perder la Casa Blanca con la economía como un tiro, como es el caso? Claro que se puede, esto tampoco va de grandes números, sino del relato de esos números y, por supuesto, de la piel de las familias. La inflación tiene el poder de tumbar gobiernos, aunque esta no es la clave principal de la noche.
Donald Trump ha ganado sin cambiar la fórmula de 2016 y 2020 (inmigración, bulos, guerra cultural, bajadas de impuestos…). Volverá a gobernar el país más poderoso del mundo, pero en circunstancias diferentes y las implicaciones son muchas y diversas. El mundo atraviesa ahora un tiempo más convulso, con la invasión de Ucrania por parte de Rusia y la guerra regional de Oriente Próximo. Trump ha hecho ostentación de sus simpatías por Vladímir Putin y su apoyo incondicional a Benjamín Netanyahu. Las promesas económicas incluyen la imposición de nuevos aranceles (del 20% para todos los productos extranjeros, incluidos los europeos) cuando aún no se ha dado por ganada la batalla contra la inflación, así como recortes de impuestos sin planes para contener el déficit (del 7% para este año). Y el Tribunal Supremo, árbitro último de asuntos trascendentales de la sociedad y la vida política del país, más escorado a la derecha.
El triunfo del republicano lanza un mensaje a las derechas de todo el mundo, muy especialmente de Europa y España, sobre un modelo político a seguir en pleno auge de los movimientos ultras. Es una proeza inédita: se presenta a los 78 años, después de haber perdido una elección, haber sido condenado por un tribunal por varios delitos y procesado por azuzar el asalto al Capitolio. En términos electorales, era muy parecido a estar muerto, en este caso, metafóricamente. Y ha vuelto de esa muerte civil con una fuerza inusitada: no solo se ha hecho con los siete Estados decisivos, sino que es vencedor también en votos populares, es decir, por número de papeletas, rompiendo la dinámica de los dos últimos comicios. Hoy no es noviembre de 2016: Trump no es una anécdota, ni un outsider, Trump ya representa una nueva cara del establishment político. Un hombre nacido rico, un multimillonario que vive en mansiones de aspecto versallesco, se ha convertido en icono para una parte importante del hombre trabajador estadounidense.
Kamala Harris llegó demasiado tarde a la carrera, tras la abrupta retirada de Joe Biden en verano, y aun así se le ha hecho muy larga. Los exámenes forenses sobre su campaña buscarán los datos y elementos que expliquen el resultado que hoy ya sabemos. Seamos escépticos. Mostró inseguridad y algo de indecisión sobre algunos asuntos en entrevistas televisadas, pero nada capital. Eso no la ha llevado esencialmente a la derrota. Ha abrazado el legado de la Administración de Biden, la más progresista de la historia en política económica y social, pero ha optado por un mensaje centrista, invitando a la mesa a republicanos antitrumpistas, como Liz Cheney. También ha intentado recuperar los votos de jóvenes no universitarios, quitando el foco de la deuda estudiantil y enfatizando ideas como esta: “Un título universitario no es la única manera de saber si un trabajador sabrá hacer las cosas”. Y se esperaba una gran participación femenina por asuntos como el aborto.
No ha servido. No ha habido suficiente movilización por su lado y, en cambio, ha azuzado la participación republicana. Ha sido la número dos de un Gobierno que repudian. Además, mujer, negra y sin hijos propios, casada con un divorciado, la ira misógina ya solía cebarse con ella como vicepresidenta y no ha cesado ahora, con las redes sociales como principal plataforma. En las próximas horas y días habrá tiempo para estudiar los números a fondo y ver qué factores (Gaza, impuestos, feminismo...) y colectivos han decidido el desenlace final. Una brecha preocupante en la sociedad es la de género: hombres y mujeres votan cada vez más distinto, una dinámica tóxica.
En el clásico The making of a president (La construcción de un presidente, 1960), Theodor H. White escribió que los estadounidenses eligen a su máximo mandatario en un equilibrio personal entre su pasado y su futuro. “El pasado consiste en su bagaje étnico, en lo que su padre votaba, los cuentos que su madre le contaba, los prejuicios que ha acumulado y el estatus social heredado”. El futuro, en cambio, se basaba en los sueños y en los miedos: “Si es un granjero, el miedo de perder el trabajo, si es un negro, su aspiración a la libertad igualitaria…”. Tal vez sigue siendo así, en esencia, lo que pasa es que ahora esos sentimientos te pueden llevar a votar a proxenetas muertos.
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