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Latinoamérica
Tribuna
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¿Qué Estado necesita el futuro?

Los Estados del futuro deben ser capaces de gestionar la complejidad global, desde la regulación de los gigantes tecnológicos hasta la lucha contra el cambio climático, y deben hacerlo en colaboración con otros Estados y actores no estatales

Niños palestinos desplazados hacen fila para recibir comida en un campo de refugiados en Gaza, en febrero de 2024.
Niños palestinos desplazados hacen fila para recibir comida en un campo de refugiados en Gaza, en febrero de 2024.Majdi Fathi (Getty Images)

Las Naciones Unidas han convocado a los líderes del mundo para la Cumbre del Futuro que se celebra este mes en Nueva York, con el objetivo de acelerar esfuerzos para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Uno de los principales interrogantes que enfrentamos es: ¿qué tipo de Estado necesitamos para esta tarea?

El cambio climático, las crisis migratorias, la pandemia de covid-19, el capital financiero globalizado y el mundo de los algoritmos han dejado en evidencia que los Estados no cuentan con los instrumentos apropiados, ni el músculo suficiente, para responder o gobernar estos fenómenos. Esta deficiencia se manifiesta tanto a nivel nacional como en el ámbito multilateral.

No debemos ser injustos: el principal problema radica en que los Estados nacionales se diseñaron para un mundo sin internet, con economías predominantemente nacionales y sociedades basadas en el trabajo. Cada vez más, estas instituciones concebidas para dinámicas centralizadas, territoriales, burocratizadas y con base fiscal nacional, no encuentran sintonía con el mundo globalizado, interconectado y digital, donde las sociedades son líquidas y se registra una alta movilidad del capital.

Si bien en las últimas décadas se ha avanzado en términos de derechos humanos y cobertura social, la capacidad institucional para gestionar los complejos problemas globales sigue siendo insuficiente. No es extraño entonces que, según la encuesta de la OCDE sobre confianza en las instituciones públicas de 2023, el 44% de la ciudadanía confíe nada o poco en su gobierno nacional. Desde esta perspectiva, la desconfianza no deriva únicamente de evaluaciones negativas de gestiones particulares, sino de un problema estructural: los Estados no están diseñados para incidir en realidades que se han moldeado, en gran parte, por fuerzas que operan en otra escala y que, además, los consideran un obstáculo para su expansión. A algunos países les va mejor que a otros, pero la discusión no es muy diferente en Bolivia, Alemania, Egipto o Indonesia.

América Latina, como parte del Sur Global, representa un caso particular en esta conversación. En su compleja historia de dependencia económica, crisis políticas y desigualdades sociales, los nuevos conflictos se superponen con viejas deudas: según datos de la Cepal de 2023, un tercio de la población se encuentra en situación de pobreza. Los Estados latinoamericanos, muchos de ellos aún profundamente arraigados en estructuras económicas extractivas y primarias, mantienen una posición de vulnerabilidad mayor frente a los cambios que están redefiniendo la economía mundial. En este escenario es que se deben implementar las acciones de transición verde y digital, o las medidas para reducir la violencia, entre otros objetivos del desarrollo sostenible.

Una de las manifestaciones de esta debilidad de los Estados es que quedan relegados a los espacios donde las corporaciones todavía no han impuesto sus reglas, actuando de un modo compensatorio o subsidiario, detrás de las innovaciones. Todo ello fomentado por un imaginario —apuntalado a fuerza de algoritmos— de que ese es el rol estatal por definición. Sin embargo, Mariana Mazzucato nos recuerda que el Estado, históricamente, no ha sido un “mero corrector de las fallas del mercado”, sino un activo creador de mercados y promotor de grandes transformaciones tecnológicas.

Este enfoque es crucial para repensar el rol del Estado en el Sur Global, especialmente en América Latina. Se trata de recuperar su papel ordenador y creativo. No se trata de regresar a modelos del pasado, sino de adaptarse a las necesidades y realidades de las sociedades contemporáneas.

En lugar de simplemente reaccionar ante las crisis, los gobiernos pueden adelantarse a ellas, utilizando herramientas avanzadas para gestionar las transformaciones tecnológicas y económicas que ya están en marcha.

En este sentido, es ineludible discutir la regulación y el cobro de impuestos en economías desterritorializadas, los modos de imponer sanciones por fuera de estructuras estatales tradicionales, la coordinación de medidas para hacer frente al cambio climático, y hasta cuestiones de formación de identidad y de cultura en el nuevo paradigma que se desmarca de lo local.

¿Por dónde comenzar? Existen cuatro elementos clave para imaginar los Estados del futuro. En cada uno propongo, como punto de partida, una base que sirva de detonante para avanzar.

1. Diseños institucionales basados en la colaboración. Deben responder a los intereses de sus comunidades, y a la vez tener la fortaleza de negociar los pactos indispensables para una gobernanza colaborativa, tanto a nivel nacional como multilateral. Para incorporarla, es preciso crear mecanismos de coordinación multinivel y multiactoral. Buscamos un enfoque que refleje con honestidad la correlación de fuerzas: el Estado sigue siendo central, pero ya no es el único actor. Es necesario integrar a los poderes emergentes no gubernamentales en la ecuación.

2. Incorporar herramientas para la innovación. Necesitamos Estados inteligentes, basados en la inteligencia colectiva, que sean adaptables a las demandas actuales y que puedan integrar los saberes de la sociedad. Para ello, es fundamental rediseñar los espacios de trabajo, incorporar metodologías ágiles y convocar a los actores sociales en la creación de políticas públicas.

3. Impulsar la transformación digital. La incorporación de tecnología en los gobiernos aporta agilidad, ahorro presupuestario y mejora de los procesos administrativos. América Latina está rezagada en comparación a los países OCDE, por lo que es crucial priorizar inversiones en la gestión basada en datos, la digitalización de la participación ciudadana, la interoperabilidad de sistemas y el impulso de una revolución de habilidades en la ciudadanía.

4. Recursos humanos. Debe asegurarse que estén altamente capacitados y adecuadamente remunerados para impulsar los desafíos del nuevo Estado, incorporar los diseños y soluciones tecnológicas y, a su vez, en la región latinoamericana, no perder de vista como parte de su labor las brechas económicas, socioculturales, tecnológicas y territoriales que aún persisten.

Lejos de simplemente ajustar los mecanismos actuales, la realidad solicita una reinvención. Los Estados del futuro deben ser capaces de gestionar la complejidad global, desde la regulación de los gigantes tecnológicos hasta la lucha contra el cambio climático, y deben hacerlo en colaboración con otros Estados y actores no estatales.

El Sur Global tiene un papel fundamental el nacimiento de este nuevo paradigma. América Latina, en lugar de posicionarse como un receptor pasivo de las políticas globales, puede convertirse en un impulsor de innovación institucional y política, liderando nuevas formas de gobernanza desde una perspectiva de justicia y equidad. En la región, las soluciones emergentes de movimientos sociales, las innovaciones en energías renovables y las nuevas formas de organización política, sumadas a la resiliencia democrática luego de atroces autoritarismos, nos han dejado grandes enseñanzas.

La Cumbre del Futuro será una oportunidad para trazar el camino hacia una nueva gobernanza global, que contemple las voces y necesidades del Sur Global.

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