Kamala Harris y la prueba del algodón
Ha habido un cambio radical en el relato de las elecciones de EE UU: ya no se pide el voto para evitar el mal mayor. El Partido Demócrata ha extraído importantes lecciones de 2016
Lo peor de usar palabras como “ola” o “tsunami” para hablar de política es que acabamos pensando que lo que termina por suceder era tan inevitable como el tiempo. La expresión “ola populista” es un buen ejemplo, pero fíjense ahora en la renovada energía que ha despertado Kamala Harris, pues viene a decirnos lo contrario: el trumpismo no es inevitable y son los partidos quienes deben mermar su influencia. Ivan Krastev lo dice con más poesía: “La magia de la democracia reside en su capacidad de renovación y autocorrección”. Las democracias no se cambian o resetean a sí mismas, debe haber voluntad para ello. Cuando la victoria de Donald Trump parecía inevitable, cuando el atentado contra él intensificó dramáticamente esa sensación y el electorado se debatía entre dos líderes geriátricos y decadentes como aquellos de la gerontocracia soviética, el partido demócrata supo reaccionar.
Es la prueba del algodón de las democracias: que los partidos actúen como filtros, impidiendo a los extremistas llegar al poder. El Partido Republicano renunció a ello hace mucho, pero la responsabilidad de los demócratas era evitar una elección dramática y presentar una candidatura que pudiese hablar del futuro y, más importante aún, que lo representara. A menos de 100 días para las elecciones, los demócratas se han puesto las pilas y han demostrado algunas cosas. Cuando Joe Biden anunció su salida, podría haberse desatado un caos por la sucesión, pero las corrientes internas del partido y los posibles contrincantes de Harris cerraron filas, probando así que, en una situación límite, son posibles la unidad y el entusiasmo. Hay relevo, y uno potente: la misma Harris, que ha acompañado discretamente a Biden toda la legislatura, muestra su gancho y su energía avasalladoras. Y fijémonos ahora en la acelerada carrera por elegir a su compañero de ticket y el baile de nombres de las últimas semanas. El Partido Demócrata estaba listo para el relevo generacional, y aunque no haya habido primarias, sí hemos podido conocer perfiles políticos interesantes, como el de Josh Shapiro o Mark Kelly. Todos ellos han pronunciado discursos vibrantes, generando apoyos entusiastas, y podrían ser candidatos en 2028.
Si se fijan, ha habido un cambio radical en el relato: ya no se pide el voto para evitar el mal mayor. Mientras Biden presentaba las elecciones en términos existenciales para la democracia, Harris propone un giro obamiano. Del “Sí, se puede” al “Cuando luchamos, ganamos”. El “que viene el lobo” de Biden es ahora el “Yo protegeré tus libertades” de Harris, un discurso ilusionante que invita a votar sin taparse la nariz. El Partido Demócrata, en fin, ha extraído importantes lecciones de los comicios de 2016. Ya no se llama a nadie “deplorable” y se interpela con fuerza a la América rural. La elección de Tim Walz, el nuevo héroe de la izquierda progresista, rompe por fin con un cliché demasiado asentado en progresistas y conservadores: la América rural no es naturalmente reaccionaria. Se dice incluso que el populismo de izquierdas que impregna el discurso de Walz puede ser una amenaza eficaz contra el populismo nativista de Trump y su ridículo mini yo, J. D. Vance. Frente a la promesa del futuro de una presidente negra, Trump, el hombre de una sola campaña interminable, parece congelado en 2016. Paradójicamente, la deseable derrota de los republicanos podría ser su salvación. Tal vez así reflexionen sobre el daño casi irreparable que su falta de escrúpulos ha provocado a esa América que tanto dicen amar.
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