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Agricultura España 2020
Un equipo de cosechadora y dos tractores recogen cebada en la provincia de Burgos.Jesús Diges (EFE)
Columna
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El poder según James C. Scott

Su investigación sobre la resistencia cambió para siempre nuestra comprensión de cómo los Estados y las sociedades interactúan

Marta Peirano

Estudiando las revueltas campesinas en la Europa medieval tardía y otros países menos desarrollados, el profesor James C. Scott notó que la insurrección solía empezar con una visita a las oficinas donde el gobierno guardaba los registros de tierras. “Los campesinos entendieron desde el principio que eran gobernados por un régimen de papeles, registros y listas y encuestas catastrales (...) y quemar la oficina de registros era el primer paso para acabar con la clase de estructura que los gobernaba”, explica en un reciente documental. No sabían leer ni escribir, pero sabían que, cuando venía alguien a medir sus tierras, contar sus vacas, conocer a sus hijos o manosear sus plantas, el Estado estaba pergeñando un nuevo impuesto, una multa, un desplazamiento o cualquier otro sablazo administrativo. Sabían que no eran clientes, ciudadanos o usuarios: eran esclavos del ojo del Estado, un aparato de vigilancia diseñado para perpetuar y optimizar su explotación.

Más adelante, en Seeing like a state (Lo que ve el Estado), Scott describe cómo la mirada del Estado rediseña la sociedad para hacerla más legible para la administración. La imposición de medidas y pesos estandarizados facilitaría el comercio y la recaudación de impuestos; los patrones geométricos y lógicos, como las cuadrículas en las ciudades y los monocultivos en el campo, harían posible el transporte, la provisión de servicios y el control. Un sistema educativo bajo una sola lengua nacional y una cartera de profesiones creará una población más útil y homogénea, mucho más fácil de gobernar. La larga cola de conocimientos locales sería recortada en nombre del progreso

Lo que ve el Estado es un catálogo de intentos fallidos de optimización a gran escala, de la colectivización agraria de la Unión Soviética a la planificación urbana de Le Corbusier; de la China maoísta a la Camboya de Pol Pot. Dice: “El déspota no es un hombre. Es el Plan. El plan correcto, realista, exacto, el que proporcionará tu solución una vez que el problema haya sido planteado claramente, en su totalidad, en su indispensable armonía. Este plan ha sido elaborado lejos del frenesí en la oficina del alcalde o el ayuntamiento, lejos de los gritos del electorado o los lamentos de las víctimas de la sociedad”. Scott era profesor emérito de Ciencia Política y Antropología y director del programa estudios agrarios de la Universidad de Yale. También fue, sin intención, el crítico más agudo de la Era de la Información.

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En Against the grain (un título con doble sentido: en inglés significa “Contra el grano” pero también “Contracorriente”) explica que no es el grano quien hace al imperio, sino más bien al revés: el Estado impone el cultivo del grano sobre los tubérculos, precisamente porque facilita su control. Un boniato se puede plantar en la ladera de la montaña sin que nadie lo sepa y cosecharse 13 semanas más tarde, cuando nadie mira. El trigo puede ser fiscalizado porque crece visiblemente por encima de la tierra y sus granos son homogéneos, divisibles y cuantificables, lo que facilita su recaudación y contabilidad. Se puede almacenar durante mucho tiempo, lo que también permite la acumulación de excedente. Pero, sobre todo, está sujeto a un estricto calendario estacional. Así descubrí que la siembra y la cosecha fueron el primer algoritmo de control de masas. Scott no lo dice, pero nunca lo habría descubierto sin él.

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