_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La importancia política del malhumor

La respuesta electoral del domingo en Francia frena por el momento la desazón, pero no acaba con un fenómeno que se ha gestado a lo largo de los años

Carteles electorales de Marine Le Pen y Jordan Bardella, del partido de extrema derecha Reagrupamiento Nacional (RN) cerca de la sede del partido un día después de su derrota en la segunda vuelta de las elecciones parlamentarias, en París, Francia, este lunes
Carteles electorales de Marine Le Pen y Jordan Bardella, del partido de extrema derecha Reagrupamiento Nacional (RN) cerca de la sede del partido un día después de su derrota en la segunda vuelta de las elecciones parlamentarias, en París, Francia, este lunesCHRISTOPHE PETIT TESSON (EFE)
José Luis Sastre

Lo primero fue la sorpresa, cuando las encuestas del domingo electoral desmintieron de pronto las encuestas anteriores y anunciaron que la extrema derecha sería la tercera fuerza en escaños de la Asamblea Nacional francesa. Entonces, entre el júbilo de quienes habían temido un resultado distinto, el periodista Ignacio Pato tuiteó una frase sin verbo, una constatación: “La necesidad incluso física de buenas noticias”.

En muchos, el avance de la ultraderecha en las europeas de junio despertó una inquietud más emocional que política, una especie de desazón que lleva a desconectar del debate político, cada vez más enconado y feo. Quizá así se explique también el auge ultra: cómo ha arraigado la creencia interesada de que los partidos son todos iguales y el ruido es el mismo y, ya puestos, conviene voltear el tablero aunque sea a costa del tablero. Por eso, algunos sintieron el domingo hasta un alivio en la boca del estómago contra ese malestar, que de eso está hecho el tiempo actual: de malestares y malesmenores. Si es eso, la hegemonía será de quien los capitalice. Antes las elecciones se ganaban por el centro y ahora se quieren ganar por el malhumor.

Es curiosa la paradoja: parlamentos muy fragmentados que se unifican, o simplifican, en dos bloques que no buscan apoyos en su favor, sino en contra del adversario. Multipartidismo biblocal. Es más curioso todavía que ese escenario se haya visto con tal claridad en un país presidencialista en el que siempre incidió la discusión de sus intelectuales y donde, esta vez, fue el futbolista Kylian Mbappé quien propuso un aldabonazo moral.

La respuesta electoral del domingo frena por el momento esa desazón, pero no acaba con un fenómeno que se ha gestado a lo largo de los años. A los partidos de extrema derecha, que discuten los consensos sobre los que se edificó la Unión Europea, los han votado millones de europeos. No es tanto lo que hayan crecido esas fuerzas, sino lo que ha calado su discurso y su capacidad para determinar la agenda pública. Ocurrió en junio en buena parte del continente y, en el caso francés, ha vuelto a ocurrir en julio, pese al efecto del inédito frente republicano, del cada vez más extraño cordón sanitario y de la garantía que implica el sistema de la doble vuelta.

El corresponsal Marc Bassets apuntó hace unos días desde Francia estas razones para entender el éxito del joven candidato de Marine Le Pen: la fractura entre los de arriba y los de abajo, entre el campo y la ciudad, y “la incapacidad de los gobernantes para entender las corrientes de fondo”. Otros analistas han hablado de la soberbia de los partidos clásicos y cómo, frente a ella, la extrema derecha ha agitado su apelación salvacionista a la identidad, que desemboca en el racismo de muchas de sus declaraciones. El fenómeno político y social se mantiene, pese a que las urnas hayan rebajado su magnitud. Es más, con Emmanuel Macron en la presidencia de la República y la izquierda al frente de su Gobierno, Le Pen será referente de la oposición y se presenta como alternativa. Francia ha frenado la ola, vale. Pero hay mar de fondo en su costa y en otras muchas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

José Luis Sastre
José Luis Sastre (Alberic, 1983) es licenciado en Periodismo por la UAB con premio Extraordinario. Ha sido redactor, editor, corresponsal político y presentador en la Cadena SER. Creador de varios podcasts, actualmente copresenta Sastre y Maldonado. Es subdirector de Hoy por Hoy y columnista en EL PAÍS. Autor de Las frases robadas (Plaza y Janés).
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_