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Bienes y no dioses

Estados Unidos impulsó después de la Segunda Guerra Mundial la construcción de la Europa democrática y del Estado de bienestar; hoy, la brecha entre Washington y Bruselas es cada vez mayor

Primer cartel publicitario del refresco Coca-Cola en España, en el año 1953.
Primer cartel publicitario del refresco Coca-Cola en España, en el año 1953.
José Andrés Rojo

Ahora que los conflictos suceden en las fronteras de Europa, le decía el exministro italiano Enrico Letta a Daniel Verdú en una entrevista publicada el miércoles en este periódico, “no podemos ser dependientes completamente de la voluntad americana de querer afrontarlos”. Es como si de pronto Europa despertara de un confortable sueño para darse de bruces con la realidad. Hay guerras que están al lado, y ante las que se tiene que tomar posición, pero es que las cosas tampoco van bien en lo que toca a innovación y desarrollo tecnológico y, digámoslo así, en habilidades y recursos para batirse mejor en el futuro. “La brecha se abre entre nosotros y EE UU: ellos vuelan y nosotros vamos muy mal”, dice Letta.

La Europa de la que tanto se presume, la de la democracia y el Estado de bienestar, se construyó después de la Segunda Guerra Mundial, y Estados Unidos tuvo un papel decisivo en sus inicios. El continente estaba en ruinas, y las personas, rotas por una catástrofe que las había dejado a la deriva. “El Plan Marshall”, escribe Mark Mazower en La Europa negra (Barlin Libros), “resultó económicamente mucho menos importante de lo que imaginaron sus propagandistas o sus detractores”. Lo que el historiador británico destaca es que lo relevante de la ayuda no tuvo tanto que ver con esos “escasos dólares” que vinieron del otro lado del Atlántico, sino con otra cosa. “Los estadounidenses”, dice, “contribuyeron a transformar el capitalismo europeo —justo como habían empezado a hacer antes de la guerra— mediante la modificación de las relaciones en el seno de la empresa, la predicación del evangelio de la gestión científica y la modernización de las prácticas de trabajo y de los equipos”.

Lo que trajeron fue otra manera de entender las cosas, acaso convenía entonces “reducir el descontento social y la probable difusión del virus comunista”, así que promovieron que la gente gastara más “en una especie de New Deal europeo”. Poco después llegó la revolución del consumo de los años cincuenta. La maquinaria de la publicidad se puso en marcha para producir nuevos deseos: los electrodomésticos, el coche, la televisión, y también el rock and roll. Algunos europeos se encontraban incómodos con aquella invasión de reclamos que invitaban a la ligereza y a las comodidades y los placeres frívolos e intrascendentes, y creció un antiamericanismo furioso y militante. Otros descubrieron en todo aquello “una nueva libertad para definirse y modelar su propia identidad”.

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“El éxito del capitalismo erosionó las rivalidades clasistas y reemplazó la política de masas activista y utópica de la época de entreguerras con otra más incruenta de consumo y gestión”, apunta Mazower. “Bienes y no dioses era lo que el pueblo pretendía”, dice, y con ese empuje que surgió tras la guerra se fue moldeando una nueva Europa. Ahora toca reinventarla ante un mundo radicalmente distinto, en el que parecen diluirse sus viejos valores (igualdad, libertad, fraternidad) y donde ha perdido peso y buena parte de su poder. La influencia de Estados Unidos no fue nunca homogénea. Las corrientes que llegaron de allí en la segunda mitad del siglo XX fueron muy distintas e incluso contradictorias, y los europeos las asimilaban, criticaban, devoraban, desechaban discretamente o vomitaban, recreaban. Fue una relación llena de tensiones y de estímulos. Habrá que ver qué ocurre ahora. Europa, en el escenario actual, necesita fortalecerse. La cuestión es de qué manera. Y lo inquietante es que solo se habla de defensa y seguridad.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.
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