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Columna
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Nubarrones sobre Gaza

El meollo invisible de la negociación es el destino final de la Franja, de su administración y de su reconstrucción

Una columna de humo se eleva tras un ataque aéreo israelí, en Rafah, sur de la Franja de Gaza, el pasado martes.
Una columna de humo se eleva tras un ataque aéreo israelí, en Rafah, sur de la Franja de Gaza, el pasado martes.HAITHAM IMAD (EFE)
Lluís Bassets

La niebla es espesa. Si es difícil saber qué ocurre en el campo de batalla, entre las ruinas urbanas de Gaza y los túneles de Hamás, más todavía obtener información fiable de las negociaciones en curso en El Cairo de una segunda tregua para intercambiar rehenes israelíes por prisioneros palestinos. La oscuridad, la propaganda y la intoxicación son de rigor en una contienda que ha cerrado Gaza al periodismo, se ha cobrado un centenar de vidas de profesionales palestinos y ha conducido a la expulsión de Al Jazeera de Israel.

Solo está claro el creciente balance de muerte y sufrimiento. Afecta a todos, aunque a cada uno, como en todas las guerras, le duelan solo los suyos y sea escasa su piedad hacia el adversario. La tregua podría aliviar esa tensión con la liberación de los rehenes, de un lado, y al menos una pausa en los bombardeos y la invasión, del otro. Un vientecillo de alivio se levantó, incluso en la Casa Blanca, cuando Hamás aceptó los términos del alto el fuego pactado por el propio director de la CIA, William Burns. Las calles de Gaza vibraron con la alegría de una población que se alimenta del más leve signo de esperanza. Pero por poco tiempo. La pelota estaba en el tejado de Hamás, según la Casa Blanca, pero esta vez fue Netanyahu quien se mostró insatisfecho, empeñado en su prometida ofensiva sobre Rafah, y decidió a volver a las andadas en vez de dar por buena la tregua.

El borrador, fruto de una cuidadosa e inteligente negociación, es perfectamente ambiguo. Se trata de obtener “una calma sostenible” en tres etapas de 40 días cada una, obtener la progresiva liberación de los rehenes y el correspondiente intercambio por prisioneros palestinos, sin cerrar la puerta a su transformación en la tregua definitiva ni prejuzgar el desenlace. No es una breve pausa como las que acepta Netanyahu, ni una tregua permanente que lleve a la retirada definitiva del ejército israelí, como exigía Hamás. La ayuda humanitaria, la suerte de los rehenes, las resoluciones de Naciones Unidas, incluso el cese de las hostilidades son piezas de una negociación en la que al final solo cuenta la definición de la victoria, a la que no renuncian ni Hamás ni Israel. Para Netanyahu es la liquidación de Hamás, o al menos de su jefe militar, Yahya Sinwar. Para Hamás, la retirada israelí y la probable caída del primer ministro a falta de los votos de los 14 diputados de ultraderecha que le exigen seguir la guerra e incluso la ocupación permanente de Gaza.

El verdadero e invisible meollo de la negociación, en la que ni siquiera se sabe si han entrado los negociadores, es el destino final de Gaza, de su administración y de su reconstrucción. Todo son divergencias y dificultades insalvables a la hora de discutir sobre el papel de la Autoridad Palestina y de la UNRWA (la agencia de Naciones Unidas para los refugiados palestinos); el futuro del campo ideológico que representa Hamás, ahora hegemónico; el cuidado del orden público y de la seguridad; y, finalmente, la baza ineludible para alcanzar la paz, es decir, el Estado palestino. Sin resolver estos enigmas, persistirá el incendio bélico que ahora está en marcha y nadie puede apagar.

Israelíes y palestinos pueden estar condenados a entenderse algún día, pero en el punto actual solo puede salir victorioso uno de los dos caudillos enfrentados, Netanyahu o Sinwar, y ambos están dispuestos a sacrificar tantas vidas como sea necesario a cambio de su supervivencia. También del desenlace y de la fecha en que se produzca depende el futuro de Biden. Tiene en sus manos enormes palancas para presionar al primer ministro israelí, pero las está utilizando con gran cautela, como ha sucedido con una pequeña partida de munición, 3.500 bombas, retenida mientras se preparaba la entrada en Rafah. Si noviembre llega todavía bajo los negros nubarrones de la guerra, con los demócratas divididos y los jóvenes airados contra el suministro masivo de armas a Israel, su presidencia caerá como fruta madura en manos de Trump.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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