Un hijo
Siempre ha habido poderosos con familiares en circunstancias penosas de los que no se informaba por una razón: la circunstancia más penosa que pesaba para salir en los medios no era su enfermedad, sino su familia
Uno de mis intereses como lector profesional de periódicos y oyente amateur de radios y televisiones está en el de tratar de averiguar en qué momento cesará el interés mediático por los sucesos estrafalarios —sucesos estrafalarios como el de tratar de entrar en Mediaset de madrugada ebrio y con un brote psicótico o contar que se le ha visto por la calle “desubicado y nervioso”, no denuncias de mujeres por agresión— protagonizados por el hijo de Cándido Conde-Pumpido, presidente del Tribunal Constitucional. Es decir: cuándo ese hijo volverá a ser Cándido Conde-Pumpido Varela, un hombre de 43 años con problemas de salud mental. No será cuando su padre deje de ocupar el cargo, porque el presidente del Constitucional puede dejar de serlo, pero su hijo, cuando protagoniza una sola noticia, ya no. Podría llegar a dejar de ser noticia por acumulación; esto es, cuando el volumen de altercados sea tan grande que los medios descubran que la gente ha dejado de prestar atención (ya sabemos que antes el periodismo jerarquizaba el mundo, y ahora ha cedido esa parte de su trabajo, la más delicada, al pueblo, con sus correspondientes gustos). Habrá en España un director de un medio que tenga un hermano o un hijo con los mismos o parecidos problemas que los de Conde-Pumpido Varela, y comprenda de primera mano que las tragedias privadas que tienen que ver con la salud no pueden, nunca, convertirse en tragedias públicas; que en este país ha habido poderosos con familiares en circunstancias penosas de cuyas desventuras no se informaba por una razón: la circunstancia más penosa que pesaba para salir en los medios no era su enfermedad, sino su familia. Así que hay un país concienciado con la salud mental, en el que se reclaman psicólogos y tratamientos a la altura, y un país, misteriosamente el mismo que el anterior, que enfoca con aspavientos a un hombre a la deriva, encadenando brotes psicóticos, porque debe entender que por la salud mental, como tantas otras causas, merece la pena luchar, siempre y cuando la exhibición grotesca de sus consecuencias en un hijo de (dependiendo del nombre que vaya detrás y el daño que se le pueda hacer) no sirva como pasto para inflar espectadores.
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