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Red de redes
Columna
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Vida y milagros de una marca personal

La gestión de una cuenta en redes requiere humildad en el aprendizaje, capacidad de escucha, sensatez, contención y un punto de creatividad

El periodista y escritor Pedro García Cuartango, en las escaleras de una estación de metro en Madrid.
El periodista y escritor Pedro García Cuartango, en las escaleras de una estación de metro en Madrid.Samuel Sánchez
Carmela Ríos

Hace algunos años conocí a un periodista excepcional. Coincidimos en la redacción de un periódico en el que él gozaba de un gran predicamento intelectual y yo era tan sólo una recién llegada con el encargo de impulsar la estrategia de redes sociales junto a un equipo formidable. Pedro era una enciclopedia andante, con una prodigiosa capacidad de análisis, y había trabajado a conciencia para ser lo que los franceses llamarían “un espíritu libre”. Escuchar sus reflexiones en las reuniones de portada ha sido uno de los privilegios de mi carrera profesional.

Un día nombraron a Pedro director del periódico. Como responsable de redes, pensé que debía entrar al despacho del nuevo director y sugerirle que, dada su nueva posición, no era un mal momento para que se abriera una cuenta de Twitter como una nueva ventana de comunicación con los lectores. Existían posibilidades razonables de que un guardián de las esencias del periodismo clásico como Pedro me mandara a paseo tras escuchar mi propuesta. Las nuevas responsabilidades se amontonaban a su puerta y las plataformas sociales debían ser la última de sus preocupaciones. Me equivoqué. Pedro no solo era consciente de las nuevas necesidades del periódico. Quería redes bien hechas y además nos pidió directrices para crear y dar forma a su propia cuenta.

La gestión de una marca personal requiere humildad en el aprendizaje, capacidad de escucha, sensatez, contención y un punto de creatividad. Una inversión imprescindible para que la contribución de un periodista a una red social sea compatible con sus otras esferas de actividad. Por el sumidero de las redes se ha escapado, en ocasiones, gran parte de la credibilidad de los periodistas, que nos hemos emborrachado de relevancia digital e intentamos mantenerla a cualquier precio, aunque tengamos que atrincherarnos ideológicamente, como tanto le gusta al algoritmo. Twitter marca un antes y un después en la historia de la comunicación periodística pero también resulta un reto para cualquier profesional que pretenda resistirse a los encantos de las dinámicas de viralidad malsana gracias a las cuales es más fácil hacerse famoso en Twitter. Pueden ahora echar un vistazo a la cuenta de Pedro García Cuartango y aprender cómo se las maneja en Twitter un humanista de una cultura tan vasta como la humildad y el cuidado con los que ha tejido desde hace siete años una presencia que le hace totalmente reconocible. Por su cuenta desfilan artículos propios sobre momentos de la política nacional, figuras del jazz, amores imposibles, reflexiones sobre la fugacidad de la vida, recuerdos del París que conoció en su juventud y algunos lamentos sobre el declive de la lectura, un signo de nuestro tiempo especialmente doloroso para un hombre que no distingue entre leer y vivir.

Los exabruptos y las descalificaciones no existen en sus tuits, algo que agradecen sus más de 23.000 seguidores. Pedro es elegante incluso cuando, como sucedió el pasado viernes, algún mamporrero digital, borracho de odio, crecidito algorítmicamente por sus excesos verbales y secundado por la tropilla digital ultra, lanza en su contra uno de esos bulos que salen tan baratos en el impune Twitter de Musk. No sirvió de mucho. “Difamar sale gratis en este país”, comentó lacónicamente Pedro en su cuenta sin perder la compostura. En el hilo de respuestas se acumulaban mensajes de cariño y respeto de antiguos compañeros, lectores y usuarios de las redes que han aprendido a admirar su tono pausado y su honestidad intelectual. El éxito de una marca personal periodística como la de Pedro se mide en comentarios como el de @PeterCrowe83: “Gente como usted son los que rompen el ‘sesgo de confirmación’. No suelo estar de acuerdo, pero me encanta escucharle y más de una vez me hizo replantear y cambiar de opinión”.

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