La España plural que confirman las urnas
Las elecciones vascas subrayan una tendencia a la pluralidad que han de tener presente los partidos con voluntad de gobernar
Las elecciones vascas del domingo arrojaron un resultado inédito con el empate entre el PNV y Bildu, que, paradójicamente, no tendrá efectos ni en la gobernabilidad del País Vasco ni en la de España. Los líderes del PNV y el PSE ratificaron ayer su intención de reeditar su pacto de gobierno, mientras que el Ejecutivo de Pedro Sánchez mantiene en el Congreso el apoyo de peneuvistas y abertzales. El viernes comienza en Cataluña la campaña de unas elecciones que, ellas sí, pueden condicionar el devenir de la legislatura, pero las dos citas autonómicas celebradas en lo que va de año —las gallegas y las vascas— dibujan el mapa político plural de la España de hoy y su influencia a la hora de condicionar la formación del Gobierno central.
En un tiempo en el que las mayorías absolutas a nivel nacional son por ahora cosa del pasado, se impone la necesidad de pactar, algo que siempre han hecho PSOE y PP cuando han estado en minoría en Madrid. Ahora los actores son más y más cambiantes: unos han mutado (CiU), otros están en vías de extinción (Ciudadanos) y otros atraviesan serias crisis (Podemos) o se asientan (Vox).
El ascenso del BNG, primero, y ahora de Bildu, confirman que el nacionalismo periférico bascula hacia la izquierda de la mano de nuevas generaciones crecidas en una sucesión de crisis económicas. Para los jóvenes, los problemas sociales que les acucian —vivienda, empleo, sanidad— resultan más relevantes que las reivindicaciones soberanistas. Preservar las conquistas del Estado de bienestar cobra así importancia frente a esencialismos que tratan de tapar con la bandera de la identidad las deficiencias de gestión. Que España sea diversa no supone que se rompa, como sostiene el PP cuando, pese a sus esfuerzos, no puede contar con los nacionalistas para formar Gobierno. Que sea un Estado cultural y políticamente plural pero unitario, no significa que reprima su propia diversidad, como sostienen, en la otra orilla ideológica, partidos que, como Junts, tratan de mantener encendida la llama de un conflicto superado por la sociedad catalana, más preocupada hoy por los servicios públicos que por la independencia.
Pese a ganar un escaño en el Parlamento de Vitoria, los populares siguen siendo irrelevantes en Euskadi y no logran fagocitar a la ultraderecha. La resistencia de Vox y la retórica apocalíptica de los dirigentes nacionales del PP le priva del apoyo del nacionalismo conservador —algo que el PNV dejó claro a Feijóo cuando buscaba votos para su investidura— y somete a sus electores a una sucesión de duchas frías: en Euskadi, moderado; en España, radical; en Euskadi, ETA ya no existe; en el resto de España, han ganado los filoetarras. Ahora llegan las elecciones catalanas y sigue siendo una incógnita cuál es la propuesta popular para enfrentar a los últimos rescoldos del procès. Quizá los votos para aspirar a La Moncloa puedan salir de otras comunidades autónomas, pero es imposible tener un proyecto para una España cohesionada ignorando o descalificando al 70% de los vascos y a la mitad de los catalanes.
El PSOE rompió en Euskadi su tendencia electoral a la baja con un Pedro Sánchez que ha entendido la nueva realidad española mejor que su principal rival. Eso le permite gobernar apoyado en pactos múltiples, a veces contradictorios y sometidos a toda clase de tensiones. Resuelta a su favor la situación en Euskadi, los problemas pueden asomar desde su propio socio de Gobierno. La indefinición orgánica de Sumar y la incapacidad para articular los intereses de los partidos territoriales que aglutina fragiliza aún más la mayoría gubernamental en el Congreso. La ruptura hace cuatro meses entre Sumar —sumido en la inestabilidad— y Podemos —en caída libre electoral— remite dramáticamente a la histórica vocación autodestructiva de ese espacio político.
Las elecciones del 12 de mayo en Cataluña serán un examen para todos los partidos, especialmente para aquellos con aspiraciones de gobierno. Una España más plural y diversa, con nuevas generaciones y nuevos problemas reclama a todos respuestas nuevas. La única que no sirve es negar que existe y añorar un pasado que nunca volverá.
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