El acusado Donald Trump
La justicia rompe el aura de intocable del expresidente al sentarlo en el banquillo como un ciudadano más
Desde el pasado lunes, durante unas horas al día, Donald Trump no es más que un acusado que tiene que sentarse en un juzgado de Manhattan para escuchar el desarrollo del caso contra él por falsedad contable y financiación ilegal de campaña. Esta imagen va a durar entre seis y ocho semanas más, a cuatro sesiones por semana. Sentado en esa sala, el expresidente y candidato in pectore del Partido Republicano para las elecciones de noviembre es simplemente un ciudadano a merced del sistema de justicia, sometido a la rigidez del procedimiento judicial como cualquier otro. Se ha logrado así, por primera vez, un momento trascendental de obligada sobriedad institucional dentro del torbellino histérico que rodea todo lo que hace y dice el magnate.
El caso deriva del pago a una actriz porno, Stormy Daniels, para silenciar pocos días antes de las elecciones de 2016 una supuesta relación sexual con Trump. El escándalo no se concretó judicialmente hasta que el fiscal Alvin Bragg, demócrata, lanzó una histórica imputación hace un año y acabó con la timidez del sistema de justicia a la hora de perseguir a Trump. Existe un consenso entre los expertos sobre la solidez del caso en el aspecto de la falsedad contable, una especialidad de la Fiscalía de Manhattan. Los testigos principales están contra Trump. Sin embargo, hay dudas que exigen tomar el futuro del caso con escepticismo. Seguramente, este será el único juicio penal de los cuatro que tiene pendientes que se celebrará antes de las elecciones.
Hasta el jueves, las partes solo habían conseguido seleccionar a 7 de los 12 miembros del jurado. De ellos, dos fueron rechazados después. La lentitud responde a la dificultad para encontrar jurados que ambas partes consideren imparciales en un distrito donde los demócratas ganaron con un 86% en 2020. A pesar de sus insultos al sistema de justicia, sus desprecios públicos al juez y al fiscal, y su clara intención de intimidar a testigos en pronunciamientos públicos, Trump está recibiendo un trato exquisito que se ha concretado en varias victorias procesales parciales de su defensa, para frustración de sus críticos. Así debe ser. El juicio será una prueba crucial para diluir el discurso victimista del expresidente-candidato en esta campaña.
Trump presume de que sus problemas judiciales le dan votos, pero no es así, y la prueba es que ha intentado por todos los medios no sentarse en el banquillo. Las encuestas revelan que una condena sería letal para sus aspiraciones. La lentitud de la burocracia judicial norteamericana ha hecho parecer que Trump jamás rendiría cuentas. Si esa burocracia es capaz de abstraerse por completo del personaje y de la campaña para llevar a término el juicio, quizá parte de los votantes puedan verlo, al fin, simplemente como lo que es: un ciudadano acusado de casi 90 delitos.
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