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tribuna
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Predecir el pasado

Las plataformas y redes sociales se empeñan en cultivar una mirada retrospectiva sin apenas advertir de que ese objeto de nostalgia es solo artificio

Vista de Kaliningrado.
Vista de Kaliningrado.GETTY IMAGES

Según un refrán ruso predecir el pasado es aún más difícil que predecir el futuro. Svetlana Boym parte de esta premisa al abordar el peliagudo tema que plantea en su libro El futuro de la nostalgia. Arranca el análisis relatando la siguiente noticia que lee en un diario: tras años en el exilio, aprovechando que se abren las fronteras soviéticas, una pareja de alemanes decide visitar la antigua ciudad de Königsberg, ahora Kaliningrado. En su paseo por el que un día fue su hogar nada les resulta familiar, hasta que llegan al río. Entonces, el anciano se arrodilla para remojarse la cara y al instante retrocede dando gritos de dolor: las aguas le habían abrasado la cara. La crónica finaliza con un sarcasmo: “Pobre río, imagínense la cantidad de basura y de desechos tóxicos que se habían vertido en él”. Ni rastro de compasión con el anciano que, poseído por el anhelo de regreso, había obviado el pasado real de la ciudad.

A partir de esta noticia, la pensadora desgrana sus observaciones en torno a la nostalgia. Un concepto paradójico, porque parece indicar el anhelo por un lugar, pero, de hecho, expresa el anhelo por un tiempo. Según Boym, este fenómeno manifiesta el desajuste que se produce cuando la modernización (tecnológica, industrial, capitalista) provoca un cambio radical en la experiencia del tiempo y en el ritmo de vida. Es decir, la nostalgia surge y se hace intensa cuando el avance y la consecuente agitación histórica imprimen una aceleración del tiempo. Ahora bien, esta celeridad se puede experimentar y proyectar de dos formas drásticamente diferentes. De forma reaccionaria, haciendo hincapié en la primera parte del concepto, el nostos, que significa regreso, para acometer la restauración del pasado. O de forma creativa, centrándose en la segunda parte del concepto, el algia, dolor y anhelo, lo cual obliga a realizar una reflexión no exenta de cuestionamiento, pues primero debe predecirse el pasado, es decir, hay que responder a la pregunta: ¿qué se añora concretamente?

Esta es la perspectiva del brillante ensayo de Barbara Cassin La nostalgia. Ulises, Eneas, Arendt. La filóloga y filósofa se pregunta de qué es nostalgia la nostalgia, ¿de lo igual o de lo otro? Relaciona este escurridizo sentimiento con el concepto de hogar (en el sentido de patria), el de exilio y el de lengua materna. Para hacerlo parte de la experiencia de desplazamiento (viaje, éxodo, exilio) de los héroes Ulises y Eneas, de la filósofa Hannah Arendt y de ella misma, aún conmovida por la hospitalidad recibida en una isla que nunca había sido su hogar.

Aunque su nombre así parezca indicarlo, no fueron los griegos, sino un médico suizo alemán quien acuñó el concepto nostalgia, a finales del siglo XVII. Sin embargo, sí existió en la literatura griega antigua el género del nostos, cuyo motivo es el regreso de los héroes a sus tierras patrias. El máximo exponente es la Odisea, uno de los grandes relatos que conforman nuestro pensamiento e imaginario occidental. Pues bien, Cassin destaca un detalle importante que tantas veces se nos escapa u olvida: Ulises nunca termina de no volver. Tras regresar a Itaca, reconquistar su identidad y el lecho de Penélope, el héroe parte de nuevo, debe viajar a “lo más lejano”, a “lo más otro”, a “lo más ajeno”. Algo nos dice ahí Homero.

Desde que el médico suizo diagnosticara en los soldados la enfermedad que acuñó como nostalgia, el avance de este fenómeno no ha parado de propagase. Boym señala que las revoluciones modernizadoras siempre provocan brotes y ahora la tecnología lo excita, pues acelera de forma exponencial la velocidad del tiempo. Hay algo despiadado en su ritmo frenético. Como el personaje MacNamara de Un, dos, tres, de Billy Wilder, nos apura: next, next, next! Hoy en día este desquiciante ritmo afecta hasta a los más flemáticos.

La tecnología, tal como la estamos manejando, lo acelera todo, lo acapara todo y deja muy poco margen a la filosofía, a las artes, a la literatura e incluso a la política para amoldar unas estructuras y unas condiciones de hospitalidad, de acogida y de arraigo mental, fundamentales para disfrutar una relación saludable con el tiempo y también con nuestras identidades.

Ahora que el mundo emprende una nueva carrera armamentística que tanto recuerda a esa guerra fría de la película de Wilder, y que las plataformas y redes sociales se empeñan en cultivar la mirada al pasado sin apenas advertir de que ese objeto de nostalgia es solo artificio, es buen momento para pulir nuestra mejor arma de resistencia: la humana y fascinante capacidad de imaginación. Ante la velocidad aún podemos oponer firmeza, alejarnos de ríos tóxicos, cultivar la curiosidad y el asombro, ese “más lejos y más otro” de Ulises, insistir en crear perspectivas para un mundo que no tiene por qué cerrarse. No podemos predecir el pasado, no conviene ser esclavos del regreso, pero sí podemos imaginar futuros.

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