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Columna
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Defensa de Ayuso y Armengol

Quizás un día descubramos que ambas políticas esconden una grave responsabilidad sobre los escándalos que las salpican. Pero, con la información disponible hoy, no se las puede acusar de mala praxis

Así cazó Hacienda al novio de Isabel Díaz Ayuso: Alberto González Amador, el novio de Ayuso, enfrenta denuncia por delitos fiscales y falsedad
Isabel Díaz Ayuso paseaba por Madrid con Alberto González Amador, el pasado 6 de febrero.Lagencia Press
Víctor Lapuente

Acabada la Semana Santa, vamos a hacer como Poncio Pilatos. No lavarnos las manos, sino, como era costumbre en la época, indultar a un preso para la Pascua judía. Y voy a defender el perdón para dos de las políticas más criticadas el último mes: Ayuso y Armengol, cuya “dimisión inmediata” piden la izquierda y la derecha, respectivamente.

Sus casos no son comparables. ¡Líbreme Júpiter de tal equidistancia! Una es buena y la otra mala, pero, como resulta tan obvio, no hace falta decirlo. Quedaos con vuestros (pre)juicios.

Y quizás un día descubramos que ambas políticas esconden una grave responsabilidad sobre los escándalos que las salpican. Pero, con la información hoy disponible, no se las puede acusar de mala praxis.

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Las mascarillas compradas durante la pandemia por parte del Gobierno balear no son el “contrato de Armengol” o el “pago de Armengol”. Una presidenta autonómica no es responsable de todas las adquisiciones llevadas a cabo por su Administración, a no ser que se pruebe que hubo una instrucción, directa o indirecta, de Armengol sobre ese contrato (o posteriores actuaciones en relación al mismo).

Y una presidenta tampoco es responsable de lo que haga su pareja, siempre y cuando los presuntos beneficios ilegítimos o ilegales de esa persona no fueran resultado de su romance. Ayuso y su novio pertenecen a mundos entrelazados, pero el problema es que el amor lleve a una relación profesional, no que una relación profesional lleve al amor. Lo que define al mundo civilizado frente al tribal es que la responsabilidad queda acotada al individuo y no se desparrama a los familiares. Lo dijo el profeta Ezequiel hace más de 2.500 años: “Ni el hijo ha de pagar por los pecados del padre, ni el padre por los pecados del hijo”. Pero lo olvidamos en una era en la que los partidos se han convertido en tribus.

Las noticias sobre la pareja de Ayuso o las zonas grises del contrato de mascarillas de Baleares son de interés público y publicable. Bien por los periodistas de investigación que las sacan a la luz. Y mal por los políticos que tratan de silenciar las noticias que atañen a los suyos ―en algunos casos, atacando impúdicamente a los periodistas, como Miguel Ángel Rodríguez― y extraen conclusiones precipitadas de las que afectan a sus rivales.

Al activar el ventilador, PP y PSOE han entrado en un juego de destrucción mutua. El primer anuncio del colapso de una democracia es que sus grandes partidos se acusen de corrupción sistémica. Ahí empiezan a afinar las trompetas del apocalipsis. @VictorLapuente

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