Biden y Netanyahu: dos caminos divergentes
La aprobación de la primera resolución de alto el fuego para Gaza en el Consejo de Seguridad de la ONU deja patente el completo aislamiento internacional de Israel, que ya ha anunciado que no respetará la resolución
Tan solo era una cuestión de tiempo. Tarde o temprano, Biden y Netanyahu estaban condenados a chocar, ya que sus intereses no pueden ser más divergentes. Este desencuentro, finalmente, se ha escenificado este lunes en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde Estados Unidos ha permitido la adopción de la resolución 2728, que exige un inmediato alto el fuego durante el mes de Ramadán y la urgente entrada de ayuda humanitaria para hacer frente a la catastrófica situación de la franja de Gaza.
Los matices son importantes, porque no la ha apoyado expresamente, pero tampoco la ha vetado, como ha hecho en el pasado con la intención de ofrecer un balón de oxígeno al Gobierno de Netanyahu para que complete su ofensiva. Sea como fuere, la votación ha dejado patente el completo aislamiento internacional de Israel, que ya ha anunciado que no respetará la resolución.
La abstención estadounidense es un claro mensaje hacia su principal aliado en Oriente Próximo: el tiempo se acaba. No obstante, este cambio de posición de la Casa Blanca llega demasiado tarde —después de casi seis meses de bombardeos indiscriminados que han diezmado a la población palestina, provocando más de 105.000 víctimas entre muertos y heridos y el desplazamiento forzoso del 90% de sus habitantes— y es demasiado tibio —Washington ha optado por la abstención después de que su propia propuesta de resolución fracasara ante el intento de condicionar la entrada de ayuda humanitaria a la liberación de los rehenes—.
Hoy por hoy, los intereses de Biden y Netanyahu no pueden ser más contrapuestos. Las elecciones presidenciales están a la vuelta de la esquina y el presidente estadounidense necesita detener la guerra para reconciliarse con las bases demócratas y tratar de ganar el apoyo de los sectores más críticos con su incondicional apoyo al Gobierno más radical de la historia de Israel. Para ello necesita, obligatoriamente, exhibir una posición más equilibrada, de ahí sus últimos llamamientos a rescatar la fórmula de los dos Estados, aunque sea perfectamente consciente que nunca se llevará a la práctica de no acompañarse con presiones efectivas sobre Israel, camino que no parece estar dispuesto a recorrer.
Por su parte, el primer ministro israelí necesita prolongar indefinidamente la guerra para recuperar el terreno perdido en las encuestas y evitar unas elecciones anticipadas en las que, según todos los sondeos, saldría malparado. Una parte significativa del electorado israelí le acusa de imprevisión e improvisación, por haber hecho oídos sordos a los informes de inteligencia que advertían de un posible ataque de grandes dimensiones y por no tener un plan claro de salida en su campaña militar contra el enclave palestino.
A estas alturas, parece evidente que el objetivo de Netanyahu no es solo la derrota de Hamás y la liberación de los rehenes, sino también la completa destrucción de la franja de Gaza y sus habitantes por inanición y hambruna. Para ello necesita aún más tiempo, algo que, según parece, Biden no está dispuesto a darle, aunque sea por meros cálculos electoralistas y no tanto por su preocupación por la magnitud de la masacre.
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