La ola detenida
Para despedirme del verano pedí una ginebra con hielo, la fui degustado a sorbos que apenas me mojaban los labios y me fui quedando absorto con la mirada perdida en el oleaje


Una tarde del pasado mes de septiembre me encontraba sentado en la terraza de un bar en una cala contra la que rompía un mar de temporal. Era mi último día de vacaciones. Para despedirme del verano pedí una ginebra con hielo, la fui degustado a sorbos que apenas me mojaban los labios y poco a poco me fui quedando absorto con la mirada perdida en el oleaje. Pese a la crueldad con que me acababa de tratar la vida, el verano me había deparado unos placeres que estaban todavía a mi alcance. Los amaneceres radiantes, algunas mañanas de pesca, la tertulia con los amigos, alguna tormenta de agosto a la hora de la siesta que había dejado la luz de la tarde preparada para un paseo muy agradable, las noches con los grillos y el croar de ranas. Era el momento de dejar atrás todo aquello. Ya se había ido el sol y al mirar por última vez el mar vi con sorpresa que el oleaje en lugar de romper contra las rocas había dejado paralizada en el aire una gran ola de aquella tempestad como cuando se congela una imagen en una pantalla. Pensé que a su alrededor el tiempo también se había detenido. Esa misma sensación tampoco me abandonó en la ciudad. Llegó el otoño y se fueron alargando las sombras; llegó el invierno con los pájaros ateridos y la leña en el cobertizo. A veces recordaba aquella ola que dejé en septiembre detenida en el aire. Han pasado seis meses. Ha llegado la primavera, he vuelto al mar y esto es lo que ha sucedido. Después de dejar mi equipaje en casa he ido a la cala y a medida que me acercaba me sorprendía que el mar no sonara. Allí estaba la ola todavía detenida en el aire. Me senté en la terraza, pedí una ginebra, me mojé los labios y en ese momento todo el oleaje volvió a animarse y la gran ola se estrelló contra las rocas y mandó unas esquirlas de espuma hasta mis pies. Pensé que todo volvería a ser como antes. Amaneceres radiantes, mañanas de pesca, tertulias con los amigos y el mar de siempre.
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