Elecciones militarizadas
Nunca se ha decidido algo en las urnas en este país. Jamás ha habido competición auténtica entre partidos y candidatos. Y el que menos ha tenido que competir ha sido Putin
Todas sus anteriores elecciones presidenciales fueron una farsa. Estas, las quintas, ni siquiera son unas elecciones. Los zares rechazaban la democracia, sus sucesores soviéticos la despreciaban por formal, y el avatar actual del poder despótico ruso ni siquiera se molesta en defenderla, calificada por el escritor exilado Mijaíl Shishkin como la ceremonia de vasallaje del pueblo ruso a su caudillo (Rusia presta juramento al zar Putin este domingo, EL PAÍS, 13 de marzo).
El significado del voto es claro. Hay Putin para rato. Votarle es refrendar su guerra contra Ucrania. No hay quien pueda oponérsele, ni a las buenas ni a las malas. Quien ose, como Nemtsov o Navalni, sabe lo que le espera. Todo esto queda refrendado con el sufragio. El mandato termina en 2030, con posibilidad de repetir una sola vez, hasta 2036, fecha de su límite presidencial, cuando cumplirá 83 años. Papel mojado: la Constitución rusa se puede cambiar a gusto del presidente tantas veces como haga falta y sin muchas dificultades. Ya se ha hecho anteriormente para que Putin siguiera al mando en el Kremlin, 24 años de momento y a por los 36 si la salud y la estabilidad de la dictadura le acompañan. Será el zar más longevo y más anciano.
Nunca se ha decidido algo en las urnas en este país. Jamás ha habido competición auténtica entre partidos y candidatos. Y el que menos ha tenido que competir ha sido Putin, nombrado directamente por Yeltsin. Ni siquiera tuvo que molestarse en hacer campaña cuando por primera vez fue a unas urnas que estaban perfectamente controladas. No son los votos los que sirven en Rusia para ascender y mantenerse en el poder, sino la pistola, el puñal y el veneno.
Cuentan las botas: de los militares, los policías, los torturadores y los carceleros. Atrás quedan los años de Gorbachov, cuando los políticos rusos pretendieron dirimir pacíficamente sus diferencias. Luego fue breve la etapa en que el dinero y la corrupción ocultaban los desmanes violentos en los pasillos del Kremlin y en las alcantarillas de los servicios secretos. Ahora todo está más claro, muy claro.
La guerra ha militarizado a la sociedad rusa, con la justicia, la policía y el sistema penitenciario enteramente a su servicio. Todo gira a su alrededor, la política, los medios de comunicación, la religión y la industria. También las alianzas internacionales, con Corea del Norte e Irán como grandes suministradores de armas y munición, y la profundidad estratégica de la economía china y de buena parte del llamado Sur Global al servicio complementario de la economía de guerra.
La Rusia de Putin ya no es un país, sino la máquina bélica de un imperio desatado y amenazante. Sería extraño y también imprudente que sus vecinos, nosotros los europeos, mirásemos hacia otro lado y no actuáramos en consecuencia. Estas falsas elecciones anuncian el propósito de una guerra sin fin, que únicamente admite la rendición de Ucrania y solo podría frenar una derrota rusa.
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