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Columna
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Comprarse un zulo para ser rentista

Los alquileres desbocados se han vuelto un negocio obsceno, que alimenta el sueño escapista de algún joven precario. Pero la realidad es que en España crecen los multipropietarios, mientras cae el acceso juvenil a la vivienda

Alquiler
Carteles de 'Se alquila' pegados en un edificio en Madrid.eduardo parra
Estefanía Molina

Me contó un amigo que en su grupo hay dos que fantasean con ser rentistas. “¿Cómo piensas tener dinero suficiente para vivir, si no? ¿Trabajando?” le soltó indignadísimo uno de ellos, cuando mi colega le afeó semejante ocurrencia. Así que nos decían que nuestros chavales quieren ser Youtubers, pero eso será en la adolescencia: al llegar a la adultez, cuando uno tiene que subsistir con un salario precario, las fantasías se vuelven aplastantemente realistas. El alquiler amaga con ser el nuevo pelotazo VIP, al estilo de la burbuja del ladrillo.

Y no se alarmen: no se volverá una práctica masiva, porque con sueldos de miseria ahorrar es casi imposible. Incluso existe todavía gente con principios: mi antiguo casero alquilaba pisos muy por debajo de los precios del mercado. Sí, muchos ciudadanos sólo tienen una propiedad arrendada, sin mayor afán que completar su salario o pensión cuando la vejez se acerque. Pero, obviando casos particulares y siendo honestos, los alquileres desbocados rozan la categoría de negocio obsceno. Una amiga le pidió a su arrendadora —que tiene al menos 12 propiedades alquiladas, me dice— que le bajara 50 euros de la renta, y le dijo que nanay, que imposible.

Así que vivir de rentas se ha vuelto otro anhelo escapista en los tiempos que corren. Algunos youtubers buscan fórmulas para marcharse a Andorra, y no pagar impuestos; hay ricos construyendo su cohete —dice Yolanda Díaz— para dejarnos tirados cuando llegue un cataclismo. Tonto el último: si no puedes revertir el sistema, huye de este. Los amigos de mi colega eran de izquierdas, paradójicamente. Donde las injusticias se perpetúan, cuando la indignación no encuentra salida ni en la protesta, la única forma de resistencia es el cinismo.

El caso es que semejante sueño no parece tan descabellado, aparentemente. Ni siquiera hace falta tener una gran propiedad para empezar a vivir de rentas. Me comentó una agente del sector en una ocasión: “Incluso esos pisos sin ventana y en sótanos que ves en la página web, se van a ir alquilando. En setiembre no me quedará ni uno”. Me quedé muda, pero de qué extrañarse: acababa de mostrarme un piso de 40 metros en Madrid por más de 1.000 euros. La escasez de pisos de calidad y buen precio crea monstruos que la necesidad alimenta. Los cuchitriles vuelan en los portales de ventas inmobiliarias, algo que permite malpensar sobre si la intención última es acabar alquilando esos zulos a terceros.

Sin embargo, ser rentista no solía ser una utopía escapista para la clase media española. La generación boomer fue una generación de propietarios bajo aquella idea de tener casa en propiedad, promocionada por los distintos gobiernos. El objetivo de una segunda residencia no era tanto alquilarla, como pasar las vacaciones. Aún hoy pesa demasiado la coletilla de “ay, si te destrozan la vivienda o te la okupan”, como factor que disuade para poner la vivienda a disposición de otros. En definitiva, hasta la generación de nuestros padres, uno podía rechazar atajos variopintos para acumular riqueza porque entonces sus salarios sí permitían una vida digna. Hete ahí la diferencia con el anhelo escapista de esos dos amigos. No son jetas, solo el producto del ventajismo de cada momento, como aquellos que dejaron sus estudios cuando el boom inmobiliario para poner tochos porque permitía alcanzar buenos sueldos.

Con todo, el rentismo no está al alcance de cualquiera. Como toda ilusión capitalista, algunos fantasearán, y unos pocos alcanzarán el sueño. Hay estudios que afirman que la abultada mayoría de caseros sólo posee una vivienda, o que sólo hay entre un 3% y un 9% de arrendadores en España. Pese a ello, se empieza a apreciar la concentración de la riqueza en unas pocas manos. Un artículo de Cinco Días alertaba en 2021 del crecimiento de los multipropietarios: “El grupo de hogares que más creció entre 2002 y 2017 fue el de los que poseían tres o más propiedades, pasando del 9% al casi 20%”. En esa misma línea, El Confidencial resaltaba: “En 2002, el porcentaje de hogares con dos o más propiedades era de un 29%. En 2017, la cifra había aumentado hasta el 42%. Es más, el porcentaje de hogares con cuatro propiedades o más en alquiler creció desde el 5 al 11%. Más del doble”, afirmaba el artículo. Dinero llama a dinero. Multiplicar el patrimonio, cuando ya se tiene, siempre es más fácil que empezar de cero, sobre todo, ahora que la familia o la herencia se han vuelto de las pocas formas de tener una vida digna.

En consecuencia, es poco probable que los chavales precarios de hoy realicen el sueño rentista. Me dice una amiga que “solucionarlo es ya imparable”, al ver tantas quejas de gente joven en redes sobre los alquileres. Me entran ganas de contestarle que no sea ingenua: no es país para jóvenes —la edad media de los arrendadores es de 54 años, según Fotocasa. Pero hay algo peor todavía: la perpetuación de las desigualdades, algo que ya está pasando. Será aún peor en una o dos generaciones, mientras crece la juventud que no puede comprarse ni una primera vivienda, o emanciparse, si tienen que destinar la mayor parte de su salario a la espiral de los alquileres, y las medidas políticas siguen siendo poco efectivas o estéticas, sin resultados notables.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).

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