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Columna
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Dos fiebres

El pintor Rafael Alonso le hizo un cuadro a la Mimitos, a la que sin embargo no le gustó la obra: “Me ha pintado como lo que soy, una puta”

El centro de Pontevedra, en una imagen de archivo.
El centro de Pontevedra, en una imagen de archivo.ÓSCAR CORRAL
Manuel Jabois

Hace muchos años, cuando llegó a La Habana, encontró el mejor acto de amor —el estudio de la escritura, que es aún mejor que el estudio de la vida— por parte de la joven Yalenis Velazco, quien dedicó un intenso ensayo a su obra. “Es un libro que amo y que guardaré como reliquia de familia”, escribió después en un artículo tierno y lleno de vida. Me refiero a Xosé Vázquez Pintor, el escritor gallego de lenguaje único con el que escribió A memoria do boi, uno de los libros más extraordinarios jamás escritos sobre Pontevedra, al modo de Castroforte del Baralla: cerrando el círculo, la novela de Pintor mereció en su momento el premio Torrente Ballester. Empecé el año tumbado con fiebres rodeado de los libros de entonces y los hice un poco, a mi manera, los libros de ahora. Pintor hace de la literatura un oficio tradicional: trabajar la palabra dejándola secar al sol y dibujando en ella la huella de la vida. Os vellos oficios, su ensayo tan celebrado, es un intento de mantener una cierta dignidad: el testimonio de las obras con las que sobrevive una lengua propia perdida, y con las que Pintor trabaja casi con furia. De tantos hombres y tantos nombres que tuvo, eligió una protagonista lesbiana en su Para dicir Abril, con el que ganó el Vicente Risco. Recuerdo que en su momento llegaron ejemplares para sus amigos junto con la amistad de sus palabras en un correo electrónico con el aperta de buxo tan festejado por quienes comparten una idea de vida: tardar mucho en partir, reír en el amor y la amistad, y disfrutar de la calidez de la palabra, del minuto aquel del esplendor en la hierba.

Cerca, en una estantería también al alcance de la mano desde la cama (seis días tumbado son muchísimos: da tiempo a estirar tanto el brazo que puedes cambiar una bombilla sin erguirte o fundar un partido político), tengo As tres columnas de Sabino Torres (“siempre le recordaría muriendo con la misma elegancia, la misma cultura y la misma belleza con la que vivió”), poeta, editor, intelectual; en ese libro da cuenta de las historias relacionadas con las casas de citas de la posguerra en la ciudad y el impacto que causaban a los chavales. De una de ellas del barrio de A Moureira, a la que llamaban Mimitos, le dijeron a Rodrigo Cota: “Su piel era como el terciopelo del melanoma maligno”. En ese libro, Torres cuenta que el pintor Rafael Alonso le hizo un cuadro a la Mimitos, a la que sin embargo no le gustó la obra: “Me ha pintado como lo que soy, una puta”. Sólo lo colgó sobre la cama cuando el pintor la convenció de que salir con un pecho fuera no tenía nada que ver, y era verdad, con su oficio. Ya en los años 60, el gobernador civil de Pontevedra mandó cerrar los burdeles y las mujeres hicieron las maletas y, con ellas, se fueron a otras ciudades y otros países. En As tres columnas, Torres explica que muchos años después un vecino de Pontevedra, de negocios en Amberes, se metió en un burdel y se encontró de bruces con el cuadro de la Mimitos del barrio de A Moureira. El corazón le dio un vuelco. Preguntó por aquella mujer que tanto le había agitado en su infancia. Le dijeron que era madame, que no recibía a nadie. Que aquel pecho por fuera del cuadro no significaba que alguien pudiese acostarse con ella.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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