Jaque a la reina
Más que ignorarlo, igual convendría desenmascarar al peón despechado y averiguar si se mueve solo o utilizado por alfiles con más luces y aún menos escrúpulos.
Voy a contarles un cuento. Érase una vez una reina de un país muy cercano que, tras 20 años de matrimonio con el rey, y con la heredera de la corona ya enfilada al trono, disfrutaba de la tranquilidad y espléndida madurez de sus 51 años, tras vadear a brazo partido y con el agua al cuello procelosos charcos. En esas, va un íntimo examigo y excuñado suyo, más despechao que Rosalía y Shakira juntas, y le canta unas supuestas idas y venidas sexuales de hace décadas entre ambos a otro resentido con pintas. Un relamido escriba que profesa desde siempre a la reina manifiesta tirria por no tener sangre azul en las venas. Como el correspondiente folletón, digo libro, no obtiene el eco que esperaban el vocero y el bocazas, un día de mal vino va el supuesto examante, se lía una pashmina al cráneo y se pone a echar todavía más leña a las redes, exponiendo su supuesta intimidad con la soberana justo cuando más daño puede hacerle a ella y sus circunstancias, tras haber estado callado durante lustros. El escándalo, golosísimo, salta a las portadas extranjeras.
Mientras, en el reino del cuento hay quienes piensan que lo mejor para proteger del ataque a la monarca y a la monarquía es hacer oídos sordos al asunto del que todo el mundo habla y esperar a que escampe. Discrepo. No sería la primera vez que, el día menos pensado, el silencio amigo torna en atronador estrépito de elefantes, y aún estamos pagando las consecuencias. En el ajedrez no existe el jaque a la reina propiamente dicha, pero sí al rey, amenazando su corona con un movimiento del contrario. Más que ignorarlo, igual convendría desenmascarar al peón despechado y averiguar si se mueve solo o utilizado por alfiles con más luces y aún menos escrúpulos. Mientras, yo que la reina, más allá de sus cuitas intramuros, seguía con mi vida y mi agenda más chula que un 888. La testa altísima y la espalda más derecha que el mástil de la bandera la lleva puesta tras dos décadas estirándola a diario antes de salir de palacio. Solo le falta tirar más de su sonrisa recién alineada con una de esas carísimas fundas invisibles. Dientes, dientes, que es lo que les jode.
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