Deslizamiento extremista en Holanda
La victoria de Geert Wilders abre la posibilidad a un nuevo Gobierno ultra en Europa
Europa se desplaza hacia la extrema derecha. A los numerosos gobiernos que ya están presididos o participados por partidos organizados por el miedo, la intolerancia y la aversión a los extranjeros, como Suecia, Finlandia, República Checa, Eslovaquia, Hungría e Italia, se añade ahora la victoria del Partido por la Libertad, que acaba de cosechar los mejores resultados de su historia y tiene en su mano la formación del gobierno de Países Bajos. Antieuropeo, soberanista, enemigo de la inmigración, islamófobo y negacionista del cambio climático, su líder, Geert Wilders, concentra en su ideario el resumen de las extremas derechas europeas, incluida la británica, de ahí que lleve en su programa un referéndum para que su país, uno de los seis fundadores y la quinta economía de la UE, abandone la Unión.
La tendencia ultra que recorre Europa tendrá, sin duda, consecuencias en las elecciones continentales del próximo junio, de las que saldrá un Parlamento cuya coloración determinará la composición de la Comisión y, por tanto, la continuidad o la interrupción de las actuales políticas de medio ambiente, ampliación, inmigración y, por supuesto, libertades y valores europeos. Este deslizamiento derechista se percibe como el resultado, por un lado, de una ausencia de políticas efectivas de las izquierdas respecto a las grandes inquietudes de nuestras sociedades, especialmente las incertidumbres de la era digital, las transformaciones del cambio climático y las migraciones. Por otro lado, el crecimiento de los ultras bebe de la actitud cómplice o al menos condescendiente de los conservadores ante las reacciones excluyentes surgidas a su derecha.
Es cierto que la mirada de la extrema derecha está fijada en un pasado idealizado que no volverá, pero las respuestas deben orientarse hacia el futuro. Sin una UE cada vez más integrada, todos sus países socios, también los prósperos y pacíficos Países Bajos, tienen mucho que perder. Incluso en soberanía, independencia y seguridad. La lección del Brexit no debería caer en saco roto. La inmigración, la cuestión más candente, no es un peligro, sino un derecho y una riqueza, sobre todo si está debidamente gestionada en el ámbito comunitario, como no es, desgraciadamente, el caso. Lo exige además una demografía declinante, una economía necesitada de mano de obra y el mantenimiento de un generoso Estado de bienestar.
Los desafíos que los partidos de la centralidad democrática no saben enfrentar, y menos aún explicar desde sus valores, son los que los extremistas aprovechan para su demagogia electoralista. De poco serviría que Geert Wilders, el vencedor en votos, quedara fuera del Gobierno y encabezara la oposición la fuerza de sus 37 escaños sobre 150 si los partidos capaces de encontrar una fórmula alternativa pactaran un gabinete, pero no se enfrentaran a los desafíos que siguen dando la victoria a los extremistas.
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